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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Opinión. La persecución oficial a líderes sociales


Fascismo y para-criminalización: una mirada hacia Feliciano Valencia

 Por Sara Leukos
                                                                                                                       El horizonte sin luz
está mordido de hogueras.
Federico García Lorca
                                                           
El mundo no se libera del fascismo. Este niega  cualquier  concepto de  individualidad y lo opera en  masa, es un brazo de la física contemporánea, donde las probabilidades mayores o menores  del  fenómeno subyacen bajo el conjunto de los individuos.

El fascismo, para sostenerse, recurre al reino de las probabilidades, de la mecánica cuántica. La acción de aniquilar pueblos enteros, nacionalidades, etnias no es de hoy, ni se inserta en un tiempo pasado superado. El siglo XXI aún permanece en su sala-cuna, no ha visto morir a su madre, ha seguido el curso.  

La relación entre los principios del fascismo y los principios de una física contemporánea no vienen solos. Occidente en el siglo XX  encontró la mágica formula en Einstein y Max Planck, este último científico prusiano-alemán, considerado uno de los mejores físicos del siglo pasado. En relación a la contribución e introducción de nuevos conceptos en la mecánica cuántica acuñó en término filosóficos: “una nueva verdad científica no se hace explicándola a los oponentes sino cuando ellos mueren y una nueva generación cree en esta verdad”. Resultando: un tiempo demoledor, desgarrador en la señal del tendón histórico.

El fascismo es la imposición de un pensamiento que se aplica con  toda una carga instrumental de eliminación. En su punto inicial lo contable, es decir, la muerte, hasta la instalación cotidiana de lenguajes eliminatorios, estigmatizadores, represivos y profundamente inapropiados, ante una sociedad que se atisba en resistencia.

En esta dimensión, se advierte una para-criminalización que, en su naturaleza misma, responde a un abrazo de ese pasado, recostado para actuar desde las entrañas de los principios fascistas. El siglo XXI se halla en el drama más aberrante, conmisero, ignominioso de verter pueblos al destierro, al hambre, a la pobreza y a la desaparición.

El tiempo-presente y su propósito: Colombia 
El fascismo vierte su propósito a un proyecto basado en una economía moral, justo en ese capitalismo global que cobra muchas vidas y para ello recurre a las ondas espacio-temporales.

Hay un fuerte brazo de ese pasado, donde se configura un tiempo homogéneo, éste se asoma bajo gobiernos, pensamientos represores, estandartes, tambores, botas y charreteras. La para-criminalización se basa en el desprecio por el ser humano, en la vía multi-escalar de la discriminación, la eliminación, el individualismo  posesivo  y el sometimiento desde  la gobernanza a  miles de ciudadanos  a la eliminación individual y colectiva del sujeto.

Es una apuesta permanente de Estado
En Colombia la para-criminalización, bajo estos postulados está instalada como política de Estado: se asesina selectivamente bajo escuadrones, se desaparece uno a uno, como una  sinergia cuántica, se judicializa sistemáticamente y sorpresivamente  sin mucho ruido.

Este modelo de para-criminalización se afianza con un discurro almibarado, bajo la lupa de organismos judiciales, legislativos y fuerzas militares. Todos como en un banquete, respondiendo a esa puesta en escena, como en un  film a lo Pier Paolo Pasolini: el poder y la degradación como corpus político.  

Así obra el fascismo en la actualidad 
En Colombia los territorios están en resistencia en relación con el gran proyecto económico de globalización, donde se asoma la muerte y la gobernanza para-criminal.

Esa inflexión se vehicula ante una política de Estado que, aún frente al inicio de un proceso de paz con el movimiento insurgente FARC-EP, aún, no se ha podido desbrozar el cordón de esa para-criminalización.

Para ello solo  basta mirar cómo este presente se funde en ese pasado reciente, hacia un actual proyecto político de algunos candidatos a las gobernaciones y alcaldías en octubre de 2015. Solo  basta para  mirar cómo  emergen postrados bajo el  crimen.

A nombre del bien, se extiende el mal
Se cierne sobre ellos un olfato sospechoso de actos de financiamiento, concesiones económicas, acciones de corrupción, estrategias de protección militar, amparo gubernamental, protección política bajo el amparo y control de localidades urbanas, red de mercado delincuencial, es decir, toda una agencia indirecta a nombre de un postulado fascista que cobra un significado en todo un mercado-político capitalista.

En medio de este hervor, el  Estado, la sociedad atisba hacia un proceso de paz con los movimientos insurgentes FARC-EP y el ELN, que como gran reto actúan, ante lo que sería un tiempo-presente y político.

Es un presente revelador, en tanto que el futuro ha hecho daño bajo roles  apresados, estimulados por el postulado de un Estado en la negación del individuo, que ha ocasionado miles de muertos y sumido a millones de seres en una pobreza hegemónica, bajo  una economía emergente, “estrictamente moral”, de dominación del otro.

En ese curso delineado, el pueblo no está ajeno a esa madriguera del fascismo global, que de manera soterrada deambula con su olfato apuntando en los más íntimos rincones: la cotidianidad colombiana. Es una corriente de pensamiento extrema, en una deshumanización, una privatización del otro, pretendiendo despolitizar a los sujetos.

La para-criminalización: Feliciano Valencia
En Colombia, la violencia del Estado ha existido siempre, donde muchas de las masacres y torturas llevadas a cabo por los paramilitares han contado con la participación directa o la complicidad de miembros del Ejército, la Policía, políticos, gremios económicos, medios periodísticos que se refuerzan hoy en el cauce electoral, cuyos hombres están encerrados en la gran fronda de un gran bosque electorero.

El capitalismo global con sus tenazas fascistas extiende una guerra, no solo en Colombia, sino en algunos lugares de América Latina. Un poder de control, un modo de gobernanza en toda una militarización de una sociedad, esa que justamente se halla en la línea débil de una supuesta “democracia”. En ese trazo, se empiezan a saber ciertas verdades.

Las fuerzas paramilitares tienen la misión de aplicar una violencia instrumental de Estado hacia una construcción de una para-criminalización enfocada al pensamiento crítico. Ésta vierte expresiones cotidianas, pensamientos reguladores, estigmatizantes, al  servicio de todo un “pensamiento fascista“. Se  vehicula  todo un  control social y político, todo un “corpus territorial”, donde opera una clase dominante.

El indígena nasa, Feliciano Valencia -condenado a 18 años de prisión- es un  vértice en el gran iceberg de la onda solapada que extiende la dirigencia  represiva en los organismos del Gobierno que ampara el presidente Juan Manuel Santos. Estos organismos vertidos,  políticamente corruptos y represivos, están al servicio de una para-criminalización.

Feliciano, luchador indígena, comunero de gran solidez para defender los territorios indígenas de terratenientes,  narco-paramilitares, opositor al modelo extractivista de la zona indígena del Cauca, hoy día está sometido a todo el corpus político de dominación y represión del Estado para-criminalizado.

Él,  como comunero, es una instancia del pueblo nasa, aguerrido, defensor de la autonomía y el territorio en un espacio político: la defensa por la pervivencia de los derechos consuetudinarios. Hoy día, una vez más, es señalada esta defensa bajo una  acción punitiva hacia Feliciano Valencia y el movimiento  comunero indígena.

Es claro que de un lado Santos habla de paz con los movimientos insurgentes, y del otro normaliza extremas formas de represión, a cualquier precio, no importa el trazo a lo que se tenga que llegar con los líderes del movimiento social en Colombia. 

La diferencia entre el fascismo y la para-criminalización no es el mecanismo que los produce, sino dónde se producen. El mecanismo es similar y se puede ver dónde está su origen y su naturaleza misma: el Estado.

La para-criminalización imprime a ese tiempo-homogéneo esta senda, propia del fascismo; garras de tigre que salta a recobrar el pasado: irrumpir en el  corazón central  de la gobernanza para viabilizar una violencia de Estado, instalar el terror, bajo una “economía moral”. Esa economía del sujeto en el laberinto del olvido es condición amenazadora y, por qué no, violatoria de la condición humana en términos reguladores.

Así como va  Colombia, se preguntaría uno: ¿Para qué diablos los colombianos habrían de querer la paz como la propone Santos? Que se sepa, en Colombia el tiempo-presente impone el hambre, la corrupción, las falsas judicializaciones, miles de presos  políticos, desterrados de la tierra, imposición de circuitos de mercados transnacionales, asesinatos selectivos, normas represoras, legislación punitiva para expresarse, circuitos de desapariciones uno a uno; a diestra y siniestra esto continúa como tendón de la historia, propiciado por los organismos del Estado nacional.

¿Entonces de qué paz está hablando con los movimientos insurgentes? Así como va Colombia, se repetirán los hechos, y el filósofo Schopenhauer se quedará atrás frente a los acontecimientos de no-repetición. Ante esto, cabría especular, ¿¡será que en el horizonte se prenderá una nueva hoguera emancipadora, como un nuevo cauce de rebelión!?

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