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sábado, 17 de agosto de 2019

Reflexión. La defensa del ecosistema dejó de ser asunto de especialistas

Panorámica del humedal El Cortijo.
Ambientalismo popular

Por Alberto Ramos Garbiras (*)
En dos universidades se llevó a cabo en Bogotá una cumbre ambiental, empezando la tercera semana de julio 2019. El ambientalismo es una corriente de pensamiento y de acción para proteger  el planeta tierra en lo inmediato; respecto a Colombia, se trata de proteger los recursos naturales (aguas, aire, suelos, etc) con pronunciamientos, marchas, estudios de difusión, prácticas agrícolas correctivas, políticas de prevención, mitigación, reparación; lucha contra la corrupción incubada en las Corporaciones Autónomas, contra la mediocridad de algunos directores; y otras acciones que alertan sobre casos de depredación, como lo ocurrido en Cali con el humedal El Cortijo en el Valle del Lilí, al desecarlo para pavimentarlo con un terminal de buses, y en el río Pance convirtiéndolo en una cloaca que recibe aguas sanitarias, para solo citar dos ejemplos. Ambos casos, con la aprobación de la CVC que tolera y sustenta lo contrario de lo que por ley le corresponde hacer, desvía la protección de los recursos naturales para ser complaciente con la administración municipal o con los constructores, lo cual deja entrever elementos de corrupción evidente.

Como lo expresa el exministro Manuel Rodríguez Becerra, “…Corregir las formas destructivas de la acción humana sobre la naturaleza, y en segundo término, el reconocimiento de que la naturaleza, impone unos límites al desarrollo social y económico, un hecho que está soportado por los cientos de miles de estudios y hallazgos de las ciencias de la tierra. Precisamente, haber transgredido el límite de la carga de gases de efecto invernadero en la atmósfera ha llevado a la crisis climática”.

El ambientalismo popular es esa toma de conciencia que se extiende a todos los sectores del pueblo para defender los recursos naturales en aras de que la agricultura sea viable y la seguridad alimentaria no quede amenazada. En las ciudades ese tipo de ambientalismo es la determinación de vastas capas poblacionales para defender los parques, la arborización, los humedales, los ríos urbanos, el espacio público, para que todo no sea obras grises o cemento. Ante los daños gravísimos en los ecosistemas urbanos (ríos convertidos en caños, humedales desecados por los urbanizadores, tala en los cerros circunstantes, etc.) la población reacciona y solicita orientación, surgen los veedores ciudadanos, las personas se instruyen; la afectación del entorno hace que se produzca una toma de conciencia y de aprendizaje bioético. Los temas ambientales están dejando de ser un asunto de especialistas, la necesidad de enfrentar la destrucción y frenar la pérdida en la calidad de vida conforman factores del ambientalismo popular: actitud de grandes capas de la población para proteger sus hábitats.

El glifosato y su uso aéreo sigue siendo un riesgo para la salud de los campesinos y de la biodiversidad. Esta sustancia debería prohibirse también sobre los cultivos lícitos, como la caña de azúcar, porque dañan aguas, flora, suelos y afectan la agricultura tradicional pudriendo frutas y hortalizas: arrinconando y quebrando a los minifundistas.

Los depredadores niegan el cambio climático y se burlan de los ambientalistas hasta compararlos con terroristas como lo hizo hace poco el alcalde Armitage de Cali. Los negacionistas agencian intereses de los constructores o del capital foráneo, y existen negacionistas por omisión, es decir, conociendo las consecuencias adversas, no hacen nada para evitar los daños.

El petróleo mueve el modelo económico globalizado, los combustibles fósiles no están siendo sustituidos por combustibles alternativos para evitar el efecto invernadero, Los negacionistas como Donald Trump o Jair Bolsonaro, acatan las presiones de las multinacionales y empresarios que financian su permanencia en el poder. El mal ejemplo cunde. La adopción del fracking terminaría de perjudicar los ecosistemas en Colombia. Por eso la cruzada de Gretha Trumberg desde Suecia y en los foros mundiales hay que admirarla. Con su huelga escolar climática ha sumado cantidad de jóvenes clamando por el respeto de las medidas adoptadas en las cumbres mundiales, las COP como la 21 de París donde se recogen los resultados científicos del Panel Mundial el Cambio Climático.

La vida de un ser humano es imposible en solitario durante dos etapas: la niñez y la vejez. Debe estar asistido por la familia. La vida en las ciudades es imposible sin los recursos naturales (agua, aire y suelos). Pero las ciudades están siendo afectadas y cercadas por los constructores desecadores, por los mismos alcaldes ignorantes sin instrumentos de planeación y por los agroindustriales que amenazan la huella ecológica y alteran los ciclos de agua dejando es riesgo la seguridad alimentaria. Los servicios ambientales de las ciudades vienen del campo, desde lo rural discurren las aguas que hacen parte de cuencas con sus microcuencas, por lo tanto hay que respetar los bosques. En Cali el parque Natural los Farallones no está debidamente protegido y la sostenibilidad de la ciudad depende de la conservación, pero los bosques están siendo devastados por las innumerables construcciones de casas secundarias en todas las veredas, parcelaciones que se agigantan (esto conlleva a desviación del agua con mangueras, trinchos y acequias), más el desraizamiento de suelos y prácticas agrícolas inapropiadas para poner a producir las nuevas parcelas.

Según El Periódico de Brasilia, la pérdida de masa forestal en la Amazonía brasileña registró un aumento del 13,7 % entre agosto de 2017 y julio de 2018, período en el que la mayor selva tropical del mundo perdió un área total de 7.900 kilómetros cuadrados, equivalente a unos 1.185 millones de árboles, según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe), responsable del monitoreo de su cobertura vegetal. De acuerdo con la organización ambientalista internacional Greenpeace, el área perdida en la Amazonía brasileña por deforestación en esos dos meses es equivalente a 987.500 campos de fútbol. Más de 8.500 hectáreas de bosque, el equivalente a 10 millones de árboles, fueron destruidas entre enero y febrero de este año en la cuenca hidrográfica de Xingú, un gigantesco ecosistema en la Amazonía brasileña con una superficie similar a la de España, según denunció en abril 2019 pasado una ONG. Pero ni esas cifras disuaden a Bolsonaro que, está empeñado en cumplirle a los ganaderos y dejar talar parte de la amazonia con un argumento simple: la exportación de carne significan  divisas que le sirven a Brasil.

(*) Ex procurador Ambiental del Valle del Cauca, ex jefe de la Gestión del riesgo (Ungrd), de la Gobernación del Valle, profesor de derecho ambiental, Universidad Libre Seccional Cali.

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