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miércoles, 27 de enero de 2010

Análisis. Derrotadas la democracia, la OEA, la ONU


Manuel Zelaya fue recibido con honores de jefe de Estado en Santo Domingo por el presidente de República Dominicana, Leonel Fernández.

Las lecciones de Honduras


Por Luis Alfonso Mena S.
Concluyó este miércoles 27 de enero en Santo Domingo, República Dominicana, el drama de una parte de la historia de Honduras, llena de tristeza.

El presidente legítimo de ese país, Manuel Zelaya, arribó a esa capital, vecina del devastado e invadido Haití, luego de permanecer durante cuatro meses en la embajada de Brasil en Tegucigalpa.

Allí estuvo alojado porque los golpistas de su país se negaron a restituirlo en el poder, luego de que hace exactamente siete meses, el 28 de junio de 2009, lo derrocaron.

El final fue como el principio: una gran farsa. La llamada comunidad internacional no pudo hacer nada frente al golpe militar oligárquico liderado por Micheletti.

Los multimillonarios de ese país se salieron con la suya, seguramente a un alto costo de sus fortunas, pero lograron que el ensayo de golpear a un país del Alba diera resultado.

Porque ese era el gran objetivo del golpe: sacar a Honduras de la Alianza Bolivariana de Nuestra América, Alba, fundada por Cuba y Venezuela, Bolivia y Ecuador.

Y, además, salir de un hombre que, como Zelaya, se había vuelto una piedra en los zapatos de los grupos de poder locales y de EE.UU., que tienen allí una gran base militar.

En medio del sainete, al final el Congreso y los tribunales se pusieron de acuerdo para amnistiar a los militares y a todos los inspiradores del golpe.

Y Porfirio Lobo, portavoz de la burguesía conservadora de Honduras, se instaló en el Gobierno, con muy escasa participación de delegados internacionales en su posesión.

Como para que no quedara duda de su posición alineada con los mandatos de la derecha del continente, Álvaro Uribe envió al inefable Francisco Santos al acto.

Grupos de poder de incalculables fortunas en Honduras y en el exterior, principalmente estadounidenses, participaron en el sostenimiento del golpe.

Los sectores sociales que hicieron parte de la resistencia contra el mismo aprendieron lecciones muy importantes en materia de unidad y de organización.

Finalmente, la gran derrotada fue la institucionalidad de ese país, no sólo por el zarpazo dado contra Zelaya sino por la crisis de su Congreso y de su justicia.

También salieron derrotadas instituciones internacionales como la ONU, a pesar de los esfuerzos de su presidente, Miguel d´Escoto.

Pero, principalmente, la Organización de Estados Americanos, OEA, que demostró su ineficacia de la mano del chileno José Miguel Insulza.

La OEA sigue siendo un tigre de papel que no asusta a nadie, que hace debates interminables que no resuelven nada y de cuyas resoluciones todos se burlan.

Otra de las lecciones de la tragicomedia hondureña es que para que un proceso de transformación política sea exitoso debe generar poder popular, social.

Este le faltó a Zelaya, que trató de propiciarlo cuando sus medidas de corte progresista empezaron a ser torpedeadas por la oligarquía.

Además, el caso hondureño es una voz de alerta: los detentadores del poder económico y político en el continente no están dispuestos a seguir perdiendo los gobiernos.

Chile y Panamá son expresión de ello, para lo cual contaron con la ventaja que dan los llamados gobiernos de centro.

En Chile, la connivencia de la izquierda ‘ligh’ representada por el Partido Socialista y el derechista Partido Demócrata Cristiano facilitó el regreso de la ultraderecha.

Porque el pinochetismo disfrazado ha vuelto al poder en Chile con Sebastián Piñera. Y en Panamá Ricardo Martinelli sacó partido del “centrismo” de Martín Torrijos.

Así que los procesos democráticos populares, de gobiernos de izquierda, tienen un gran reto en lo sucesivo, después de los retornos de la ultraderecha.

Todo indica que el denominado centro político no es sino el caldo de cultivo para que los grupos tradicionales de poder recuperen el mando, con fusiles o con votos.

Bolivia, con la abrumadora votación por Evo Morales el pasado 6 de diciembre, y Uruguay, con el triunfo de José Mujica el 29 de noviembre, son la otra cara de la moneda.

Los procesos políticos en estos dos países, con sus diferencias, tienden a profundizarse, especialmente el de Bolivia, en el que la opción socialista es clara.

En todo caso, a pesar del triunfo del golpe oligárquico, en Honduras el mismo sembró la cimiente de un movimiento popular que seguramente crecerá en sus luchas.

Y Zelaya tendrá en adelante que contribuir a que aquél se convierta en una alternativa para su país, porque las viejas cúpulas ganaron, pero el pueblo volvió a perder.

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