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Lida Ortiz, cuyo nombre en las Farc-EP era Amanda Rios. (Foto: Pazífico Noticias). |
“Se hablaba de lograr la paz,
mientras veíamos morir a nuestros seres queridos”
Amanda
Ríos (Lida Ortiz) rememora cómo vislumbraban ella y sus compañeros los caminos
del Acuerdo de Paz de La Habana, desde las montañas del Cauca, sur de Colombia. “Mientras nosotros desescalábamos las acciones
ofensivas, el Gobierno aprovechaba para darnos golpes militares. ¡Qué
cobardes!”, dice. “Nos levantábamos a las 4:50 de la mañana, y a las 5:15 ya
estábamos en las aulas leyendo los documentos de La Habana”, recuerda. “¿Qué clase de Estado es este que desarma a
una guerrilla que no estaba derrotada para dar paso a un plan de exterminio?”, reflexiona.
Por
María Eugenia Muñoz Ramos (*)
“Recuerdo que una idea que siempre
escuchamos e interiorizamos en nuestra vida guerrillera como parte de la
formación que nos impartían en la organización era que debíamos luchar por
alcanzar la paz con justicia social. A través de lo que leíamos en los
documentos que resultaban de las conferencias y en otros textos que realizaron
los antiguos comandantes desde los inicios de la organización, sabíamos que
este era el objetivo central. Aunque era una meta difícil de alcanzar, ya que
conocíamos la historia del país y el actuar que han tenido los gobiernos
oligárquicos en Colombia.
La noticia de que se estaban adelantando
diálogos exploratorios con el gobierno de Juan Manuel Santos fue una sorpresa
para toda la guerrillerada. Personalmente me produjo sentimientos encontrados:
por un lado, la alegría de pensar que podíamos arrimar a buen puerto y, por
otro, me hizo reflexionar sobre todo lo que hemos vivido y el recuerdo de los
camaradas que han caído, que dieron su vida por esta gran causa y que no están
en este momento tan importante para el movimiento. Qué triste es traer a la
memoria la famosa frase del camarada Alfonso Cano, en el intento fallido de los
diálogos de Tlaxcala en México: “Nos vemos dentro de diez mil muertos”, y
pensar que fueron más, la verdad, incontables. Él sabía de la necesidad
imperante de parar la guerra. Los muertos no solamente fueron los nuestros,
fueron de muchos otros sectores, pero tenían algo en común, todos eran del
pueblo, pobres y oprimidos.
El
18 de octubre de 2012 fue la instalación oficial de los diálogos en Oslo,
Noruega, nos reunimos en el aula, aún en nuestros campamentos, y veíamos con
mucha emoción el discurso sincero de Iván Marqués, donde se mostraba convencido
del gran paso que estábamos dando. Pero a menos de un mes recibí un
golpe inesperado. El 5 de noviembre mi socio fue asesinado, mi compañero, el
poeta guerrillero Esteban Ramírez. ¡Qué tristeza tan inmensa saber que camino a
la paz sentí el dolor desgarrador de perderlo! Él soñaba con la paz y la
justicia social, y también con que íbamos a llegar juntos hasta hacernos
viejos. Jamás imaginé que su Poema Si es que he de irme pronto, que
escribió antes de partir para el curso de fuerza especial, donde fue vilmente
asesinado por el Ejército, quedaría para siempre en mi memoria grabado con su
propia voz, como el preludio de su despedida:
“Si es
que he de irme pronto no quiero vuestro llanto,
quiero
tu lucha, compañero.
Déjenme
junto al barro y mi bandera,
yo que
llevo la revolución en el alma,
hoy voy
sin un sonido por la noche,
perdido
en la clandestinidad de mi suerte”.
En esos días, el comandante había salido
de la unidad y yo quedé a cargo del personal, me correspondía, pues, dar
la fatídica noticia. Qué duro fue llorar en las noches hacía mis adentros,
mientras en el día debía darle moral a la guerrillerada, y seguir adelante con
las tareas que debíamos realizar. Qué contradicción: se hablaba de lograr la
paz mientras veíamos morir a nuestros seres queridos.
El 19 de noviembre de 2012 se anunció el
cese al fuego unilateral y temporal por parte de las Farc hasta el 20 de enero
de 2013. Es en ese momento que comencé a ser consciente de que, en medio de
este esfuerzo de paz, serían muchas más las vidas que seguiría cobrando el
conflicto. Sin lugar a dudas, la sangre de las vidas entregadas alimentaba la
sed del Gobierno por mantener su poder. Me preguntaba: ¿quiénes serían los
próximos?
El 5 de mayo de 2013 fue asesinado el
insigne comandante Carlos Patiño, ‘Caliche’, gran estratega comunista; lo
conocí cuando estudiaba en la Universidad del Valle, siendo activista e
integrante del Movimiento Bolivariano. En mis vacaciones solía trasladarme a
los campamentos guerrilleros en el Cauca, y después de ires y venires decidí
ingresar a las filas. En uno de estos viajes conocí a ‘Caliche’, en un
campamento de la Columna Móvil Jacobo Arenas. Una de las mejores escuelas que
recibí fueron las extensas conversaciones con él, quien gustosamente compartía
las anécdotas que desde muy joven vivió en Casa Verde, uno de los campamentos
más recordados de las Farc-EP, por allá a finales de los años ochenta. En una de esas conversaciones le manifesté
que debería escribir un libro con todas sus ricas vivencias. Me conmovió tanto
su partida y lamenté no haber podido hacerle un homenaje en vida.
De esta forma, mientras nosotros
desescalábamos nuestras acciones ofensivas, el Gobierno, que exigía muestras de
paz, aprovechaba para darnos golpes militares. ‘¡Qué cobardes!’, pensé, ‘valerse
de la situación para matar a nuestros comandantes’. Era claro: el gobierno de
Juan Manuel Santos nunca renunció a la idea de triunfar militarmente. Es más,
quiso mostrar nuestra voluntad de paz como una doblegación o una entrega
producto de la derrota militar. Los ataques que recibimos, más que demostrar debilidad, dieron cuenta de
nuestra férrea voluntad de paz, pero también se demostró la gran
capacidad de regeneración de las Farc-EP, donde nuevos mandos asumieron la
jefatura, siguiendo los principios ideológicos y políticos que nos habían
guiado.
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Amanda Ríos, en la etapa del proceso de paz.. (Foto: portal RT). |
Esperábamos con ansías los momentos de la
pedagogía
Los Acuerdos de La Habana parten de los
principios que históricamente nos han caracterizado y también del acumulado del
movimiento social que logramos construir entre diversos sectores del pueblo
colombiano; en esa medida, la agenda anunciada en Oslo no nos era ajena. Sin
embargo, lo que más
causaba preocupación entre nosotros como combatientes era la dejación de las
armas, que fue uno de los puntos a definir para llegar al fin del
conflicto.
Posteriormente, la delegación de La
Habana, que estaba conformada por un grupo de comandantes superiores de la
organización, recogió a un número diverso y significativo de mandos y
guerrilleros de base que tuvieron la oportunidad de aportar sus propuestas e
ideas para nutrir los documentos de los acuerdos que se discutirían y
definirían en Cuba. Desde los
campamentos mirábamos detenidamente los videos y los comunicados emanados desde
la delegación de paz de La Habana. Esperábamos con ansias el momento en que
volvieran los camaradas a realizar la pedagogía, pues queríamos escucharlos
para acabar de aceptar lo que estaba pasando.
Fue por el mes de marzo de 2016 que nos
desplazamos, guerrilleros, milicianos e integrantes de las estructuras urbanas,
desde diferentes zonas del sur occidente colombiano, a Buenos Aires, Cauca,
para recibir la primera pedagogía de los acuerdos de paz. Una vez organizados
en nuestros campamentos, nos alistamos para encontrarnos con la delegación en
un aula que tenía una capacidad para 700 unidades. Nos movilizamos por
diferentes medios al lugar dispuesto para el aterrizaje. A la llegada del
helicóptero, la tierra que levantaba no nos permitía verlos claramente, aunque
sabíamos que en él venían los comandantes acompañados de un grupo de personas
que formaban el componente de los países garantes. Primero, divisamos a Pablo Catatumbo y a
Victoria Sandino, después, fueron bajando otros camaradas que no conocía, pero
ya había visto en televisión. Algún
camarada exclamó ingenuamente: ‘Miren, llegó un delegado de China’, y quienes
alcanzamos a escucharlo sonreímos al ver que se trataba del camarada Pacho
Chino.
La jornada educativa se inició con
presentaciones en Power Point y, con la elocuencia que los caracterizaba, la
delegación se dispuso a darnos la primera pedagogía. Era muy bonito escuchar lo
que nos transmitían por sentir posible ese sueño. Aunque la consigna ‘Nada está
acordado hasta que todo esté acordado’ era un imperativo, ya había avances
considerables en cada uno de los puntos del acuerdo, por lo cual explicaban
punto por punto y, al final de cada intervención, venían las preguntas. Las
inquietudes eran muchas. Entre otras, recuerdo la preocupación que teníamos
sobre el cumplimiento de las garantías. No queríamos que se repitiera la misma experiencia de la
Unión Patriótica, o que nos fueran a encarcelar; también estaba la duda
de si la dejación de las armas era en últimas su entrega. Esto se reiteraba
porque la relación del guerrillero con el arma era muy fuerte, era la vida
misma, era un símbolo de lucha y resistencia, además, sin ella nos sentíamos
frágiles, aunque nuestro valor no se representaba por el solo hecho de
portarlas, sino por la justeza de nuestros propósitos.
Particular impresión me generó la charla
de Victoria, una de las guerrilleras que conformaba la comisión de La Habana,
sobre el trabajo de las mujeres en Cuba. Se escuchaba en rumores de corrillos
que ‘en La Habana estaba pasando algo raro con las viejas que estaban allá’,
algo así como que se estaban volviendo locas. Ya en su conferencia, Victoria
nos explica cómo se va configurando la Comisión de Género de las Farc y la Subcomisión
de Género de las Mujeres que representaban al Gobierno. Fue un trabajo arduo
que pocos compañeros entendieron. Las camaradas aparte de las responsabilidades
que cada una asumía en la delegación, se levantaban desde la madrugada a
estudiar lo relacionado con la cuestión de género y a organizar los argumentos
para sustentar la idea de que se debía incluir como algo transversal a todo lo
pactado. Lo propuesto por las compañeras dio frutos y se logró posicionar, lo
cual era necesario, ya que sobre los hombros de la mujer ha caído el gran peso
del conflicto.
A la par de la pedagogía, hubo una reunión
de los comandantes del Bloque Occidental Alfonso Cano, en la que determinaron
que debía trasladarme a la unidad guerrillera Manuel Cepeda Vargas, pues el
camarada que estaba al frente de dicha unidad debía desplazarse a La
Habana. Aunque durante toda mi vida
guerrillera estuve acostumbrada a estar en distintos frentes, fue un reto
cambiar de unidad en este momento del proceso, lo que asumí con gran
disposición, esmerándome por aportar en lo que más pudiera.
El 2 de octubre fue uno de los momentos
más duros
Para ese entonces ya había de facto casi
un cese bilateral. Sin las afujias de la
guerra, buena parte de la actividad estaba destinada al estudio, y en
particular debíamos conocer y debatir las tesis preparativas para la discusión
en la Décima Conferencia. Las Farc-EP siempre fuimos una guerrilla
caracterizada por el cumplimiento de los lineamientos y orientaciones emanadas
de las instancias superiores en el marco del principio leninista del
centralismo democrático. Por ello, no fue difícil asimilar los grandes cambios
que se venían dando. Nos levantábamos
como siempre a las 4:50 de la mañana y a las 5:15 ya estábamos en las aulas
leyendo las tesis y los documentos de La Habana. Realizamos una gran asamblea
donde escogimos a los delegados para participar en la Décima Conferencia, que
fue la última como organización armada. En las Sabanas del Yarí, en los Llanos,
se iban a recoger los aportes de las asambleas de todas las estructuras de las
Farc-EP, de civiles y militares, de la ciudad y del campo. Esta conferencia fue
de gran importancia.
El país y el mundo tenían los ojos puestos
en lo que pasaba en La Habana, pudimos constatar que la construcción de los Acuerdos
de Paz fue participativa, sobre todo por recoger las propuestas y aspiraciones
de la sociedad colombiana y de las organizaciones sociales. Fue un acuerdo
único en el mundo por incorporar muchos aspectos de avanzada, como la
Jurisdicción Especial para la Paz y la inclusión de las víctimas como
principales participantes. Por ello, sentimos que el Acuerdo fue incluyente y una obra magnífica que debió
implementarse a cabalidad. Este Acuerdo se construyó para beneficiar al
pueblo colombiano en general, no solo a los combatientes, pero hasta el día de
hoy, el gobierno y los medios de comunicación han tergiversado toda la
verdadera información, impulsando a que las personas sigan rechazando el
proceso de paz.
Entre tanto, desde las montañas de
Colombia, las jornadas de estudio alimentaban nuestra esperanza, las reuniones
con las comunidades nos daban más moral, y en este ambiente de paz hicimos
rumbas como dando la bienvenida a una nueva era. En nuestros campamentos se encontraban
también unos camaradas que habían tomado un curso para comenzar su misión de
hacer parte del Mecanismo de Monitoreo y Verificación en varios departamentos,
y junto a ellos hicimos pedagogía con las comunidades de la región. Fue una
experiencia maravillosa el sentir la gran aceptación de las comunidades que,
aunque con temores, tenían gran disposición para acompañarnos en el camino de
la búsqueda de la paz.
El 2 de octubre de 2016 llegó uno de los
momentos más duros del proceso de paz, fue el día que se votó el plebiscito,
donde el pueblo colombiano debía expresar, dando su voto en las urnas, si
estaban de acuerdo o no con los acuerdos. Rechazábamos la idea de que se
realizara, pues si el Gobierno en verdad quería implementar el Acuerdo de Paz
no era necesario un plebiscito. Era
claro que, aunque Juan Manuel Santos se distanció de Álvaro Uribe al inicio del
proceso, su intención fue
dejar lo relacionado con el proceso en manos de la derecha y que ella usara
todas sus artimañas para quitarle su carácter progresista y democrático.
Los delegados que viajaron a la Décima Conferencia jamás imaginaron que
vivirían la incertidumbre generada por el resultado. Muchos camaradas nos
contaban al llegar de los Llanos y al darse cuenta de que ganó el ‘NO’, que ya
estaban alistándose para devolverse por la trocha, porque sentían la
incertidumbre de lo que pudiera pasar después de esta decepcionante votación.
Desde este momento la derecha y todos los
defensores de la oligarquía del país comenzaron a desdibujar el sentido del Acuerdo
de Paz o, dicho de otra manera, comenzaron a ejecutar el plan de hacer trizas
todo el proceso para dar fin al conflicto.
El Estado colombiano
incumplió el Acuerdo y desde ese momento asistimos a una reedición de la
política de exterminio en los tiempos de Uribe. Ha sido muy doloroso
corroborar y enfrentar esta realidad.
Cuando el Estado colombiano firmó el Acuerdo
de Paz, aceptó que existen unas causas históricas que dieron origen al
conflicto interno, nuestra lucha siempre fue por superar esas causas, porque no
soportamos las injusticias ni la desigualdad social, llevamos la revolución en
el corazón. Luego, vinieron los asesinatos a los firmantes del Acuerdo, y mucha
gente comenzó como siempre a justificar estos tristes hechos. Escuchábamos
decir: ‘Por algo lo mataron’. Y la realidad era que todo se daba por la falta
de compromiso y garantías del Gobierno con nosotros. Sí, nos sentíamos
desprotegidos. Poco a poco la sangre se fue convirtiendo en ríos que llevaban
el gran lamento de haber segado la vida de quienes decidieron dejar las armas
para apostarle a la paz. Quienes tuvimos el honor de pertenecer a la guerrilla
de las Farc-EP sabemos que una cosa es morir en el campo de batalla y otra es
ser asesinado cobardemente. ¿Qué
clase de Estado es este que desarma a una guerrilla que no estaba derrotada
para luego dar paso a un plan de exterminio en contra de los firmantes
que se comprometieron con su pueblo y cumplieron con la ilusión de ver un
cambio en su país?
Con mucha nostalgia, pero con la dignidad
que nos caracteriza como revolucionarios, digo que un Acuerdo de semejante
trascendencia histórica no puede quedar en letra muerta. Colombia debe entender
que la doctrina del odio es alimentada para enriquecer los bolsillos de la
clase que está en el poder, la guerra con todo lo que conlleva no es la
solución al conflicto social que sufre el país. Por esto, es necesario que nos
juntemos todos y nos organicemos, porque el pueblo unido es más fuerte, y así
nuestro propósito de construir un país que viva en paz con justicia social
permanezca intacto”.
(*) Estudiante de comunicación social y
periodismo de la Universidad del Valle.
Cali, Colombia, miércoles 3 de junio de 2020.