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martes, 22 de febrero de 2011

3.- Análisis. El norte de África y el Medio Oriente

Las  rebeliones blancas

El proyecto iraní, de defensa soberana con la disuasión nuclear y la obtención de un mejor posicionamiento geopolítico, puede encontrar en esta coyuntura de rebelión popular transfronteriza el mejor momento para aprovechar  la furia de  las naciones y conducir las reclamaciones hacia la cohesión chiita,

Por Alberto Ramos  Garbiras (*)
Algunos medios de comunicación se refirieron a las revueltas en Túnez y Egipto con el calificativo de revoluciones blancas. Similar situación se está presentando en Argelia, Yemen, Jordania, Libia, Marruecos, Siria, Bahréin, Irán y otros  países del área. Son manifestaciones masivas de rechazo a largos gobiernos dictatoriales, donde las libertades individuales han estado coartadas, la pobreza, el desempleo y la falta de oportunidades se han extendido.

No son revoluciones porque éstas implican acciones de aparatos armados que las promuevan para transformar las estructuras sociales, económicas, jurídicas y políticas de un país. En este caso del despuntar del 2011 la sociedad civil se está levantando en la zona árabe contra medidas de excepción prolongadas y por el desempleo creciente sin desafíos armados. Entonces son rebeliones populares blancas, no sangrientas, pero efectivas. No se inician con actos sangrientos y no hay actores colectivos armados conduciendo los reclamos. Los hechos de sangre son saltuarios, no son la constante y los provocan los infiltrados, los esbirros. Y lo más llamativo es la juventud árabe macartizada en occidente por sus rasgos, como terroristas, los que sin salir con armas a las plazas públicas, están propiciando los cambios sociales y políticos con una celeridad impresionante.


Las movilizaciones no las están promoviendo los partidos políticos, aunque no son ajenos a ellas, es la sociedad civil la que se moviliza, convoca a través de las redes sociales y se expresa inicialmente sin violencia. Los actos violentos se presentan por el choque con las fuerzas militares o por infiltrados provocadores enviados por el régimen que teme perder el poder, como ya pasó en Túnez y Egipto. Son rebeliones que en ciencia política son tratadas en la mayoría de los casos como una manifestación de rechazo a la autoridad establecida, con plantones, mítines, huelgas, marchas cívicas, paros, revueltas, levantamientos de la población inconforme; conllevan desobediencia  civil. Si no son atendidos los reclamos pueden ser el germen de una insubordinación general y hasta de una guerra civil o de una revolución. ¿Pero cuál es la diferencia entre rebelión y revolución? Nadie lo ha expresado más certeramente que Ortega y Gasset. “La rebelión se alza contra los abusos, la revolución contra los usos. La rebelión lucha por reducir los abusos de un sistema político, la revolución por aplastar a ese sistema”.

Héctor Farina  dice que la actitud rebelde es siempre un principio para el cambio, pero esto no implica que la acción sea revolucionaria. De rebeldes a revolucionarios hay una distancia considerable, aunque unos y otros estén emparentados por los lazos del principio de oposición a una situación, modelo o sistema. Dice Octavio Paz que un término similar es “revuelta”, con la que se refiere a algún movimiento colectivo en contra de algo o alguien,  como mecanismo de reacción frente a una figura de poder. En cambio, la “revolución” es el cambio radical de un estado de cosas y puede ser el resultado de la rebeldía y las revueltas convertidas en un sistema nuevo, que reemplace al anterior. La revolución es una transformación que va más allá de la rebeldía y que puede darse en numerosos ámbitos, como en lo político, lo económico, lo social o lo cultural, entre otros. (www.vivaparaguay.com).
El caso egipcio
Gobiernos como el de Mubarak, sostenidos con una férrea posición militar que apuntaló un prolongado estado de emergencia, una variables de los estados de excepción, pierden legitimidad y la población no los soporta porque el maquillamiento institucional no es garantía para aguantar la vida diaria. Paradójicamente, el aparato de fuerza que sostiene a un Estado se basa en la legitimidad y aceptación de los gobiernos que se suceden, o reemplazan a los anteriores. Pero cuando el Gobierno se prolonga, el aparato de fuerza se vuelve el sostenedor del autoritarismo. La fuerza hace eficaz al derecho, pero cuando las instituciones funcionan con aceptación. Una cosa es el derecho válido, vigente, otra cosa es el derecho sin aceptación  por el desgaste de un gobierno, allí la fuerza se torna repelente, y su actuación sin consentimiento de las mayorías lleva al terror de Estado.

En el Norte de África y el Golfo Pérsico la sociedad civil está presionando para salir del rígido autoritarismo gubernamental con estados de excepción o gobiernos de restricción, en esos países quieren pasar a una etapa de reformas constitucionales con transformaciones institucionales democráticas. Estamos presenciando en vivo  por los canales internacionales y  la internet, la extensión de la democracia occidental a esos estados con gobernantes inamovibles enquistados en el poder desde hace 20, 30, o 40 años; transformaciones con rebeliones blancas, al lomo del constitucionalismo occidental, para salir de reinos, emiratos, y faraones supérstites. El analista español Luís Prados, en una columna titulada “Thomas Jefferson y la media luna”, hizo esta reflexión: “¿Dónde quedan ahora las cumbres euromediterráneas y toda su retórica? ¿Dónde aquella Alianza de Civilizaciones en la que participaban turcos y persas y faltaban los árabes más allá del papel testimonial de la Liga Árabe? ¿Cómo era posible que Ben Ali y Mubarak, calificados ya sin contemplaciones de dictadores y cleptócratas, fueran miembros de la Internacional Socialista?” El interrogante es válido porque dentro de la política de alianza de civilizaciones para oponerla al choque de barbaries, estos dos gobernantes, de Túnez y Egipto, eran tenidos como demócratas, y el pueblo los sacó por todo lo contrario.

La dimisión de Mubarak no garantiza de ipso facto el funcionamiento de la democracia. Los militares empotrados en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas fueron validados por el mismo gobernante octogenario para no perder del todo los contactos con el poder y para retirarse sin incursiones judiciales; y el gabinete ministerial que administra también lo dejó instalado el Presidente saliente.

La Constitución egipcia no le coloca límites a la reelección presidencial, por esta razón a pesar de ser una república, el excesivo presidencialismo de origen militar llevó al autoritarismo. Y a una  “democracia” multipartidista de enunciado, pero en la práctica impera el monopartidismo. La reforma del 2007 reforzó los poderes del Presidente que actuaba como Faraón. La constitución egipcia funcionaba como parapeto al autoritarismo. La reforma constitucional emprendida rápidamente con la designación de un comité de reforma constitucional es un buen síntoma de que al parecer los militares no se quedarán en el poder cooptando a otro militar autoritario.

Después de año 1979 el fundamentalismo islámico se expandió en Egipto. Se colige que el temor de la clase dirigente egipcia y de los militares que acompañaron al mismo Mubarak, es el eventual ascenso al poder de los radicales islámicos, aprovechando la explosión social desatada. Por ello se podría prever una reforma constitucional light, limitada, para no ampliar los espacios a las fuerzas políticas de la oposición.

Distinguidos catedráticos y reconocidos juristas están en el Comité de Reforma, entre ellos: Al Beshri, Atef al Banna, Hasanein Abdel Aal, Mohamed Bahi Yunes, Sobhi Saleh y los magistrados Mahi Sami, Hasan al Badrawi y Hatem Bagato. Empero, la premura para obtener la reforma no se compadece con la necesidad de una nueva arquitectura constitucional egipcia. Los ocho juristas eximios tienen además otro corsé: Se circunscribirán a plantear la reforma a cinco artículos de la Constitución, todo sujeto a la anuencia del Consejo Supremo antes del referéndum. El Comité tiene poderes como si fuera una Asamblea Constituyente, porque la cúpula militar disolvió el 13 de febrero el parlamento y suspendió la Constitución. El Parlamento estaba recién elegido con muchos cuestionamientos por el recorte que se hizo a la participación de las fuerzas opositoras. La instancia que modulará, aprobará, modificará  las normas de reforma que propongan los académicos y juristas, es la cúpula militar que luego someterá las reformas bajo  un referéndum popular que apruebe o desapruebe.

El diario El País de Madrid reseñaba que “Las reformas que la oposición y los manifestantes reclamaban con más insistencia son limitar a un máximo de dos mandatos la reelección ahora ilimitada del Presidente; eliminar buena parte de los inalcanzables requisitos que se exigen para ser candidato presidencial; restablecer el control judicial para evitar el fraude; eliminar la prohibición de que se presenten partidos con base religiosa y, finalmente, eliminar de la Ley Fundamental la normativa antiterrorista que viene a perpetuar el estado de excepción vigente desde 1981 al permitir los juicios de civiles en tribunales militares”. La libertad de prensa es otro anhelo de los egipcios.

El  jefe militar Tantawi anunció que serían diez días, lo cual es insuficiente pero los líderes de la rebelión blanca se mantienen entre optimistas y escépticos. Este escepticismo se explica porque el calendario electoral es para septiembre, y en siete meses muchas cosas pueden variar: entonces, la reforma debe remozar la democracia estática que tienen.

Mubarak se mantuvo en el poder desde 1981 con una imagen de moderado y buen componedor frente a la compleja geopolítica de la zona. Como un aliado incondicional de los EEUU. En Egipto no hubo golpe de estado, el retiro de Mubarak se produjo por la presión de las masas; el ascenso de la cúpula militar buscó amainar las protestas, ofrecer una transición pacífica con reforma constitucional, y permitirle una salida incruenta al Presidente, sin enjuiciamiento inmediato.
Libia, Bahréin e Irán
En Libia el ejército desde el comienzo de las revueltas empezó a disparar contra algunos manifestantes para espantar a la multitud, difundir el pánico y disuadir para que otros no salgan a protestar. Un acto de terror estatal contra manifestantes pacíficos que salieron a las calles no solo de Trípoli, sino de Bengasi, Jalu y otras diez ciudades. El señor Muamar El Gadafi, empotrado en el poder desde hace 42 años, decidió atacar con esbirros, francotiradores y bombardeó a los rebeldes, en un acto de desesperación por conservar el trono que logró cuando derrocó al rey Idris Senussi, en 1969. Gadafi es el único gobernante de esta zona que no ha sido pronorteamericano.

En Bahréin, una muestra bonsái de la explosión social árabe contra el despotismo y el bonapartismo, el pueblo en la plaza de Manama ha expresado que acepta el sistema de monarquía constitucional, pero con menos poderes para el rey Hamad Al Jalifa. Consideran así que la reforma del 2003 fue escasa porque la Monarquía viene desde el Siglo XVIII. Los parlamentarios chiitas ya piden el tránsito hacia la democracia. Bahréin es un emirato donde funciona una base militar norteamericana (la Quinta Flota) y limita con Arabia Saudí. La familia real ocupa 11 de los 23 ministerios. Gobierna una familia sunita, pero la mayoría de la población es chiita. En Arabia Saudí todavía no hay partidos políticos, esta es una muestra de cómo es nula la participación ciudadana en las decisiones estatales.

Expresó Xavier Serbia que “Aunque para muchos en Estados Unidos lo de Egipto pareciera distante, para aquellos que vivieron o estudiaron los eventos a finales de la década del 70 saben los efectos que desataron en Medio Oriente. La revolución iraní y la guerra iraní-iraquí tuvieron una seria influencia en los precios del petróleo afectando la economía norteamericana que estaba en plena producción después de haber salido de una recesión en 1975”. La última crisis financiera mundial y, sobre todo, la grave situación económica que empezó a atravesar EE.UU. después de la terminación del gobierno de George Bush Jr. no ha concluido, de tal manera que si el cambio de gobiernos en la zona petrolera árabe lleva a una elevación en los precios del barril de petróleo, Norteamérica no se repondrá.

El proyecto iraní, de defensa soberana con la disuasión nuclear, y la obtención de un mejor posicionamiento geopolítico, puede encontrar en esta coyuntura de rebelión popular transfronteriza el mejor momento para aprovechar  la furia de  las naciones y conducir las reclamaciones hacia la cohesión chiita, ganando adeptos, so pretexto de protegerlos de las represiones desatadas, y buscando el ascenso al poder de los partidos políticos islámicos. Al mismo tiempo aprovechando la debilidad de EE.UU. ante el desplome de sus gobiernos-bastiones.

Entonces, es lamentable para el liderazgo de Barack Obama haber perdido la oportunidad histórica de simpatizar abiertamente con la ola de las rebeliones blancas para introducir los cambios democráticos en la región árabe. Las dubitaciones en las declaraciones de éste y el Departamento de Estado se explican por los intereses económicos que tienen en la  en la zona con los emiratos y gobiernos aliados, también con los autócratas por la geopolítica norteamericana  desarrollada  sobre los enclaves petroleros. La  protección a ultranza de Israel  que ha hecho EE.UU. condujo a la crisis en el manejo de la política exterior. El halo demócrata del presidente Obama se derrumbó en esta coyuntura histórica. Le queda el de reformista hacia adentro.

(*) Magister en Ciencia Política, Universidad Javeriana. Profesor de Ciencia Política, USC y Universidad Libre.

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