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lunes, 1 de mayo de 2017

Crítica de cine. Opinión sobre la película de Víctor Gaviria


La Mujer del Animal: duele en el alma

Por Alberto Ramos Garbiras (*) y Ernesto Pino Londoño (**)
La historia gira a partir del año 1975 y se extiende durante 7 años, en Medellín y uno de sus barrios marginales (gran parte de la filmación se realizó en la zona de Jerusalén, en la frontera con el municipio de Bello); los hechos violentos hacen parte de conductas desclasadas, en medio de un submundo de personas excluidas, sin escolaridad y sometidos al atraso. La violencia delincuencial del personaje y su pandilla es  anterior al auge del narcotráfico que acarreó otras formas de violencia y otra ferocidad en las comunas de los cerros; la violencia de los años 70s conllevaba a los asaltos callejeros, al  carterismo, al abigeato, al hurto común, a la violencia urbana rutinaria con múltiples formas de acción para subsistir una pandilla de maleantes.


La película es argumental y con puestas en escena, pero semeja a ratos un documental; se trata de cine sobre la realidad, basado en una historia verdadera. Una película brutal sobre una realidad descarnada; avanza la narración a punta de madrazos y con situaciones sórdidas. Un drama psicológico lleno de maltratos y vejámenes contra la víctima principal y las víctimas aleatorias por la práctica del actor principal, de raptar jovencitas, poseerlas, dominarlas o desecharlas. La escena del rapto y violación grupal durante la fiesta de cumpleaños con otra víctima, ultrajado a todos los asistentes, es la más cruel y diciente de ese modus operandi.

Es una película enmarcada por dos ciencias sociales, la sociología y la psicología. Sin ser una radiografía familiar ni un retrato psicológico, logra las dos cosas porque la familia de Libardo Ramírez(El Animal), aunque lo cuestionan y critican, le admiten todo, lo toleran y protegen; y ése grupo familiar con cada uno de los integrantes es diseccionado en la película permitiendo al espectador adentrarse en las costumbres y forma de pensar de ellos; también la película al mismo tiempo describe toda una comunidad barrial en medio de una geografía de pendientes, casas de invasión de desarrollo incompleto, calles polvorientas, vericuetos, forma de vida, hábitos, lenguaje  procaz, vecinos que van repoblando el sitio como migrantes unos y otros como desplazados de varias violencias, y el vestuario de sus habitantes: todo ello conforma una subcultura. Los escenarios registran un ambiente de total marginalidad.

Víctor Gaviria trabaja con actores naturales, no necesariamente del mismo entorno y de la misma condición que los protagonistas, pero sí de origen popular, escogidos los actores principales y secundarios de estratos similares y sin experiencia, pero con dotes innatas para desenvolverse, seleccionados de un casting o pruebas de actuación, este ha sido el procedimiento para las películas “Rodrigo D, No futuro”, “La Vendedora de rosas”, “Sumas y restas”. Así seleccionó a Natalia Polo (Amparo) y a Tito Alexander Gómez (Libardo), y sin ser una película coral, introduce un gran número de figurantes.

El director Víctor Gaviria describe a través de la película " La mujer del Animal", a una mujer bajo el dominio absoluto de un hombre montaraz, bárbaro, inculto, de conductas desviadas, agresivo y extremadamente machista. Es la historia de un secuestro con todos los ribetes de violencia y ensañamiento ante la debilidad de la víctima, aprovechándose el delincuente del miedo de ella y de la comunidad que, ni ayuda ni denuncia, utilizando las amenazas y respaldado por un grupo de matones que se asocian para delinquir en gavilla. Un secuestro donde no aparecen las autoridades, no hay investigación policial. Prácticamente un secuestro público a diferencia de tantas películas sobre secuestros de mujeres donde el secuestrador las oculta para usarlas como esclavas sexuales y saciar su animalidad, pudiendo burlar a las autoridades. Aquí no, el secuestro  que se inicia con rapto y violación es conocido por familiares y habitantes del sector.

Hay unos pequeños errores de continuidad en varias escenas. Una falta de marcar la transición de un tiempo a otro,  sin elipsis indicativas.  Como el embarazo de ella que no se ve y súbitamente se produce el parto. Y otros momentos de la vida de la protagonista en el decurso de los 7 años. Cuando se termina de ver este largometraje del cineasta colombiano Víctor Gaviria, uno descansa con una pequeña sonrisa en los labios, que simplemente significa que esta ficción de cine, anclada en la realidad, ha hecho justicia con su final y el protagonista, El Animal, tuvo su merecido : la total impunidad conlleva a esa reacción.

Este sentimiento de simple espectador es compartido con varios comentarios que se han escuchado en las últimas semanas en que se ha proyectado la película y que de manera acertada han considerado que esta filmación es “dolorosa”, “denunciante” y  “vertiginosa”. Si sumamos los tres factores, diríamos que es una  buena película y que por razones de nuestra sociología colombiana tan desconcertante, trágica y confusa, todos deberíamos ver, para aprender aspectos crueles y desobligantes de la cultura sobre la mujer que afecta todavía a un sector grande de los migrantes que a diario llegan a las grandes ciudades y que se instalan en ellas sin ningún atenuante, sin ninguna guía: como si fueran una carga tirada desde un avión y  un “defiéndasen como puedan”.

Es la historia de los migrantes que hicieron la transición campo-ciudad a la fuerza, tras la expulsión liberal-conservadora en la primera violencia de finales de los años cuarenta, extendiéndose en los cincuenta y sesenta del siglo 20, que le quitó a los campesinos desterrados : la tierra, el pan y los hijos. Y los dejó huérfanos de alma y vida para siempre.

con esas raíces llegó El Animal a Medellín en la década del 70 del siglo pasado, con una carga de dolor y resentimiento que fue la hoguera principal de su comportamiento criminal: a sus padres los asesinaron en la violencia liberal-conservadora en el municipio antioqueño de Argelia. Es el antecedente principal de una historia cierta.

El Animal busca refugio y guarida en una de las comunas de Medellín que en esa época apenas se consolidaba e inicia una vida delincuencial y que para efectos de la historia de la película, engaña, seduce, secuestra, viola, somete y se apodera en cuerpo y alma de una niña de igual procedencia, Amparo. A El Animal, todos temen y a pesar de la "solidaridad" de los vecinos en medio de su pobreza, el miedo le gana a la justicia; y la devoción cristiana de la población no se rebela: así se desenvuelve el filme hasta su final.

Porque durante la proyección el espectador está sometido a una suma de vejámenes de El Animal a su presa, a quien llama abusivamente su mujer (Amparo): Como puede el ser humano soportar tanta ignominia?, hasta el punto que en un momento Amparo escribe o mejor garrapatea una frase angustiante en un cuaderno sacado de un basurero, dirigida a Dios: “Señor, que estoy haciendo, que estoy pagando”.

Dentro del rebusque económico de la gente, incluye en crecimiento, la presencia de bandas delincuenciales de poca monta. Porque el sentimiento del miedo paraliza. Incluso los familiares de El Animal lo reconocen: “Todos le tenemos miedo”. Significativo también en la escena del bar La Sirena, donde sus compinches se rinden a sus caprichos. Hasta su madre le teme y lo justifica y le devuelve la culpa a Amparo: “que le estas dando a mi hijo, que lo tenes como enyerbao”, para tapar la ignominia de su hijo.

La  gente "asegurada" en sus  cambuches solo puede mirar por las hendijas de latas y tablas de madera, un futuro negro y sin esperanza: no son pobres, son miserables enfrentados al hambre y la promiscuidad. La película resalta costumbres de la subcultura,  como la utilización de brebajes malignos del que fue víctima Amparo para entregársela a El Animal. y otras prácticas o comportamientos. Hasta la música que recrea y disipa está en contra de la población con los mensajes decadentes de la música de carrilera que expresa machismo y desolación: música que disculpa los desafueros de El Animal.

Este trabajo cinematográfico a su vez denuncia,  nos muestra a los habitantes urbanos de la gran ciudad,  la vida de los migrantes y desplazados en situación excluyente, dolorosa y cruelmente pobre: la película registra magistralmente tomas panorámicas,  macrovistas de Medellín con toda su fortaleza urbana y luego los contrasta con todas las debilidades de las comunas, caminos de herradura, tugurios sin servicios y una población sin esperanzas y sin trabajo. Solo por esa razón la película es una experiencia que se debe mirar en las salas de cine, para que historias increíblemente brutales como esta, no se repitan Pero se siguen dando, aunado a ello la situación de vulnerabilidad porque ocupan zonas sin presencia estatal y de riesgo , expuestos a los desastres como el que se acaba de presentar en Mocoa.

La película es vertiginosa porque desde que se inicia mantiene la tensión y la atención del espectador y solo se espera que llegue el final y El Animal pague sus crímenes. Esta población sometida por el miedo a un desadaptado criminal, celebran con alegría, con tapas de ollas y con voladores, la muerte de El Animal. Es una celebración a la manera de justicia popular ya que la justicia en la ciudad no funciona. Es el único momento en toda la proyección, que Amparo descansa, le agradece a Dios como si hubiese llenado sus pulmones de aire nuevo para expulsar toda su amargura y  agradada con la muerte de su victimario va acercándose al cuerpo sin vida de El Animal, se agacha, le susurra al oído : “Gracias Señor, por haberme escuchado”.

 (*) Fue columnista de cine del periódico El País durante 10 años; realizó estudios de historia del cine en Suecia (1982) y edición cinematográfica en España (1983), becado por FOCINE y el ICETEX-.


(**)Economista, con especialización en marketing social . Miembro del CPE Centro de Pensamiento Democracia y Postconflicto. Coautor de otros artículos de cine, como “Todos tus muertos” y “el soborno del cielo”.

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