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viernes, 31 de enero de 2014

RESEÑA. Ramiro Martínez lanzó su libro Poemas de Amor para la Guerra


La claridad de las palabras, como la luna llena

El escritor Ramiro Martínez acaba de lanzar su libro Poemas de Amor para la Guerra, en una edición lograda con mucho esfuerzo personal y el concurso de ilustradores e impresores independientes. El producto final es un libro lleno de color, de bellas imágenes y, sobre todo, de sentidos poemas. Damos a conocer la reseña que a manera de prólogo escribimos para el libro.

Por Luis Alfonso Mena S.
Ramiro Martínez Gómez conjuga sus actividades de contador público con las de la poesía con libertad plena, como es su ideario político. En este camino literario que él titula Poemas de amor para la guerra se la juega por la vida, aunque, en verdad, el rastro de la muerte derivada de las vicisitudes de una sociedad violenta e inconmensurablemente injusta como la que trasegamos siempre está latente en su poemario.

Pero a pesar de que las letras de Ramiro traspiran dolor por los humildes y los desposeídos, por la patria entregada y los seres humillados, irradia también esperanza, luces, aún a partir de su propia semilla, la de su ser. “Y si mañana no despierto, / echen a andar mis versos / por el mundo. / Déjenlos libres, / que preñen / las neuronas de ternura”, nos dice en Mañana, uno de sus poemas.


En su reivindicación de la utopía hay agradecimiento para aquellos que lucharon por hacerla realidad y que ofrendaron sus vidas en la pelea por una existencia digna en una Colombia en la que los de arriba han impuesto su hegemonía a sangre y fuego contra quienes piensan que las desigualdades no deben ser una condena eterna.

Así, desfilan por el libro Bernardo Jaramillo (“Hay un firmamento triste /  que llora en silencio / el genocidio de Bernardo”), Pardo Leal (“Ilustre camarada / tú no has muerto, / vives  en el corazón de los colombianos, / igual que Gaitán y Camilo. / Nos enseñaste el camino de la libertad; / ahora Colombia camina por los senderos de Bolívar, /  al rescate de la patria”) y Antequera (“Te fuiste con la noche, / pero nos dejaste la claridad de tus palabras, / como la luna llena”).

En Ramiro Martínez se expresa no sólo la extraña conjunción de los números y las letras, sino otra cualidad exótica en el mundo del capitalismo globalizado de hoy: ser internacionalista, solidario con los hermanos sin distingos de razas ni nacionalidades, un legado de los viejos luchadores que hoy pocos recogen y que enaltece a quienes lo siguen levantando como portaestandarte en sus espacios vitales.

Por eso sus poemas, breves, pero exactos como las cifras contables que maneja al dedillo, evidencian solidaridad con los pueblos del mundo y sus bregas, como cuando habla de la heroica Palestina (“Mi niña pobre / mi harapienta niña / abandonada por la ONU / abandonada por el mundo. / Resiste… resiste / resiste otros mil años…”) o de Libia (“Mi pequeña libia. / ¿Qué será de ti? / ¿De tu libertad y tus banderas? / Y tus  niños cercenados, / y los obreros bombardeados”).
O cuando se encuentra A Camila Vallejo, la valiente muchacha austral que puso a tambalear el poder de los fatales herederos de Pinochet (“Adelante va Camila como un caballo de Troya, / señalando el camino, desenmascarando a Piñera. / Con su anatomía de Venus latina / y su madurez revolucionaria / quebrantando el silencio, imponiendo nobleza… Adelante va Camila /  trasformando a Chile, / trasformando la historia”).

Pero, también como los viejos luchadores de antes, Ramiro reivindica la Patria, a su Colombia, y se pregunta por ella, extraviada en los negocios de los banqueros, escondida en las multimillonarias ganancias oligopólicas, atrapada en los latifundios narcoterratenientes, secuestrada por el Estado paramilitar (“¿Dónde está mi patria? / ¿Mi patria dónde está? / ¿Dónde está mi pedazo de universo? / ¿Dónde estará mi bandera? / ¿Dónde estará su cabellera?”).

Y como si se respondiera, en Desaparecidos habla de los que se llevaron con la patria, de los que por buscar caminos diversos para alcanzar una tierra justa fueron sepultados en el olvido que tanto usan los poderosos a la hora de enmudecer la ira de los de abajo (“Estallarán un día / los gritos amordazados / que no tuvieron digna sepultura. / Su sonrisa dibujada en / las flores, sepultará / los traidores de la patria”).

Es la Ausencia que no deja tranquilo al poeta, que lo atormenta (“Escucho tu voz como / un río que secó el verano. / Presiento la imagen del amor fusilada, / por  la sombra de tu ausencia”). Ausencia que deja Huellas, como llama otro de sus poemas, en el que se cruzan sus luchas cotidianas y sus sensaciones más profundas (“Aquí estás con tus huellas indelebles, / atrapada en mis recuerdos. / Aquí estás  cabalgando, / entre el fuego y el placer, / quemándome la piel. / Y yo estoy  aquí desgranándome la vida, respirando tu aliento / que florece en mi memoria”).

Se trata del desasosiego por la partida del amor, del Exilio (“Exiliada en mi memoria, / tu imagen me suplica / que te regrese, al país / de donde nunca partiste… / mi corazón”). Y del deseo sublime, como expresa en Emboscada (“Un día de estos / te voy a tender una emboscada / con flores, será un asalto / con besos y balas / de caricias”). Y de la luz que brota al final, Ahora, como dice otro de sus cantos (“Ahora, si creo en Dios /… Ahora que tú estás aquí… / mi cielo”). Se trata, en suma, de su propio Ser (“Déjame ser / la otra voz, / las otras manos, / los otros labios, / que vendrán después / de mí”).

Ramiro Martínez es un hombre de Fe, en su lucha, en los caminos que recorre, en los sentimientos que abriga, en las palabras, que son su manera de dar la pelea por otra sociedad, por la dignidad, por la alegría de todos (“Nos despojaron de la parcela, / nos despojaron de la vida, / nos despojaron de nuestra libertad, / nos despojaron de nuestras banderas (políticas)... / Pero no pudieron matar nuestra fe, / pero no pudieron matar /  nuestros sueños, / pero no pudieron despojarnos de nuestra alegría, / pero no pudieron despojarnos de nuestra esperanza… / Y ni si quiera pudieron desviarnos / del camino de nuestra emancipación, / porque por cada golpe, por cada muerto, salimos más convencidos de hacer la revolución”).

Al Final inexorable de todos, Ramiro también le canta con la alegría y la claridad de sus palabras, como la luna llena: “Al final quiero que me incrusten aquí, / en la tierra que me vio crecer, / con sus ojos de alegría”.

Así es Ramiro Martínez Gómez, con el dolor por la patria avasallada, con la ira por la humillación a los desposeídos, pero también con la fe en el futuro distinto, con la certeza de que el amor triunfará sobre la guerra, de la mano de la revolución social.

Cali, martes 7 de agosto de 2012.


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