¿Qué es la globalización?
Iniciamos en esta edición la publicación de una serie de ensayos escritos por el economista Arcadio José Guzmán sobre la globalización y el neoliberalismo. El tema es de vital importancia en el mundo de hoy, dejado al juego devastador de las “reglas del mercado” y de los intereses de las grandes corporaciones transnacionales, convertidas en la principal forma de injerencia neocolonial en los países de economías dependientes.
En las tres últimas décadas ha aparecido en el mundo una “nueva economía”. Por primera vez en la historia, el planeta entero está dominado por un nuevo tipo de capitalismo envuelto en redes informáticas. Capitalismo transnacional, que algunos ingenuos llaman “globalización”.
Globalización es una palabra de origen inglés, más americana que británica, y como la cultura dominante actual es la estadounidense, dicho término se ha instalado cómodamente en nuestro vocabulario. Esencialmente pretende significar que ahora somos más interdependientes, gracias a internet y demás desarrollos tecnológicos comunicativos e informáticos, que cada día nos parecemos más unos a otros, gracias al predominio del estilo cultural posmoderno, y que vivimos en una sola economía, gracias a la integración informática de los mercados sometidos a la hegemonía neoliberal. En suma, que el mundo es ahora una pequeña aldea, una “aldea global”.
A lo anterior, los posmodernos, misioneros de la “globalización”, agregan que esta es una “nueva era” dominada por el conocimiento y la información; que es el fin de la historia y de las ideologías; que nada tiene una naturaleza intrínseca, una esencia real; que todo lo que parecía sólido, se esfuma en el aire; que la política y el Estado se extinguen, y que lo único que podemos esperar es una evolución “natural”, sin propósito ni significado, sujeta al azar de las “benéficas leyes” del mercado. Es decir, que estamos en una globalización “feliz”, en un mundo para siempre libre y justo.
Estas son las cartas credenciales de la “globalización”, amontonadas en un discurso nihilista y confuso, extraña mezcla de pesimismo político cultural y ligero entretenimiento que, autorizado por una invisible y omnipotente política ideológica, pretende atrapar y paralizar en su telaraña de fábulas cualquier germen de pensamiento crítico.
Pero, en realidad, la “globalización” no es solamente el amasijo de economía neoliberal, revolución comunicativa y cultura posmoderna. Es, sobre todo, un proyecto político, dirigido por empresas e instituciones financieras transnacionales, que opera en cada país en contra de los objetivos del desarrollo nacional. No es, en modo alguno, un acontecimiento “natural” sino el resultado de una política consciente orientada a esos fines y cuidadosamente construida, tratado a tratado, ley a ley, por el G-8 (Estados Unidos, Canadá, Reino Unido de Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, Japón y Rusia) y los organismos “globales” a su servicio (Fondo Monetario Internacional, FMI; Banco Mundial, BM; Organización Mundial de Comercio, OMC).
Estas instituciones (armadas con el dogma neoliberal, según el cual las corrientes “libres”, de capital, comercio e información y la desregulación estatal, producen el mejor resultado para el bienestar humano) emprendieron en la década de los 80 del Siglo XX, una guerra de liberación del capital que aún sepulta a los países del sur en la miseria.
Para estos propósitos, el neoliberalismo se complementa con el “internacionalismo”, que fue un planteamiento de los socialistas contra los capitalistas, y es ahora patrimonio ideológico del capital transnacional que, en todo el mundo, se enfrenta a los trabajadores y al Estado Nación. La actual internacional del capital desquicia estados y sociedades enteras, pues amenaza con fugas de capital y envía sus ganancias a los paraísos financieros, si los gobiernos no le conceden apertura de mercados, privatización del sector público empresarial, reducciones de impuestos, aumento de subsidios multimillonarios o infraestructura gratuita.
El derrumbe del Bloque del Este le dio un impulso gratificador a estos “globalizadores” que, liberados de la amenaza de la dictadura del proletariado, se dedicaron a construir la dictadura del mercado: los mecanismo de poder y fuerza con que su Consejo de Administración (FMI, BM, OMC) exprime el excedente económico mundial.
Las instituciones ademocráticas
Como si lo anterior no fuera suficiente, perfeccionando la empobrecedora estrategia neoliberal de las organizaciones “globales” y articulándose con ella, se multiplican en cada país las llamadas instituciones “ademocráticas”, que son independientes de los organismos políticos democráticos y jurídicamente irresponsables ante ellos. Una institución ademocrática típica es la banca central, independiente del gobierno. En Colombia, por ejemplo, la Constitución Política de 1991 establece que el Banco de la República está organizado con autonomía administrativa, patrimonial y técnica, sujeto a un régimen legal propio. Además dice que: “El legislador en ningún caso podrá ordenar cupos de crédito a favor del Estado o de los particulares”.
Y si no es el legislador el que decide sobre asuntos vitales como éste, ¿entonces quién?
Aquí aparece, una vez más, la delirante apelación neoliberal al mercado, “animal fantástico”, que tiene el don sobrenatural de engendrar por sí mismo la mejor sociedad posible. De aquí mismo se deduce, “lógicamente”, que la intervención del Estado solo sirve para trastornar esa delicada armonía social. A no ser que se trate de mayor intervención estatal para abolir libertades, derechos sociales y garantizar la acumulación del capital transnacional; y menor intervención del Estado para hacer justicia social. Los voceros de la “globalización” que responsabilizan a los trabajadores de la crisis económica y social, señalan también que el gran “defecto” de la democracia consiste en que genera presiones “irresponsables”, que dan lugar a “excesivos” regímenes de seguridad social y “costosos” sistemas públicos de educación y salud. Y afirman: “Esos gastos están por encima de nuestras posibilidades, y agudizan el déficit fiscal”. Por tanto, según ellos, la democracia va en detrimento de la eficacia del sistema para cumplir su “auténtica” responsabilidad: el pago de la deuda externa y el equilibrio fiscal que lo garantice, para poner a salvo el sector financiero transnacional.
Al mencionado “defecto” de la democracia, se agrega el desprecio por ella, característica cardinal del pensamiento neo institucional, que ahora ocupa un lugar de honor en el FMI y el BM como la tabla de salvación del neoliberalismo. Según Gary S. Becker, neoliberal neo institucionalista y premio Nobel de Economía: “Sólo los estados que se encuentran institucionalmente protegidos frente a esas presiones pueden resistir, los Estados democráticos no lo están”.
Hablando en cristiano, ese es un llamado a la realización de cambios institucionales (“reglas del juego”) que garanticen el eficiente funcionamiento del mercado (“benéfico para toda la sociedad”). Así sea a costa de sacrificar no solo la democracia sino también el estado social de derecho. Pues, según el punto de vista neoliberal neo institucionalista, los estados más eficaces son aquellos que gozan de mayor autonomía frente a los ciudadanos y, a falta de una “buena” dictadura, el mejor recurso es hacer violencia institucional, al liquidar, por reforma “legal”, los derechos sociales fundamentales contenidos en los, a su juicio, “irresponsables” e “inviables” regímenes de seguridad social existentes.
Así, el capitalismo transnacional, neoliberal y neo institucionalista, “globalizante” y darwinista, destruye el estado social de derecho y la democracia.
En consecuencia, gobiernos y políticos ven cómo su poder para configurar la evolución de los acontecimientos se reduce continuamente. Da igual si hay que respetar la justicia social, proteger el medio ambiente, o desarrollar la educación y salud públicas. En todas estas cuestiones vitales que afectan el futuro de los pueblos los gobiernos se limitan a plegarse a las abrumadoras presiones de la economía transnacional. La única “globalización” realmente auspiciada por ellos es la financiera y la del discurso neoliberal, no la de los derechos humanos, económicos y sociales; la de la justicia, ni la del desarrollo sostenible; que son despreciadas y tratadas como retórica hueca. Hablando claro, auspician una “globalización” mutilada y de espaldas a la democracia.
Pero, a todas estas, si los mercados son los que mandan en todos los espacios de la vida social, y se sobreponen a las decisiones de los representantes elegidos, hay, efectivamente, un desplazamiento de poder, desde los gobiernos a los mercados. Así, la democracia pierde su legitimidad. Entonces: ¿para qué votar si la política del gobierno no es determinante para el bienestar de los ciudadanos? ¿Para qué votar si la política se ha convertido en un juego impotente ante la acción anónima e irresponsable de los operadores del mercado? ¿Para qué votar si la única opción de vida económica es la neoliberal?
Bajo el sol del desierto de la “globalización” se derriten la democracia y el estado social de derecho. Por eso mismo se le debe llamar globalización capitalista neoliberal y posmoderna.
(*) Economista de la Universidad del Valle (Colombia), magister en economía del Cide de México. El texto apareció originalmente en la revista Fonvalle Informa, del Fondo de Empleados Docentes de la Universidad del Valle, edición No. 17, agosto de 2008, pp. 8-10.
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