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domingo, 12 de agosto de 2012

Análisis. Qué hay detrás del partido falangista de Álvaro Uribe



Caricatura de Opus: caricaturasopus.blogspot.com
 Invocar la pureza es incitar a la violencia

En neo lengua, siguiendo a  Orwell, el puro centro tiene todo menos de democrático, pero a la vez suplanta cada una de sus tres etimologías para transformarlas en un imaginario que pretende despercudir la esencia de sus actuaciones en materia criminal. No es puro porque sus manos están manchadas de sangre y de corrupción, y no es de centro porque sus postulados se inclinan a la extrema derecha

Por Carlos Victoria (*)
El recién creado movimiento político Puro Centro Democrático es la misma perra con distinta guasca. Es la estrategia de la extrema derecha de rebautizar la letrina y  proseguir en su tarea de ejercer hegemonía frente a los desafíos de una sociedad cada vez más azotada por la desigualdad. Apelar al fantasma de la amenaza terrorista es un truco que les funcionó, macabramente, durante los últimos años, mientras desinstitucionalizaban al país en medio de la violación de derechos humanos, la corrupción generalizada y lo peor: con el aplauso de millones de colombianos, quienes hicieron de la seguridad un auténtico credo.


Ahora el movimiento uribista apela a la noción de lo puro, como lo magnánimo, lo impecable, lo que no tiene mancha, en definitiva todo aquello que  representa lo incontaminado. Esa noción de pureza puede tener varias lecturas. Va una por cuenta de la antropóloga británica Mary  Douglas (2007) y otra por nuestro filósofo de la montaña Fernando González. Para la primera, la pureza riñe con la suciedad y el desorden. Para el segundo, lo puro  está ligado al legado de la religiosidad que  arropó con su manto las breñas de esa Antioquia puritana, camandulera y violenta que, invocando a Dios y María Santísima, fue  la pila bautismal del asesinato de miles de campesinos.

Ave María Purísima es un suspiro soslayado que heredamos de nuestros antepasados influenciados por la cruzada católica. La religiosidad popular lo destacó como un grito de batalla ante la herejía, incluyendo la liberal. La antioqueñidad, ligada a la servidumbre, hizo de  estas expresiones la lingüística de la conmiseración, de la ayuda. Pureza, además, fue el nombre con el que bautizaron a más de una muchacha con la pretensión de quedar inmaculada, virgen para siempre. Al final de sus años solo se oía quedaba un diminuto: Purita. La pureza revistada de sacralidad se transformó en una de la peor de las aberraciones que forjaron esa mentalidad moralista, mojigata y al final de cuentas, prodigando una ciudadanía precaria.

Pero también la pureza se vio manchada por otros nombres menos escolásticos como el de Virgelina, tal vez con la esperanza que no fuese tocada, y por el contrario adorada como las vírgenes que depuraron los pecados de los más recios montañeros, a la postre padrones de proles que sirvieron de carne de cañón para las guerras civiles del siglo XIX. Como bien lo documenta la historiadora Catalina Reyes (1996), tras el influjo mariano se castró a una generación de mujeres en su condición de beatas, solteronas y monjas de clausura, contra su propia voluntad, incitando por otro lado –como efecto perverso- la expansión secular de la prostitución en la capital antioqueña.

Por su parte, argumenta Reyes, los hijos del infortunio no siguieron siendo tratados como “perversos y malos”, sino como jóvenes simplemente. El virus  del mal dejó de ser un asunto moralista para ser despercudido a través de la pedagogía reformada, sobre todo para aquellos que  eran considerados “perezosos, indisciplinados, turbulentos y crueles”. Robar por necesidad, por ejemplo, fue calificado como delito  por miseria y hambre. De hecho los reformadores de la época procedieron a establecer un catálogo por grupos de niños y jóvenes problema: homosexuales, delincuentes, atrasados pedagógicos por “desordenes domésticos” y otros delitos, entre los que se incluían todo tipo de “desviaciones” de moral y conducta. Por esta vena llegaría Pablo Escobar.

Pureza y contaminación
Douglas en su texto Pureza y Peligro (2000) admite que la idea de pureza está ligada a la noción de orden. Ella prefiere la tolerancia con respecto  a la limpieza vs la suciedad. Todos sabemos qué pasó cuando Hitler invocó a la pureza de la raza, a la limpieza étnica. A mediados del siglo XIX aquí se apeló a la limpieza de sangre para ascender socialmente. En muchas de las calles de nuestras ciudades también se lavan la sangre de las víctimas de la limpieza social. El Puro Centro es una fabula de la higiene política: el uribismo necesita despercudir su inmediato pasado y lavarse las manos en agua bendita.

“La suciedad ofende el orden”, y eliminarlo está en su esfera. Es su obligación, subraya Douglas. La custodia del orden, a través de la seguridad democrática, explotó hábilmente la religiosidad y el misticismo de los colombianos. Ahora Santos, según Uribe, es una especie de Judas. Traidor, traidor, traidor le gritaba la caterva en el Club El Nogal. ¿Santos contaminó la pureza del uribismo? ¿Es un profanador? O simplemente una oveja descarriada que contamina la pureza de esa derecha golpista que retumba cada vez que estornuda a través de la gran prensa.

El Puro Centro es una fabula de la higiene política: el uribismo necesita despercudir su inmediato pasado y lavarse las manos en agua bendita.

El realidad puede resultar un apodo en el que se mezcla la redes de conspiración que se tejen desde lo más profundo de ese conservatismo que ha alimentado la cruzada  mesiánica del orden a como de lugar. La consolidación del Estado autoritario y la paz de los sepulcros, como viejas y extremas consignas asociadas al statu quo, son la esencia de sus aspiraciones: pro rico, pro gamonal y pro corporativismo. No hay contradicción porque, por otro lado, la Unidad Nacional busca lo mismo a través de procedimientos que apelan al viejo liberalismo tras mantener sus feudos electorales sustentados en la efectividad de las redes clientelistas.

En neo lengua, siguiendo a  Orwell, el puro centro tiene todo menos de democrático, pero a la vez suplanta cada una de sus tres etimologías para transformarlas en un imaginario que pretende despercudir la esencia de sus actuaciones en materia criminal. No es puro porque sus manos están manchadas de sangre y de corrupción, y no es de centro porque sus postulados se inclinan a la extrema derecha, el lugar favorito de esa clase dirigente que históricamente ha tramitado a través de la violencia -del Estado y partidista- lo que por otros medios ha sido incapaz. El aplazamiento de la reforma agraria es uno de los listones.

Todavía retumban en la memoria las palabras de Salvatore Mancuso, cuando al final de su discurso en el Congreso de la República, no solo invocó a Dios, sino que nos prometió construir un paraíso entre los Andes y el mar, aunque en esa ocasión omitió decir que en dicha cruzada serían sacrificados miles de colombianos por la causa patriótica de la guerra al terrorismo. Se supone que ese paraíso dibujado por el jefe paramilitar no estaba reservado para los impuros, para los contaminados por ideas de justicia social. “Dios bendiga a Colombia”, remató en medio de una salva de aplausos de los congresistas. En un país donde la religiosidad no se discute,  invocar a Dios es incitar a la violencia, y más en su  persona. Recordemos a Monseñor Builes, cuando en plena violencia partidista dijo en Antioquia que “matar liberales no es pecado”.

No es casual ni gratuito que se invoque el ascetismo político cuando el ambiente institucional es cada vez más maloliente. La descomposición moral de quienes nos gobiernan hiede. Pureza y liderazgo carismático hacen parte del mismo repertorio simbólico para reinventar la creencia mesiánica en un caudillo con firmeza y fiereza. “La impureza, de por sí, es apena una representación y ésta se encuentra sumergida en un miedo específico que obstruye la reflexión; con la impureza penetramos en el reino del Terror”, dijo Ricoeur. En ese orden de ideas “matar gérmenes” es el correlato de un orden inmaculado, puro, libre de impurezas. Recordemos el discurso de Uribe en diciembre de 2008 cuando en Caimito, Sucre afirmó que la “culebra está viva” . Los falsos positivos no mienten.

Por su parte Santos , acosado por su caída en las encuestas, no se queda atrás: “No quiero ver a un solo indígena en las bases militares”, en un arranque entre xenofobia, racismo e impotencia, frente a la encrucijada del gobierno en el Cauca. Por supuesto que todos quienes apelan a la limpieza, la pureza y la descontaminación en el campo social y política no son más que incitadores e instigadores de la violencia, y no cualquier violencia: la violencia que cobra la vida de quienes piensan diferente; de quienes asumen la condición de ciudadanos activos, de todos aquellos que repudian la injusticia, la violación y la mentira. Los que, para la derecha, contaminan con sus voz el orden que pretenden perpetuar. Un orden amparado en la corrupción, la desigualdad y la exclusión.

Al final me quedo con las palabras póstumas de Fernando González, incluidas en su libro “Las Cartas de Ripol”, cuando el 12 de octubre de 1963 se dirigía al periódico “Rebelión” de Ibagué:

El Frente Nacional es la unificación de los dos trapos sucios de la historieta colombiana. Es un trust de lupanares. Ahí se encerraron todos los colombianos, viejos, mujeres y hombres, jóvenes y niños, y hasta los del tercer sexo. Eso que llamaban liberalismo y conservatismo llegó a no creer o vivir sino el inteligible lupanar, y se unificaron, y hoy Colombia es el Gran Lupanar que antes fue Cuba”.

29 de julio de 2012

(*) Editor de Agenda Ciudadana.

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