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martes, 25 de febrero de 2014

Reseña. Un académico escribe sobre el libro

Descifrando las huellas de

Luis Alfonso Mena Sepúlveda


Por Luis Carlos Domínguez Prada
Del periodismo y de los periodistas se hacen demasiados panegíricos. Hay que decir que quien esto escribe tiene opinión distinta de ese oficio y de sus oficiantes. Y no puede ser de otra manera: primero, porque esas loas las hacen los mismos periodistas y eso se nos antoja no un tanto sino un mucho impúdico. Y segundo, lo principal, porque lo que vemos que nos traen los medios nos descorazona grandemente. ¿Por qué? Para no entrar en la fatiga de una prolija respuesta, traigamos en auxilio  la breve pero magnífica  -¡espléndida!- razón del sacrificado Malcom X: “Si no estáis prevenido ante los medios de comunicación, te harán odiar al oprimido y amar al opresor”. Suficiente.

Y dicho lo anterior, cerremos este penoso introito, valiente forma  de iniciar una esquela en homenaje a un periodista.


Descifrando Huellas es el sugerente título del volumen en el que Luis Alfonso Mena recoge 31 años de labor en los medios masivos de comunicación. Aunque bien aclara él mismo no son 31 sino 37, porque esa su bella historia en el arte y oficio se inician mucho antes, en 1973 cuando apenas adolescente acompañaba la aventura reglamentaria de aquél a  quien la vida tenga reservado algún desempeño  intelectual o político: la edición de una gacetilla colegial. Que también reglamentaria y muy originalmente se había de llamar “Voz Estudiantil”, faena de Luis Alfonso y sus compañeros por los pasillos y escaleras crujientes del Instituto Técnico Simón Rodríguez de Cali, casona  investida santuario por la noche en la que pernoctó  allí el padre Libertador.

Pero no, no se trata – ¿otra censura de este escribano ahora no al oficio sino a la obra que se quiere encomiar?- una más de las mucha compilaciones que  más para la vanidad del autor que por el aporte a la historiografía del periodismo, uno de esos mamotretos por lo general lujosos pero sin alma que nadie se toma el trabajo de leer y no trascienden la prueba de fuego, los oropeles del acto de lanzamiento. No. Descifrando Huellas es una obra rebosante de humanismo en cuyas páginas aletea el compromiso social del autor,  su militancia contra la mentira y la opresión. Valga decir, es el testimonio de una vida y una pluma al servicio de la verdad, lo cual, pese discursos y divisas, resulta insólito en el medio.  

Luis Alfonso Mena, abogado especializado, tratadista, catedrático y en el periodismo curtido en todas las tareas que él encierra desde corresponsal espontáneo y ad honorem –¡a mucho honor!- de Voz Proletaria, hasta jefe de redacción entre otros de El País de Cali, y director de su propio medio virtual, tiene abolengos que a no muchos periodistas orlan: conserva el aroma del esténcil y del mimeógrafo y aún quedan rastros de tinta en su delantal; amén de que él sí conoció el olor del plomo. Pero no se me malinterprete ni se lo juzgue mal que el hombre no viene de esas contiendas; sólo que es veterano también del linotipo y del armado de las letras en ese metal además de devaluado, de tan tristes reminiscencias. Después pasó al offset, al internet y a la sofisticación del  periodismo satelital como corresponsal de Telesur en Colombia.

Por lo demás, mucho habría que decir del contenido de Descifrando Huellas. Son ciento veinte textos que recogen el amplio universo de lo que es y comprende el ejercicio periodístico: las columnas de opinión y los editoriales, las crónicas y los reportajes, las noticias judiciales y el análisis político. Ahí están entonces los grandes hitos de nuestra historia, tanto la pequeña, la comarcal de su Valle y Cali queridos, como la nacional en la vastedad de sus sucesos políticos y judiciales y sus múltiples convulsiones. Al igual que la toma del pulso de ese paciente desahuciado  que pareciera  el mundo cuando nos relata las injurias del Imperio contra la humanidad.

Nos comparte entonces Luis Alfonso la crónica rigurosa pero dolorida de episodios que jamás se olvidarán aunque los cubra el olvido: el horror y absurdo de la masacre del Diners en Cali, el espanto de los niños torturados y muertos por el monstruo de los cañaduzales, el paro cívico de 1977 en el gobierno de López Michelsen  que la historia “desdeabajo” bien  sentenció con el mote del Septiembre Negro; el oprobio  de la tortura institucionalizada en el régimen de Turbay Ayala, las leyendas de la picaresca popular y el jolgorio de las fiestas patronales de los pueblos; el sonrojo del Establecimiento con el proceso 8.000, los ríos que reniegan de su cauce, las conmociones sociales de un país que se acostumbró a ellas, y las de la tierra y los volcanes que también levantan su airado reclamo en Popayán y en Armenia.

Y están ahí también porque este bello texto compendia las impresiones del autor  sobre la vida que pasa  –ancha, universal y múltiple- y la vida lo es todo, el homenaje al amigo muerto y la “Sinfonía a la honradez”, justa licencia que el autor se toma para honrar a su padre Don Luis Alfonso Mena S. que ¿qué otra cosa podía haber sido  siendo padre de tal hijo, sino idealista, músico, musicólogo y pedagogo de ese arte al que tanta devoción tenía, que pudiéndolo hacer a los 58 años sólo aceptó pensionarse a los 78?

Saludamos las Huellas de Luis Alfonso Mena, testimonio de una vida de la cual puede el autor decir orgulloso con Nocolai Ostrovoski: “….que los años vividos no le pesen;… y muriendo pueda decir he consagrado mi vida y mis fuerzas a la causa más noble en el mundo a la lucha por la liberación de la humanidad. Desde su trinchera de papel que fue la que le correspondió,  así éste sea hoy una cometa que navega en el ciberespacio.

Texto publicado el martes 29 de octubre de 2013 en la página web del Partido Comunista Colombiano (www.pacocol.org

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