El Imperio dictó su ley
Por Luis Alfonso Mena S. (*)
La “Cumbre de las Américas”, realizada en Cartagena entre el 13 y el 15 de abril a un costo de más de $20.000 millones, sólo sirvió para que EE.UU. dictara de nuevo su ley, al impedir la expedición de una declaración final, y para que Juan Manuel Santos escenificara su show.
El nuevo emperador, Barak Obama, se atravesó, como era de esperarse, a un documento en el que la mayoría de los mandatarios rechazaba la exclusión decretada contra Cuba y apoyaba el reclamo hecho por Argentina de su soberanía sobre las Malvinas.
Así, la cumbre terminó lánguidamente, sin la asistencia de los presidentes de Ecuador, Nicaragua y Venezuela y con la partida prematura de los mandatarios del Perú, Bolivia y Argentina.
Cristina Fernández, jefe del Estado gaucho, salió indignada por la imposibilidad de una condena a la anacrónica política colonialista del imperio inglés que se niega a devolver las islas Malvinas y por la falta de apoyo del presidente colombiano, su anfitrión, a la justa reivindicación.
Santos había buscado por todos los medios sacarle partido al encuentro y darse ínfulas de “progresista”, sin serlo ni política ni socialmente, al tiempo que le servía en bandeja de plata a Barak Obama normas aprobadas a todo vapor para que ruede la aplanadora del TLC.
Montó una cumbre alterna de bolsillo, con centenares de “delegados” del continente que no se sabe cómo fueron elegidos, y se apropió del concepto de actores sociales.
Su “cumbre social” no pasó de ser otro escenario de lugares comunes sobre la pobreza, simultánea con la cumbre empresarial, especie de rueda de negocios de la élite criolla congregada para tomar whisky y venerar al capital, génesis de la pobreza.
Mientras tanto, la verdadera cumbre alternativa, la de los Pueblos, convocada por organizaciones populares y el Polo Democrático, era invisibilizada por los medios masivos de comunicación, que andaban ocupados maquillando la realidad y describiendo guayaberas de burócratas y carrozas de primeras damas.
El espectáculo mediático fue patético: de los noticieros radiales y televisivos salían chorros de melcocha y aplausos a la sonrisa, el ‘blazer’, el trotecito del emperador gringo, al tiempo que se comentaba “lo bien parada” que quedaba Colombia.
Obviamente se evitó hablar de los trabajadores del centro de Cartagena a quienes se les negó el derecho a ganarse el sustento porque la ciudad se encontraba en estado de sitio, sometida por miles de agentes, incluidos los doce espías de la CIA, custodios de Obama, repatriados por su Embajada luego de una bochornosa jornada de prostitución, alcohol y golpes.
Razón tuvieron los mandatarios de la Alianza Bolivariana de Nuestra América, Alba, que expidieron, liderados por Venezuela, una resolución en la que anunciaron su decisión de no volver a más cumbres mientras se siga degradando a un país hermano. Recogieron el digno ejemplo del presidente Correa, de Ecuador.
Así, el show de Santos fue un plato para el consumo interno, pero sin resultados para los pueblos. Mientras tanto, el Imperio del Norte continuará sojuzgando naciones en nombre de la “democracia”.
(*) Director de PARÉNTESIS y del blog ¡Periodismo Libre!
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