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domingo, 12 de agosto de 2012

Opinión. Otra mirada sobre el autor de Cielo de Tambores



En este álbum, además de Cielo de Tambores aparecen otros temas exitosos de Jairo Varela como Una Aventura, Se parectio tanto a ti, Busca por dentro, Debiera olvidarla y Cali aji.
 Adiós a Jairo de Fátima, 
el hijo de Teresa de Jesús

El periodista Lisandro Penagos traza en este artículo un perfil diferente de Jairo Varela y plantea reflexiones sobre el cubrimiento mediático de su muerte. Varela falleció el miércoles 8 de agosto, fue velado en el Teatro Municipal de Cali, el sábado 11 fue trasladado a Quibdó para que sus coterráneos chocoanos le rindieran postrer homenaje, regresado a Cali y velado en el Concejo de la ciudad y sepultado el domingo 12 de agosto.

Por Lisandro Penagos (*)
No dejan los medios de comunicación –cada uno de ellos amarrado a sus recursos y clichés- de rendirle homenajes al fallecido director del Grupo Niche. Se los merece todos por sus aportes a la música, pero como casi todos los genios, se fue debiéndonos explicaciones y algunas disculpas por una soberbia que combatió diciendo cada que podía que era un hombre humilde. Los noticieros de televisión ponen sus antenas y transmiten desde la residencia donde murió, quieren meterse al cuarto de baño donde cayó fulminado por un infarto, saber si estaba desnudo, si aún fumaba o si las ocho cajetillas diarias de Marlboro eran otra infamia en su contra o cosa del pasado, si su mascota ciega lo vió, quién lo recogió y una sarta de liviandades que sacien el morbo que se complementa con más cámaras en Medicina Legal o en el lugar donde será velado. Todo ello acompañado por los videos de sus canciones, la mayoría de pésima factura, puro registro y hoy, entrañables documentos.


La prensa rescata fotografías del archivo y elabora cronogramas con los aspectos más relevantes de vida, todos relacionados con sus trabajos discográficos y su quehacer musical. Y la radio, hace sonar una y mil veces, los mismos discos que rechazaron en sus inicios las casas disqueras y las emisoras, y que obligaron al Maestro a crear su propio sello discográfico y a combatir primero y promover después, la payola: pagar para  sonar y luego vender. Muy pronto entendió –antes que todos en Colombia- que con el advenimiento tecnológico que permite “bajar melodía” el negocio no era vender discos, sino hacer conciertos. En su oficina de la Calle Quinta con 39 en Cali había siempre un planeador con pocos espacios en blanco y en su cuenta bancaria, que casi nunca vio el rojo, varios giros con los anticipos. Lo suyo eran las giras y los negocios. Así son los artistas, lo apuestan todo y algunos alcanzan la fama. Esos privilegiados mueren y entonces tocan la gloria. Les hizo “toques” a todos y no averiguó –no le correspondía- de dónde venía el dinero con el que le pagaban. Pero sabía. Todos sabíamos. Pagó sueldos integrales a sus músicos y trabajadores, eludió algunas responsabilidades contractuales y de ley, pero exigió horarios con una disciplina castrense. Pero no fue lo único, no era perfecto. Era humano.

Como un río chocoano corrió con furia el rumor -que no alcanza ser mito- de que varias de sus composiciones fueron de la inspiración de su madre y también, que las que siguieron a su muerte en 1998 y a cuyo funeral no asistió porque estaba preso, tuvieron basamento en el legado de poesías que ella escribió. Lo segundo, claro como las aguas de un manantial pacífico, no es grave. La creatividad pura es un embeleco, quien ha vivido escribe, pero sobretodo quien ha leído. Lo primero sin embargo, es plagio pleno, así sea a la mamá y son varias las coincidencias si se revisan los textos de doña Teresa de Jesús Martínez Arce. Ella –adelantada a su tiempo y excéntrica- era una mulata, hija de blanca, ligeramente mezclada; y de un negro. Se alisaba el pelo, usaba minifalda y se casó de blanco y con un blanco, a pesar de tener ya varios retoños con él. Lo hizo cuando en Quibdó todavía fusilaban negros y las veladoras a la virgen no protegían de los incendios provocados que destruían más de medio centenar de ranchos miserables. Jairo de Fátima, fue uno de sus seis hijos, y el padre de  éste, un antioqueño del cual debió heredar sus ojos claros y ese gusto por la plata, esa compulsión a creer que con ella se puede doblegar el mundo. Arrogante y altivo, siempre dijo: “El Grupo Niche soy yo”. Y es cierto, también se murió el Grupo. Después de su trabajo A prueba de fuego (1997), grabó ocho álbumes y no pegó más de dos canciones: Ganas (2002) y Un día después (2009). Sin embargo, cada cantante, cada músico que llegaba al grupo, sabía que el peso del pasado alcanzaba para arañar el éxito. Ha muerto el hombre y ha nacido la leyenda.

No descansará en paz, ni más faltaba, los músicos y los compositores no se mueren del todo. No habrá paz en su tumba que se llenará de flores y carátulas, de fotos y acetatos, de afiches y recuerdos. Habrá al frente intérpretes y rumberos, melómanos y coleccionistas, ofrendas y pedidos, mujeres que lo amaron y hombres que lo odiaron, llorando su partida y bendiciendo el haber compartido con él algún momento así hubiera sido fugaz y efímero: una advertencia, un regaño, una orden, una ignominia o el aroma del Menticol que se frotaba para combatir el calor producto de una gordura progresiva que lo agarró en la cárcel en 1995 y no lo soltó sino el 8 de agosto de 2012 al medio día, mientras se duchaba. Estaba solo en su apartamento y tal vez tarareaba alguna composición que no se escuchará en el cementerio y que no podrán exprimir los que convierten la muerte en espectáculo y simple adulación.

(*) Periodista, exdirector del programa Amaneciendo de Telepacifico y docente de la Universidad Autónoma de Occidente.

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