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Una paz de papel
Con la propuesta
de “paz total”, una vez más Bogotá se mira al ombligo. El centralismo en
nuestro país es pasmoso. Ahora, Santos busca desesperadamente echar mano de la
paz, esta vez prometiendo una “total”. Si la justicia, como dice el intelectual
indio Amartya Sen, tiene que ver con la forma como viven las personas y no con
sus instituciones, la paz “total” no solo está lejos, sino que el actual
gobierno poco hace para alcanzarla.
Por Juan Carlos
Lozano (*)
Arrancó
la campaña a la Presidencia de la República con más dudas que certidumbres. El
resultado de las parlamentarias puso al desnudo la grave situación de la
política colombiana y el ciudadano de a pie. El voto en blanco para el
Parlamento Andino es la más clara muestra de los problemas de lo formal frente
a la material. Me explico: iniciativas que no consulten las necesidades de los
pueblos terminan en esto, en que las personas rechacen de tajo dichas
iniciativas. Buena parte de nuestros políticos, haciendo uso de un discurso
empotrado en líneas gruesas, señalan cada cuatro años los lastres que nos
aquejan, advirtiendo que de llegar al Congreso lucharán con tesón por
superarlos. Sin embargo, pasa el tiempo y seguimos igual.
Ahora,
se habla dizque de paz total. Lo primero que habrá que preguntar es ¿qué se
entiende por paz? Hace algún tiempo corre entre nosotros la idea de que la paz
es la ausencia de la guerra, inclusive, se llega al límite de hablar de
prosperidad en uno de los países más desiguales del mundo. En beneficio de la
brevedad, diré que la paz no es una cosa que se pacte por los representantes de
uno u otro bando, refiriéndome a los diálogos de La Habana. Por lo contrario,
la superación de los lastres que aquejan no obedece estrictamente al conflicto
armado. Tenemos serios problemas con la prestación de los servicios de salud,
educación, pensiones, entre otros. Los problemas que tiene el país van más allá
del mero conflicto con las guerrillas, aunque algunos siguen obteniendo resultados
electorales escampándose en el discurso de la guerra.
La
paz no puede ni debe ser interpretada como la ausencia de la guerra. La brecha
entre unos y otros resulta vulgar. Casos como el de Buenaventura riñen con la
realidad expuesta no sólo por Santos sino por el uribismo. Después de ocho años
en el poder, todo está como está. ¿Cómo se puede hablar de paz total cuando
venimos de un paro agrario que demostró la grave situación de uno de los
sectores más importantes del país? Esto, sin contar el grave problema del
sector de la salud, que sigue en espera de una reforma estructural que
interprete las necesidades de los ciudadanos y dé un debate de fondo acerca de la
orientación del modelo. La paz de Santos es una paz eminentemente formal, es
decir, obedece a un acuerdo de papel. Mientras, la base se debate con las
necesidades en los diversos sectores antes nombrados. Según el Primer Mandatario
lo nuestro es una democracia que no anda tan mal, que se “ha hecho mucho”. Sin
embargo, muchos siguen conviviendo con la vulneración flagrante de sus
derechos, mientras otros abusan de los derechos.
Colombia
vive un despertar, un nuevo país emerge ante la indiferencia de sus castas.
Aunque convivimos con el mote de ser el país del Sagrado Corazón de Jesús, los
nuestros están dando pasos hacia el cambio. Si bien es cierto el país es
bastante godo, también es cierto que el germen del cambio ha empezado a
florecer. Entiendo el desánimo de muchos que piensan que la nuestra es una
sociedad que consiente y permite el statu quo. Pero habrá que recordar que los
cambios toman tiempo, y al mismo tiempo es pertinente recordar que la Mesa
Amplia Nacional Estudiantil, Mane, se movilizó de manera exitosa echando para
atrás la reforma a la educación o Ley 30 de 1992.
Con
la propuesta de “paz total”, una vez más Bogotá se mira al ombligo. El
centralismo en nuestro país es pasmoso. Ahora, Santos busca desesperadamente
echar mano de la paz, esta vez prometiendo una “total”. Si la justicia, como
dice el intelectual indio Amartya Sen, tiene que ver con la forma como viven
las personas y no con sus instituciones, la paz “total” no solo está lejos,
sino que el actual gobierno poco hace para alcanzarla.
Consentir,
como lo hace el Gobierno, que el Congreso obtenga primas cuantiosas mientras el
salario mínimo de los ciudadanos crece modestamente, no da cuenta de querer
mejorar siquiera el poder adquisitivo del colombiano de a pie. Tal medida, a
todas luces regresiva, golpea la demanda, pues los bajos ingresos evitan el
consumo, que a su vez afecta la oferta. Los ciudadanos que con malos salarios
viven con un costo de vida alto, que se debaten en medio de una seguridad
ciudadana mal diseñada, con servicios vitales como la salud, que hoy se
enfrenta a una de las crisis más agudas del sector, hacen que pensar en la “paz
total” parezca más una tomadura de pelo.
Nuestro
actual gobierno se interesa en los grandes negocios sobre la plataforma del
libre mercado, apostándole a una Colombia competitiva, pero que tiene una
infraestructura que se deshace con un aguacero, que intenta atraer inversión
extrajera en un país con uno de los conflictos armados más viejos del mundo,
que muestra cifras de cobertura en desmedro de la calidad, que regala tabletas
electrónicas a niños que difícilmente saben leer y escribir.
Todo
esto, para decir que nuestros gobernantes quieren introducir cambios de manera
brusca, sin proceso, sin planeación, sin conocimiento de las regiones, sin
medir las posibilidades reales de cambio y, lo peor, sin pensar en el
desarrollo humano de cada colombiano. Celebramos que el Parlamento Europeo
aprobara retirar la visa Schengen para Colombia y Perú, pero, de nuevo, el
colombiano de a pie no se beneficia. Por todas y por más razones, la “paz
total” suena a cuento.
(*) Abogado,
consultor en asuntos de seguridad ciudadana.
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