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martes, 15 de junio de 2010

4.- Análisis. Las alianzas en segunda vuelta

¿Suicidio Político?

Rechazar las alianzas para armar un bloque político multipartidista es ir en contra de la norma constitucional que consagra la segunda vuelta electoral (artículo 190), si ningún candidato ha obtenido la mitad más uno de los votos en la primera vuelta.

Por Alberto Ramos Garbiras (*)
Rechazar las alianzas con los partidos políticos y las fuerzas que no pasaron a la segunda vuelta es un suicidio político. No se puede confundir alianza con adhesión ni militancia partidista.

Las alianzas son para armar una coalición multipartidista de cara a enfrentar a un contradictor político que ideológicamente se encuentra en el lado opuesto, o que representa lo contrario de lo que se agencia o pretende en un proyecto político planteado por quienes rechazan las lacras del sistema, o los errores del Gobierno pasado que se quiere reemplazar porque la continuidad es más perniciosa para el bien común.

Rechazar las alianzas para armar un bloque político multipartidista es ir en contra de la norma constitucional que consagra la segunda vuelta electoral (artículo 190), si ningún candidato ha obtenido la mitad más uno de los votos en la primera vuelta.

La segunda vuelta se concibió y creó para que las diferentes fuerzas se coaliguen en dos bloques; uno que llegará al poder y otro que hará oposición para controlar y vigilar al otro, evitando los abusos de poder.

La segunda vuelta permite ampliar la participación política, redefinir las fuerzas electorales y las corrientes políticas, ajustando los programas de Gobierno con la retroalimentación de lo mejor de los otros programas cuyos aspirantes ya no pueden proponerlo directamente en las urnas.

Rechazar las alianzas con los afines ideológicos es cerrar la puerta a la participación de estos y excluir el pluralismo ideológico en el campo de la política electoral. Si se tratara de definir quién gana en las urnas de manera expedita, ganaría solo el partido que obtenga la mayoría simple en la primera vuelta, como se hacía antes de la reforma constitucional de 1991, y como se hace en otros países aún.

Los países con dos vueltas electorales las establecieron para que gane el que más apoyos obtenga y por ende, mayor legitimidad. También para formar poliarquía en el mejor sentido de la palabra: una coadministración entre los mejores y afines.

Tratar de obtener el apoyo de los sufragantes solo con los votos de opinión y convocando a los abstencionistas sin propuestas novedosas y concretas, no es tarea fácil. Esas propuestas que rompan el abstencionismo y saquen a la gente a votar deben ser supremamente atractivas para mover la tesitura de los sectores con carencias económicas, los excluidos y ansiosos del cambio social; propuestas que entrarían a competir con el asistencialismo neopopulista que puso en práctica el uribismo con los programas de Familias en Acción, las ayudas del Icbf, el Sisben, Familias Guardabosques, etcétera., con la plata de todos.

Mover casi cinco millones de personas para ganar implicaría ofrecer programas creíbles y concretos bañados de neopopulismo centrista que contrarrestren el neopopulismo derechista de Uribe que, sin pretender cambiar el status social de los de abajo, en los estratos 1 y 2 captó para Juan Manuel Santos el voto de los asistidos con programas miserabilistas pero que calman en parte las falencias.

Entre el 14 de marzo y el 30 de mayo de 2010 apareció en Colombia un multipartidismo moderado, plantando a cuatro formaciones políticas que protagonizarán las acciones en los próximos años: el partido de la U, el Partido Verde, Cambio Radical y el Polo Democrático Alternativo.

Estas cuatro organizaciones políticas, cada una, de manera aislada, obtuvieron más votos que los liberales y los conservadores en la primera vuelta presidencial, y se observó, además, un desgranamiento y deslizamiento de los miembros del bipartidismo hacia el uribismo-santista de la U que, absorbió a las bases parlamentarias alinderadas desde la consulta de marzo.

Apareció un multipartidismo sin ficción porque tuvimos en Colombia un multipartidismo inflado y ficto entre los años 1992 y el 2006: una feria de avales y personerías jurídicas de las fracciones del bipartidismo revestidas y maquilladas como movimientos políticos.

Ese multipartidismo moderado no había irrumpido en el panorama político desde 1851, es decir, 158 años cubiertos de bipartidismo hegemónico, períodos de predominancia roja o azul (federalismo o centralismo decimonónico, guerras civiles partidistas…); pacto frentenacionalista y su prolongación; violencia bipartidista, terceras fuerzas efímeras y luego liquidadas( MRL, Anapo; Firmes, UP, Nuevo Liberalismo); o terceras fuerzas locales , máximo regionales, sin llegar al poder central, luego disueltas por el apetito de los líderes que retornaban al seno del bipartidismo; fraudes electorales a tutiplén, etcétera.

Cuando el marco constitucional de 1991 (artículos 107, 108, 109, 110, y 111) abrió las exclusas para el pluralismo y la competencia aparecieron alocadamente decenas de movimientos y supuestos partidos hechizos, mera desmembración de los partidos tradicionales, bautizados con nombres sonoros.

La alianza multipartidista que conformó Juan Manuel Santos con la llamada “Unidad Nacional” no busca sostener a esos partidos todo el tiempo, sino poco a poco absorberlos y deshacerlos para incorporar a las figuras más prestantes, haciéndolas trasladar a las estructuras del Partido de la U, como hicieron durante los ocho años con liberales y conservadores tránsfugas, y como hicieron durante la campaña hacia la primera vuelta del 2010: procedieron al desbaratamiento de los congresistas conservadores que acompañaban a Noemí Sanín y a los liberales que “seguían” a Rafael Pardo los fueron trasteando con sus electores hacia la campaña santista.

(*) Politólogo egresado de la Universidad Javeriana.

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