Imagen de la marcha cumplida dentro de la Jornada Nacional por la Paz, a su paso por la Calle 26 de Bogotá, el 9 de abril de 2013. (Foto: Luis Alfonso Mena S.). |
Deificación de la guerra e información
ideologizada en Colombia
No basta con el
reconocimiento dado por la Constitución Política al derecho de expresión, a
fundar medios masivos de comunicación, a recibir información veraz y a no ser
censurado. El monopolio en la propiedad de los medios, la deificación de la
guerra y la ideologización de la información hacen imposible que esos preceptos
se puedan materializar y que los espacios de la paz con justicia social se hagan
realidad. La democratización de la información y del acceso a su transmisión
hace parte sustancial del proceso de diálogo en La Habana y del debate en la
sociedad colombiana toda. Los medios alternativos e independientes son claves
para la salida del conflicto. No puede haber paz si no hay democratización en
el acceso a la información y a la creación de medios masivos de comunicación
alternativa.
Por Luis Alfonso Mena
S. (*)
No
hay que llamarse a engaños: los medios de comunicación son, en sus líneas
estratégicas, extensiones de los centros de poder en que operan, y actúan en
consecuencia, con las excepciones que confirman la regla.
Partiendo
de esta realidad, es necesario plantear que, sin embargo, ellos deben responder
a unas obligaciones de responsabilidad social y de veracidad, al estar inmersos
en conglomerados humanos diversos, plurales que, al menos en teoría, hacen
parte de un sistema “democrático”.
Ello
es así porque buscan, por lo menos, un doble fin: incidir en la conciencia y en
las decisiones de los miembros de las comunidades y satisfacer un afán de lucro
que se funda en el mayor o menor grado de llegada de sus mensajes a esos conglomerados,
dos objetivos que redundan en un propósito supremo: el mantenimiento del statu
quo.
Así
que no es un favor sino una obligación de los medios cumplir con las dos normas
éticas generales mencionadas, que, además, en el contexto de la juridicidad colombiana,
se hallan preceptuados también como normas constitucionales en el artículo 20
de la Carta Política colombiana.
Dice
el mencionado artículo: “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y
difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz
e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación.
Éstos
son libres y tienen responsabilidad social. Se garantiza el derecho a la
rectificación en condiciones de equidad. No habrá censura”.
Con
base en la norma, la veracidad, es decir, la búsqueda honesta y transparente de
la verdad, debería ser el norte de los medios masivos de comunicación.
Y
la responsabilidad social, es decir, la ecuanimidad, el rechazo a las diversas
formas de discriminación, a la desproporción informativa y a la propaganda de
la guerra y la violencia, su cauce permanente.
Empero,
la formulación retórica difícilmente ha ido de la mano con la realidad, ni en
estos preceptos ético-jurídicos, ni
mucho menos en los demás, pues su materialización está en
correspondencia directa con la necesaria existencia de un Estado inclusivo y
realmente democrático, diferente al imperante.
Los
derechos de expresión y de información en gran medida sólo se pueden
materializar fundando medios masivos de comunicación, pues de lo contrario, y a
pesar del gran avance de las redes electrónicas, estaríamos condenados al
soliloquio.
La
libertad de expresión y la de información requieren, para su realización en la
sociedad, de los instrumentos fácticos que permitan su reproducción en gran
escala, y esos instrumentos se encuentran en poder de monopolios privados.
Ellos
determinan los enfoques, dictan contenidos y definen la magnitud del despliegue
de los mensajes, en concordancia con sus intereses económicos y políticos.
Lo
anterior conduce, como resultante, a que el derecho de fundar medios masivos de
comunicación sea huero, pues el Estado, supuesto rector de los asociados,
legisla para el monopolio.
Históricamente
los medios de comunicación colombianos han sido extensiones de las facciones y
fracciones de los dos partidos tradicionales, de acuerdo con lo analizado por
Gabriel Fonnegra, en su texto La prensa
en Colombia. ¿Cómo informa? ¿De quién es? ¿A quién le sirve?, y han
desarrollado los dos fines que hemos resumido con uno que él resume como la
historia de la censura.
Así,
pues, la presentación teóricamente democrática del artículo medular del derecho
de información consagrado en la Carta Magna colombiana deviene sin sustancia
por la imposibilidad de ser desarrollado por la inmensa mayoría de la
población.
Los
costos multimillonarios de la producción de medios escritos, radiales y
televisivos de carácter masivo hacen inocuo el precepto formal, y la
concentración de los mismos en élites hegemónicas cierra las posibilidades de
acceso.
Este
marco general es el que prevalece en materia de información en Colombia y
determina la cobertura de la vida política, social y militar del país: los
medios de comunicación no son escenarios neutrales ni objetivos, pues obedecen
a unos patrones económicos específicos.
Ellos
hacen parte de la superestructura de la sociedad, determinada por la base
económica, y se sitúan en lo que el filósofo francés Luis Althusser definió, en
su obra Ideología y aparatos ideológicos
del Estado, como factores encargados de la reproducción de las ideas
dominantes, al lado de otros estamentos como los órganos legislativos, la
Iglesia y los sistemas educativo y jurídico.
Del Frente Nacional a
la Unión Patriótica
Como
se deduce del estudio realizado por César Augusto Ayala Diago en Exclusión, discriminación y abuso de poder
en El Tiempo del Frente Nacional, los medios han sido históricamente una
herramienta de primer orden para el mantenimiento del mando y, además, para
dirimir las diferencias entre los partidos de las élites que comparten el
poder.
Pero
una vez resueltas esas diferencias, la defensa del Establecimiento vuelve a ser
el propósito esencial, como ha ocurrido en la contemporaneidad, luego de los
enfrentamientos que los medios conservadores tuvieron con los liberales en la
época de la Violencia.
La
confrontación bipartidista dio paso al pacto en las alturas y a la distribución
del gobierno con proporcionalidades burocráticas inauditas, refrendadas en el
Frente Nacional, un acuerdo que pretendió acabar con la violencia entre los
bandos de ese Establecimiento, pero que finalmente generó, precisamente, nuevas
formas de exclusión, discriminación y abuso del poder.
Nacieron
entonces, en el período del Frente Nacional, las organizaciones guerrilleras
revolucionarias marxistas (Farc, EPL), guevarista (ELN) y nacionalista (M-19)
entre otras más, precisamente como respuesta, en gran medida, al pacto
interburgués.
Disminuyó
de manera ostensible el enfrentamiento entre los medios de las élites conservadoras
y liberales (en los años 60 y 70 del Siglo XX), pues ellos se pusieron al
servicio de la necesidad del momento: garantizar el cumplimiento de la rotación
en el Gobierno de los dos partidos tradicionales durante 16 años, sin ningún
obstáculo.
Por
eso, como lo estudia Ayala Diago, el periódico El Tiempo dirigió sus baterías a
la destrucción de las tercerías que en la época se atravesaban al cumplimiento
del pacto frentenacionalista, desde el rojaspinillismo hasta la izquierda.
Paralelamente,
centraba el fuego en las insurgencias guerrilleras, a las que mostraba como
extensiones de poderes internacionales en el marco de la Guerra Fría y
procuraba despojar de sus orígenes sociales campesinos para reducirlas a grupos
marginales que obedecían a intereses foráneos, a centros de poder asentados en
la Unión Soviética, la República Popular China y Cuba.
A
lo largo de los diversos procesos de diálogo desarrollados por la insurgencia
con sucesivos gobiernos, en las décadas de los años 80 y 90 del Siglo XX, el
comportamiento de los grandes medios se caracterizó por un afán de competencia
intermediática que aparentaba un interés genuino en la noticia de la paz, pero
que pronto se desvanecía ante las eventualidades que negociaciones complejas
suelen traer consigo, y contribuía a su deterioro.
El
doble discurso identificó el comportamiento de la prensa de élite durante la primera
etapa de la Unión Patriótica, UP, desde mediados de los años 80, cuando ésta nació
como parte de los acuerdos de paz entre el Estado y las Farc-EP.
En
la época, así como se desplegaba con profusión información sobre el desarrollo
de este proceso, se caía en explicaciones facilistas que justificaban los
crímenes y monstruosas masacres cometidos contra los líderes y militantes de la
UP.
Los
medios en sus diversas modalidades manejaron la matriz según la cual los
ataques a la UP fueron, fundamentalmente, consecuencia de la estrategia de
combinación de las formas de lucha en la que supuestamente estaban involucrados
sus dirigentes y, además, tenían que ver con “ajustes” de cuentas con la
guerrilla.
Esta
matriz mediática, que tuvo como uno de sus más acérrimos difusores a Francisco
Santos Calderón, ex jefe de Redacción de El Tiempo y ex vicepresidente en el
gobierno de Álvaro Uribe, constituye el hilo conductor de textos como el del
periodista Steven Dudley (Armas y urnas.
Historia de un genocidio político), quien, recogiendo las opiniones en tal
sentido vertidas en múltiples medios colombianos, traza un recorrido afín.
De
esta forma, se exoneraba de las mayores responsabilidades a los actores
estatales de la violencia, pues durante el largo periodo de la guerra genocida
contra la UP los medios se abstenían de mirar hacia destacamentos y oficiales
de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional que participaron, de manera
directa o en connivencia con paramilitares y narcotraficantes, en esa ofensiva.
Como
lo recuerda el periodista Roberto Romero Ospina en su libro Unión Patriótica, expedientes contra el
olvido, ya en marzo de 1985 el periódico El Tiempo arreciaba sus ataques
contra el proceso de paz y el creciente fortalecimiento de la insurgencia, y
culpaba de ello a Belisario Betancur, con quien las Farc-EP habían firmado el
Acuerdo de La Uribe, en 1984.
La benevolencia con el
paramilitarismo
En
los años 90 del Siglo XX y en la década del 2000 el enfoque de los medios no
varió en lo fundamental y, por el contrario, su participación resultó clave
para desenlaces como el de la ruptura de las negociaciones entre las Farc-EP y
el gobierno de Andrés Pastrana.
Sin
duda, el gran estigma tejido tiene un nombre: el Caguán, pues todo el esfuerzo
mediático se centró en mostrarlo como paradigma del engaño guerrillero y
epicentro de los peores crímenes, una matriz enmarcada dentro del objetivo de
la ultraderecha de dar al traste con el proceso de paz en marcha.
Pero
tal vez el frenesí mediático tuvo lugar durante los gobiernos de Álvaro Uribe,
cuando el discurso del mandatario inundó las redacciones, recibió toda la
audiencia de propietarios y directivos, al tiempo que determinó las agendas y
los contenidos periodísticos.
Aunque
la prensa bogotana estuvo en su inmensa mayoría fungiendo como agente de la
campaña contrainsurgente de Uribe, fueron especialmente abyectos y sumisos los
medios regionales, que recibieron, además, un trato privilegiado del
Presidente, dentro de su estrategia de copar la provincia, que es donde más se
siente el conflicto armado.
Los
medios de comunicación cumplieron entonces un papel determinante en la
construcción y siembra de un discurso hegemónico contra cualquier posibilidad
de paz, en la medida en que sirvieron de parlantes multitudinarios del nuevo
mando del Establecimiento, representante de los sectores feudales más oscuros
vinculados con la parapolítica.
Examen
de ese papel mediático fue el rendido el 4 de febrero de 2008, cuando se
convocó una movilización nacional contra las Farc-EP, y el 6 de marzo del mismo
año, cuando se hizo lo propio contra el paramilitarismo y los crímenes de
Estado.
Para
la primera fecha, la prensa lanzó una ofensiva sin precedentes, incluso
encadenada, que redundó en un cubrimiento inusitado y en un despliegue
informativo mayúsculo, con una convocatoria evidente.
En
contraste, para la segunda la convocatoria bajó de manera grave y el despliegue
informativo no sólo fue mucho menor sino que se trató, sin pudor, de
transformar la protesta contra los crímenes del paramilitarismo en una reacción
genérica “contra la violencia”, y, por si quedaran dudas de la intencionalidad,
de evitar cualquier alusión a las Fuerzas Militares como otro actor partícipe
de violación de derechos humanos.
Lo
anterior dibujó de cuerpo entero lo que el discurso uribista, convertido en
hegemónico por los medios a su servicio, había logrado: no sólo la deslegitimación
de la insurgencia como fuerza político-militar (con raíces en las luchas
sociales campesinas), sino una especie de perdón colectivo a los jefes
paramilitares y a sus crímenes.
La
campaña mediática resultó determinante en el anclaje de la creencia perversa
según la cual los paramilitares eran un mal menor comparado con la guerrilla, y
ello se reflejó, de forma palpable, en la escasa respuesta de la gente
el 6 de marzo de 2008.
Ese
hecho fue tal no sólo por la poca convocatoria de los medios, sino, además,
porque la labor de convencimiento de la matriz señalada ya había logrado su
efecto en la conciencia obnubilada de millones de colombianos, sobre quienes se
vertió a lo largo de los diez años precedentes el discurso de la guerra sin
cuartel al insurgente, del perdón al paramilitar y de la exaltación “heroica” a
los militares y demás miembros de las fuerzas de seguridad del Estado.
La deificación de la
guerra en el régimen uribista
Así
que en Colombia lo que hemos tenido es la construcción de una mentalidad
contrainsurgente en la población, necesaria para prolongar la confrontación en
la creencia de que los alzados en armas podían ser derrotados fácilmente,
aunque para ello fuera necesaria la connivencia con otro de los actores, el
paramilitarismo.
Pero,
además, los medios funcionales al sistema, esta vez al servicio del régimen
bonapartista instaurado por Uribe, contribuyeron en la falta de cuestionamiento
a la violación de derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad cometidos
por contingentes y altos oficiales de las Fuerzas Armadas de Colombia.
En
lo que podríamos denominar la deificación de la guerra, durante el gobierno
uribista el país estuvo marcado por el ocultamiento que decretaron los grandes
medios de comunicación de los crímenes de Estado, eufemísticamente denominados
luego “falsos positivos”.
Uribe
se caracterizó en el desarrollo de sus gobiernos por ejercer un régimen
autoritario, de mano dura; con una actitud plebiscitaria constante, necesitado
de sentirse aplaudido por el auditorio por él previamente convencido, y con una
permanente disposición al control de los órganos institucionales que se
atravesaran en el ejercicio de esta forma de poder: como se ve, características
del bonapartismo.
En
la deificación de la guerra, el concepto de falso positivo aparece precisamente
porque el régimen político instaurado por el uribismo necesitaba de positivos,
es decir, de bajas de guerrilleros para mostrar resultados, en el doble
propósito de convencer a la población de la necesidad de seguir en la
confrontación con un nuevo mandato y de derrotar a su enemigo jurado.
Con
el paso del tiempo, cuando la proliferación de casos no podía encubrirse más,
se dio en llamar falsas aquellas bajas que no correspondían a guerrilleros
(“los positivos”), sino a toda clase de personas ajenas a la guerra.
Y
paralelamente surgió el concepto de “héroe” de la patria, con el cual se
ponía en blanco y negro el conflicto: la teoría reduccionista de buenos y malos
con base en la cual los medios tomaron partido en un conflicto tan complejo y
necesitado de ecuanimidad como el colombiano.
Históricamente
la prensa ha estado en la mira de las concepciones militaristas, que no
solamente han pretendido copar los medios con fines propagandísticos, sino
impedir el ejercicio del periodismo independiente.
En
tal caso, los servicios secretos de las diferentes armas han buscado siempre el
reclutamiento de periodistas en los medios de comunicación, y los han tenido,
hasta el punto del camuflaje de muchos de ellos, ejemplos de lo cual pululan,
como el reciente que involucró a un conocido periodista de Caracol Radio.
Los
reporteros fletados, al servicio de una de las partes del conflicto,
representan una ruptura con los principios éticos de veracidad y
responsabilidad social que, como planteamos al inicio de este artículo, deben
guiar el ejercicio de cualquier comunicador.
El
abordaje del convoy de uno de los contendientes sesga la información, impide la
valoración independiente de los hechos y redunda en el suministro de información
parcializada.
La
gran mayoría de los medios de comunicación colombianos se comportan como cajas
de resonancia del Ejército, la Policía y demás fuerzas armadas, a las cuales se
les rinde un culto censurador, y a los jefes de turno se les tiene como poderes
superiores inobjetables.
Los
partes de guerra dados por los batallones o los comunicados de operativos
entregados por las oficinas de prensa de la Policía son letra sagrada: son la
versión oficial y única, pues prácticamente nunca se contrasta.
Este
procedimiento se institucionalizó hasta el punto de que el periodista que lo
cuestiona es visto como un factor sospechoso en las salas de redacción, y en
muchos momentos objeto de persecución: casos de amenazas y muertes de
periodistas no solo se han dado a manos de los actores armados ilegales, sino
también de los legales.
Pero,
como ocurrió hasta mediados de la década del 2000 con los llamados falsos
positivos, estos casos han sido ocultados, refundidos por la glorificación de
los integrantes de las fuerzas del Estado, política acrecentada durante el
mandato de Álvaro Uribe.
Las
denuncias recientes sobre corrupción en las Fuerzas Militares y tráfico de
armas de oficiales de éstas con las bandas denominadas Bacrim son sólo la punta
del iceberg de un fenómeno interno de conversión de la guerra en un gran
negocio, que no aguantó más su ocultamiento y por su protuberancia reventó.
Conservatización del
país e ideologización de la información
Así
que lo ocurrido con los medios de comunicación y Álvaro Uribe fue un
matrimonio que duró incólume durante ocho años y que contribuyó a conservatizar
más el país; fue un exitoso maridaje que inoculó en la mayoría de la población
la visión de la guerra como única salida, y mucho odio frente a la
insurgencia, en tanto que una actitud benevolente ante los otros dos actores
del conflicto: paramilitares y Fuerzas Armadas.
Por
eso, cuando Juan Manuel Santos propuso un viraje en la visión del conflicto
armado, a partir de una óptica más urbana de la política como representante de
la alta burguesía que es, ha encontrado resistencia, hasta el punto de la
ruptura con quien antes fue su jefe en el Gobierno, Uribe Vélez.
Éste
mantiene márgenes de popularidad altos derivados de la forma como logró
penetrar en la mente de la población con la ayuda de los medios, que aún hoy lo
sostienen como actor de primer plano.
La
sociedad conservatizada por obra del binomio Uribe-prensa, y también producto
de las equivocaciones de la insurgencia, se refleja en los vaivenes que en la
opinión pública experimenta el proceso de diálogo iniciado por el presidente
Santos con las Farc-EP en La Habana.
Frente
a éste, los grandes medios muestran, como en anteriores procesos, un interés
permanente, pero en el fondo existe la intención de atravesarse en cualquier
momento, sin valorar la importancia estratégica que un acuerdo tiene para toda
la sociedad.
En
esa tarea hay múltiples actores en El Tiempo, El Espectador, El País, Caracal
Radio, La W, RCN, Caracol Televisión y NTN24, entre muchos otros medios. Voces
que vituperan, usan los infundios, maximizan los errores y minimizan los
aciertos de los diálogos en La Habana, y no dudarían en aupar la ruptura frente
a cualquier desliz, a pesar de que saben que la guerra sigue porque el Gobierno
se ha negado sistemáticamente a un cese bilateral del fuego.
Ese
comportamiento socarrón, unas veces, y abiertamente mentiroso y manipulador,
las otras, también se expresa en la forma cómo se aborda la información correspondiente
a las intensas luchas sociales que han tenido lugar en los últimos años en
Colombia.
¿Por
qué ocurre esto? Creemos que tanto los enfoques dados al proceso de paz como
a las luchas y movilizaciones sociales obedecen, en las líneas fundamentales, a
una visión de clase de los medios de comunicación, es decir, al
cumplimiento de su papel como aparatos ideológicos del Estado, que llegan hasta
determinado punto en la apertura de espacios y de ahí no pasan.
Lo
anterior es la ideologización de la información, es decir, la postura de un
cristal predeterminado para mirar los acontecimientos y calibrar la lente con
que se proyectarán los mensajes a la opinión pública: dependiendo de quién
impulse y protagonice los hechos, así mismo serán los despliegues y los
enfoques, favorables o negativos, amplios o reducidos, visibilizados u
ocultados.
Claro
ejemplo, entre centenares, fue el tratamiento informativo dado por los medios
de comunicación a los paros cafetero (febrero), del Catatumbo (junio-agosto) y
agrario nacional (agosto-septiembre) ocurridos en 2013, a sus propuestas,
organizadores y movilizaciones.
En
el marco de esta política de información ideologizada, los medios cumplen unas
fases: 1.) No visibilizar. 2.) Confusión y crítica de los objetivos. 3.)
Desvirtuar la movilización como ejercicio democrático, acrecentar los efectos
colaterales. 4.) Generación de desprestigio de los actores y los actos.
5.) Abierta criminalización de la
protesta social.
Esas
cinco fases de la desinformación fueron nítidamente aplicadas en los casos de
estos paros para tratar de desvirtuar la validez de la protesta social, que es
una forma de atentar contra el derecho a la paz, en el entendido de que los
diálogos en La Habana entre el Gobierno y la insurgencia no competen solo a
estos dos actores, sino al conjunto de la sociedad.
La
ideologización de la información es todavía más palpable cuando se analizan los
comportamientos mediáticos en el cubrimiento de hechos ocurridos en los países
guiados por gobiernos de izquierda, progresistas o, en todo caso, no afines a
los dogmas del capitalismo, de Estados Unidos y Europa.
Lo
hemos palpado claramente en febrero y marzo de 2014: mientras en Colombia las
luchas desarrolladas por campesinos y sectores populares en 2013 eran desprestigiadas
y las víctimas de las mismas mostradas como producto de “actos terroristas”,
los sabotajes violentos de la oposición venezolana contra el Gobierno
democráticamente elegido eran presentados en 2014 como “actos pacíficos” de una
oposición supuestamente sojuzgada por “un régimen dictatorial”.
Nada
más claro para evidencia la ideologización de la información, en el marco de la
cual no se ha dudado en hacerse eco de toda clase de mentiras y manipulaciones
de la oposición burguesa venezolana con el fin contribuir al cerco mediático
internacional de las élites contra la revolución bolivariana, en tanto que en
Colombia nada se dijo sobre la responsabilidad de agentes del Estado en el
asesinato de 14 personas en los paros de 2013, para no hablar de centenares de
detenciones, desapariciones y heridos.
Por
todo lo expuesto, entonces, no basta con el reconocimiento teórico otorgado por
la Constitución al derecho de información y de opinión, a fundar medios masivos
de comunicación, a recibir información veraz y con responsabilidad social y a
que no se censure de ninguna forma.
El
monopolio de la propiedad de los medios, legislativamente amparado, la
deificación de la guerra y la ideologización de la información hacen imposible
que esos preceptos del Artículo 20 de la Carta Política se puedan materializar.
Tampoco
el contenido en el Artículo 73 del Estatuto Fundamental, complementario del
anterior, que reza: “La actividad periodística gozará de protección para
garantizar su libertad e independencia profesional”.
Internet, medios
tradicionales y medios alternativos
Aunque
en el mundo de hoy la globalización de la información se expresa también a
través de internet y esta red obra como otro medio de comunicación, su
existencia no es suficiente para la democratización de la comunicación, como se
cree.
Ello
es así no sólo porque en los países pobres como Colombia el nivel de acceso de
la población a la computación y al servicio de internet es aún muy limitado
--debido a condiciones socioeconómicas, políticas, culturales y geográficas--,
sino porque el manejo y desarrollo de las tecnologías y su distribución están
también en poder de monopolios internacionales, su dominio se ha convertido en
otro factor de hegemonía de grandes corporaciones.
La
comunicación a través de internet, anegada de opinión poco confiable que
reemplaza la información veraz, es fácilmente manipulable y está seriamente
contaminada, como lo han demostrado los recientes acontecimientos en Siria y
Venezuela.
Ella
no es ajena a la confrontación, pues la batalla por ganar la conciencia y la
opinión de la mayoría también se libra a través de las diversas redes de
internautas, que tienen la doble función de informar o desinformar masivamente,
de un lado, y de servir de canal de comunicación personalizada, privada, del
otro.
En
el marco del conflicto colombiano, el reciente caso de espionaje contra el
proceso de paz efectuado desde uno de los centros de control cibernético
montados por el Ejército de Colombia, y conocido como Andrómeda en Bogotá, no
deja duda de que la guerra se libra igualmente, y de qué manera, en las redes.
Aunque
la prensa (periódicos y revistas) ha perdido terreno ante la incursión de las
redes globales (internet), la radio y la televisión continúan teniendo una gran
influencia en la población; es más, los tres medios tradicionales tienen su
extensión en las redes virtuales.
Estudios
conocidos señalan que el 67% de los colombianos se informa a través de los
noticieros de televisión RCN y Caracol, lo cual explica, como hemos visto, el
alto grado de estereotipos y propaganda sin documentación fáctica que en
relación con el proceso de paz, la insurgencia, las luchas sociales, los
movimientos alternativos y los gobiernos progresistas de América Latina ha
interiorizado un gran porcentaje de la sociedad en nuestro país.
No
puede haber paz si no hay justicia social, pero, tampoco, si no hay
democratización en el acceso a la información y a la creación de medios masivos
de comunicación alternativos, contrahegemónicos y populares.
La
comunicación alternativa, que hasta hoy en Colombia se hace a través de
pequeños periódicos, emisoras de radio y canales de televisión comunitarios, lo
mismo que de portales de internet, es aquella que visibiliza sujetos y actos
ocultados por los medios de las élites, ejerce la contrainformación frente los
grandes canales de la burguesía y
procura procesar, a partir de una agenda propia, otra visión de la realidad.
Pero
se le ha clasificado como si su razón de existir fuera la marginalidad,
consideración no solo equivocada, sino antidemocrática, pues asumirla es
aceptar que la comunicación tradicional, basada en antivalores que contradicen
precisamente los principios ético-jurídicos expuestos en este artículo, es la
única llamada a tener una difusión masiva, una llegada a los más amplios
conglomerados.
Se
deduce entonces una doble tarea para la sociedad y sus múltiples formas de
expresión y organización: al tiempo que no debe cejar en su reclamo a los
medios masivos existentes, debe desarrollar mecanismos de unión y, con mucha
creatividad, audacia y solvencia ética, promover la conformación y
mantenimiento de medios de comunicación de masas propios, comunitarios,
solidarios, ciudadanos, populares: alternativos.
Esa
tarea, que en nuestro concepto tiene carácter estratégico, debe estar
acompañada de una ofensiva legislativa con miras a que el ejercicio del
periodismo libre e independiente sea respetado desde el Estado en términos
reales, con mecanismos que permitan el funcionamiento de una prensa ciudadana y,
además, con la implementación de una ley antimonopolios que frene el nivel de
concentración existente hoy en los medios de comunicación.
En
los diálogos de La Habana ya se ha asumido el tema, que no puede seguir siendo
visto como un asunto sólo de periodistas, pues la información es un derecho
humano fundamental y la democratización del acceso a ella, un deber del Estado.
(*) Periodista,
abogado, especialista en derecho administrativo, candidato a magister en
historia, docente universitario, director del periódico alternativo Paréntesis.
Cali,
Colombia, febrero-marzo de 2014.
……
Artículo publicado
originalmente en Revista Cuadernos de Paz, Universidad Libre Seccional Cali,
Volumen I, Número 1, enero-abril de 2014, presentada en acto cumplido el martes
29 de abril.
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