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miércoles, 2 de diciembre de 2015

Crónicas Viajeras. Por las tierras de Risaralda (IV)

El Bolívar Desnudo, la representativa obra en bronce de Rodrigo Arenas Betancourt, en la plaza central de Pereira. (Foto: http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=1455314). 
Pereira, ciudad de dulces y trancones

Por Rubén Darío Taborda Franco (*)
Cuando uno  llega a Pereira procedente de Cali o Palmira encuentra un edificio de diez pisos que se llama  Mukava, luego se entra a La  Perla del Otún, como se  le conoce a la capital de Risaralda,  por la  Carrera 13, observa a  mano derecha el estadio y después el barrio Los Corales. A mano izquierda encuentra una altiplanicie enmallada como la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suárez en la capital del Valle, porque ahí se encuentra el puerto aéreo de la ciudad.

Pereira parece ser buena plaza para los cantantes, pues en el pequeño recorrido que hice observé el  anuncio de  conciertos  de Franco de Vita,  Luis Alberto Posada y J. Balvin.

Paramos por  un momento en una estación de gasolina, me bajé del carro, avancé unos metros y  vi  la panorámica de Pereira. La ciudad está conformada por lomas que fueron paulatinamente urbanizándose. En ese momento el helicóptero de la Policía hacía un sobrevuelo por la ciudad y se perdía entre  edificios, casas y montañas.

Reiniciamos el paseo por  Pereira, pero con un trancón monumental. Carros andando a 15 kilómetros por hora sobre la autopista y largas filas de automóviles estacionados en cercanía del San Andresito de la ciudad y de otro centro comercial.

Pasamos por un  pequeño hundimiento en  la autopista y, al salir, se ve  a mano derecha el Colegio Nuestra Señora de Fátima. Luego pasamos por el Coliseo Rafael Cuartas Guzmán y después tomamos la Carrera Octava. Rodando por la Calle 31 me topo con un local que vende granizados de mango verde con limón, piña y, como novedad, granizado de apio.

En la Calle 23 se encuentra Cine Alma, donde anuncian  la proyección de la película ¡Qué Viva  la Música!,  inspirado en el libro del caleño Andrés Caicedo que lleva el mismo título de ese largometraje.

Por las calles comencé a sentir el ambiente del día de los niños o de Halloween, pues miraba desde la ventana del carro a niños disfrazados de súper héroes, una niña vestida de bailarina y a la Chilindrina haciendo una llamada desde su celular.

Por los andenes se veía a Drácula, lo mismo que a momias y brujas paseando a las 6:30 p.m., cuando la fría noche pereirana va apareciendo y el día va cerrando sus ojos poquito a poco.

De pronto vi un almacén de electrodomésticos que tenía un televisor encendido y en la pantalla se veía la transmisión del partido Cortuluá-Once Caldas, que en el momento perdía el equipo local por un gol de diferencia y que terminaría con tres en contra del onceno tulueño en el Estadio Doce de Octubre.

Por las calles de la Carrera Octava seguían pasando peatones y  niños disfrazados. Mientras  los pereiranos caminaban de un lado para otro, un señor  se encontraba en el andén con una  carreta con termos que cargaban café para vender.  En ese momento saqué la cabeza por la  ventana de vehículo en que me transportaba y vi a una señora caminado sonriente con su balaca que simulaba ser un  cuchillo que le atravesaba su cabeza.

Como había mucho tráfico automotor, al igual que cuando uno pasa por la Carrera Octava entre calles Trece y Quince de Cali, le preguntamos a un señor dónde podíamos encontrar un parqueadero y él nos indicó uno en la Calle 21. Por esa calle no había mucho movimiento de vehículos.

De ahí salimos a una dulcería de Pereira, cerca del Bolívar Desnudo de Rodrigo Arenas, a comprar esos turrones que se hacen con maní del Tolima, azúcar del Valle del Cauca y café cultivado en estas tierras, inspirado en recetas italianas y francesas, preparado en moldes de plata típicos de la cocina suiza.

Mientras Charles Chaplin se tomaba un café en un restaurante, la población infantil  iba con sus padres contentos festejando su día y  yo disfrutaba de un  rico turrón  blanco después de una larga espera, gracias al trancón en calles pereiranas por culpa del gran tráfico vehicular y  las brujitas que caminaban ese 31 de Octubre, felices por la ciudad.


(*) Periodista independiente.

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