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martes, 22 de febrero de 2011

5.- Opinión. La perversión de la política regional

La amenaza del clientelismo

Indudablemente que en ciudades como Pereira, Armenia, Manizales, etcétera, el valor del voto se habrá encarecido ante el desempleo, la informalidad y la pobreza, un círculo vicioso que a la postre premiará a los candidatos que más estén forrados en dinero, provenga de donde provenga.

Por Carlos Alfonso Victoria M. (*)
El clientelismo ha sido la ruta que ha conducido a la destrucción de las instituciones por parte de todo tipo de mafias. La para-política es un ejemplo elocuente. Las recientes denuncias de la MOE de riesgo electoral  es una advertencia más sobre el poder de las maquinarias y asociaciones para delinquir, en las que se han convertido algunas facciones políticas. Según la Misión de Observación Electoral, 1 de cada 4 votantes conoce a alguien que ha vendido su voto. (http://www.moe.org.co/webmoe)

En el contexto regional, es un atavismo inoculado en los tuétanos de una sociedad sometida por caciques y gamonales. En el presente, por “una sociedad de capos…”, y no propiamente de dirigentes, como alguien lo ilustraba en las redes sociales.  Y es que el clientelismo es la esencia de una cultura política asociada a la caza de rentas públicas, por parte de ilustrados y plebeyos, de empresarios y peones. Es el contrato social mediado por ambiciones en el que se diluye la naturaleza pública del Estado y lo que se parezca.

El clientelismo, históricamente, ha sido el atajo de la inclusión social, ante las oprobiosas discriminaciones e incapacidad del modelo para redistribuir el ingreso. La cultura de la “palanca” y el padrino han reemplazado los mecanismos de participación ciudadana y las oportunidades para todos. Las prácticas políticas están asociadas a la esfera perversa de atajos, lealtades, favoritismos, etc., dando paso a una hiedra que lo envuelve todo: la Polimafia, una suerte de arreglos ilícitos, a decir del profesor Gambetta (2010) entre partidos y delincuentes, incluidos los de cuello blanco.

Las redes de clientela hoy por hoy son la base del poder político, con recursos públicos, privados e ilícitos, y por tanto los amos del capital electoral que se reproduce bajo la racionalidad de la política como un simple mercado de votos, como bien lo argumenta en sus estudios el profesor Adam Przeworski. Nuestras elecciones no son propiamente ni limpias ni competitivas, violan cualquier  canon que se respete en el contexto normativo de la democracia representativa. Es ante esta realidad que se enfrenta el voto a conciencia, el voto libre frente el voto capturado, comprado, vendido y prostituido.

En vísperas de conmemorarse los 20 años de la Constitución de 1991, una de las tantas promesas incumplidas de la Carta Política ha sido la de transformar al cliente en ciudadano para que nuestra sociedad tramitara sus conflictos y reivindicaciones en el plano de los derechos y no el circo de los favores. Sin embargo, la clase política tradicional se acomodó en el tablero local, haciéndole reingeniería a la democracia de clientelas (F. Gutiérrez, 2007). Hoy la democracia participativa es un saludo a la bandera, porque cuando busca disputar decisiones de fondo es estigmatizada de “alterar el orden público…”.

En las pasadas elecciones presidenciales la compra de votos en favor del actual Presidente se expresó de múltiples formas: contratación de hijos de “lideres” de barrios pobres (Villa Santa Ana); promesa de subsidios  a madres comunitarias; plata en efectivo (voto a $ 20.000); mercados a cambio de presentar contraseñas, etc. Estas y otras denuncias se hicieron públicas y lo más grave no solo fue la permisividad de las autoridades, sino la impunidad absoluta por parte de los organismos de control, ante las denuncias y evidencias.

En el caso regional es voz populi que las campañas se arman de dineros y no de ideas; que los programas y tesis han pasado a un segundo plano. La primera pregunta que surge es “y cuánto vale la campaña?”  Indudablemente que en ciudades como Pereira, Armenia, Manizales, etc., el valor del voto se habrá encarecido ante el desempleo, la informalidad y la pobreza, un círculo vicioso que a la postre premiará a los candidatos que más estén forrados en dinero, provenga de donde provenga.

Según la Misión de Observación Electoral, el empleo, la corrupción y los derechos humanos, son los tres temas fundamentales que les preocupan a los habitantes de Pereira (la investigación incluye a Manizales, Armenia e Ibagué). Este dato da una pista valiosa sobre lo que pueda suceder en octubre de este año, es decir si los ciudadanos elegirán libremente y a conciencia, votando por partidos y candidatos que le ofrezcan reales oportunidades económicas, lucha contra la corrupción y respeto por la vida.

Regresando a Przeworski, dejo una de sus reflexiones: “Poder comer y poder hablar, no sufrir hambre ni represión… son los valores elementales que deberían caracterizar a cualquier democracia moderna…”, porque –entre otras cosas– los ideólogos del clientelismo regional se ven sorprendidos, alterados y bastante preocupados porque cada vez más hay ciudadanos liberándose de las garras  electoreras. Hay que hablar sin miedo en la tierra donde el voto vale un tamal, una teja o un “Dios le pague…”.

(*) Profesor universitario.

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