La hermana Albastella Barreto, en el barrio Llano Verde, Distrito de Aguablanca, Cali. (Foto: Luis Alfonso Mena S.). |
Colombia, ¡levántate!
Por Hermana Albastella Barreto Caro
El año 2015 transcurre con una responsabilidad común, una misión ineludible: asumir el proceso de paz de Colombia como tarea personal, familiar, de todo el sistema social del país que sufre uno de los conflictos armados más antiguos del mundo.
Cada persona que se identifica con la cédula colombiana no puede ser ajena a este propósito, asumirlo es más que mirarlo desde la barrera, cuestionarlo, ponerle palos en sus ruedas. Es tener claro qué se entiende por este mandato.
Un asunto son las conversaciones de La Habana, pero otro más complejo es lo que se debe hacer para recomponer el tejido social de la comunidad hecho jirones a punta de conflictos de alto voltaje, pero también del cotidiano enfrentamiento que lleva a perder el respeto por las demás personas, a quienes se trata como obstáculos atravesados en el camino.
Se trata de trabajar como invitó el cardenal Jorge Mario Bergoglio a Argentina desde “una Utopía: ¿Qué Cali queremos? Un pensamiento: ¿Qué Cali tenemos? Y desde un compromiso: ¿Qué Cali vamos a restaurar?”(1)
Las diferentes estrategias de la Justicia Transicional no son solo para aplicárselas a los grupos alzados en armas que se considera son los responsables del conflicto, también las personas del común y de los estratos sociales altos tendrán que acceder y facilitar: la Verdad, la Justicia, la Reparación y la no Repetición.
Cada quien en diferentes momentos de la historia ha estado comprometido con esta tragedia, ya sea por acción o por omisión. El conflicto se hizo armado después de muchos años de una injusticia social que viene vulnerando los derechos humanos más elementales de numerosos grupos sociales, pero también de un acumulado de corrupción pública y privada que destrozó los principios de honestidad, transparencia y solidaridad que como patrimonio dejaron quienes colocaron las bases de esta sociedad.
Asumir el proceso de paz es pues, restaurar las relaciones, reconocerse miembros de una misma familia y más que castigar al infractor, ayudarle a reconocer y a reparar el daño causado y tenderle la mano para que pueda reintegrarse a la comunidad. Esto supone reconciliación y posteriormente, perdón como don de Dios.
En Cali, hay una deuda pendiente en este proceso de paz, reparar el asesinato de Monseñor Isaías Duarte Cancino, hoy mártir por la Verdad. Miembros de la ciudadanía caleña, creyentes o no creyentes quieren que se reconozca su valiente testimonio y su ofrenda impune, no para vengarla sino para recordar su heroico compromiso con los valores cristianos y que su sangre no siga sobre la ciudad como un estigma, sino que florezca en comportamientos de verdad, justicia, reparación y solidaridad.
Para terminar unas palabras del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco: “Hoy, cuando se nos convoca a reconstruir nuestra Nación no podemos permitir que nos arrastre la inercia, que nos esterilicen nuestras impotencias o que nos amedrenten las amenazas. Tratemos de ubicarnos allí donde mejor podamos enfrentar la mirada de Dios en nuestras conciencias, hermanarnos cara a cara, reconociendo nuestros límites y nuestras posibilidades. La gran exigencia es la renuncia a querer tener toda la razón; a mantener los privilegios; a la vida y la renta fácil…a seguir siendo necios enanos en el espíritu” (2)
(*) Franciscana misionera seglar
(1 y 2) La Nación por construir. Utopía, pensamiento y compromiso, Cardenal Jorge Mario Bergoglio sj, Editorial Claretiana, Buenos Aires, Argentina. 2005. Algunos párrafos se acomodaron a la situación de Colombia.
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