Carta a
una amiga
uribista
Nota del Editor: Entre los numerosos mensajes recibidos luego de la última actualización de ¡PERIODISMO LIBRE!, mensajes que respaldan y estimulan este ejercicio de periodismo alternativo y nos motivan a seguir adelante, recibimos desde Madrid, España, uno del escritor Alejandro José López Cáceres que, al final, nos daba a conocer una interesante carta que le dirigió él a una amiga uribista. Por considerarla de plena actualidad, y con la debida autorización del autor, transcribimos la misiva. (*)
“Recientemente llegó un mensaje a mi correo electrónico, firmado por una vieja y querida amiga. El tono de éste era enérgico y sus planteamientos, francamente, fanáticos. Me exhortaba a apoyar la reelección del actual presidente de Colombia y hablaba de “ganar la guerra”. Tenía un estribillo que se repetía en casi todos los párrafos: “Los buenos somos más”. Me sentí obligado a contestarle.
Querida amiga:
He leído tu mensaje anterior. Y encuentro en él cosas que, en efecto, son verdades. Pero se trata aún de unas verdades epidérmicas.
El problema de la guerra en nuestro país es mucho más complejo de lo que planteas. Un conflicto que lleva ya más de cincuenta años no es un simple asunto de buenos y malos. Tampoco es cierto que el fin vaya a llegar cuando alguno de los ejércitos elimine físicamente a todos sus adversarios. Eso sería tanto como suponer que la guerra obedece sólo a unas prácticas de carácter militar (como nos lo hacen creer casi todos los medios de comunicación colombianos). No, toda guerra tiene un origen, un fin, una dinámica y una esencia de carácter político.
Por otra parte, en la cruenta, absurda, degradada y repugnante guerra de nuestra nación, ninguno de los bandos enfrentados ha logrado someter definitivamente al otro. Entre tanto, los combatientes de todos los ejércitos siguen bañando de sangre el país. Y han terminado produciendo una de las mayores catástrofes humanitarias del mundo contemporáneo.
No es un asunto de buenos y malos porque, como ya anotaba, todos han incurrido en crímenes infames contra la dignidad humana. Luego invocan de manera oportunista e hipócrita la bandera de los Derechos Humanos violados por el adversario.
Miremos algunos ejemplos. La guerrilla condena las ejecuciones extrajudiciales, pero calla sobre las atrocidades del secuestro. Los paramilitares protestan por el uso de las armas no convencionales (campos minados), pero nada dicen sobre las orgías de sangre que llevan a cabo con sus motosierras en los pueblos campesinos.
El gobierno pone el grito en el cielo por el secuestro, pero ha protegido a los funcionarios estatales que han llevado a cabo (administrativa y militarmente) los deleznables “falsos positivos”. No, querida amiga, se equivoca quien crea que hay héroes en la guerra de nuestro país. Durante décadas, los distintos ejércitos colombianos han albergado entre sus integrantes y dirigentes a auténticos criminales.
He comentado además que esta guerra no se acabará jamás militarmente. Entre otras cosas, porque beneficia económicamente (en sumas astronómicas) a quienes participan en ella. Mientras tanto, quien pone los muertos es el pueblo colombiano y, la gran mayoría de las veces, la población civil.
Pero sobre todo, no se acabará jamás porque los bandos tienen garantizada su financiación a través del exorbitante y lucrativo negocio de las drogas; todos reciben dinero de éste, de un modo u otro: quienes trafican y quienes dicen combatirlo.
Dicho sea de paso, el esquema de la “prohibición” no ha hecho más que optimizar las ganancias del narcotráfico (del mismo modo en que lo hizo con el alcohol en Estados Unidos durante la década de los años 20 y 30, hasta que, con la legalización, acabaron por fin con la mafia siciliana). El problema de la droga tendría que ser manejado de una manera más eficaz y menos sangrienta.
Quiero decirte, con toda claridad, que rechazo tanto el “proyecto de país” de la extrema izquierda (cuya punta de lanza es la guerrilla y sus aliados) como el de la extrema derecha (cuya punta de lanza son los paramilitares y sus aliados). Ninguno de ellos representa el país con el que sueño.
Espero que tarde o temprano haya una verdadera negociación política de esta guerra, que es como un grifo abierto de sangre y dolor. Ojalá no tarde demasiado, pues demorar dicha negociación no hará más que incrementar las ya catastróficas cantidades de seres humanos muertos. A nuestro país le urge asumir y construir, de modo indeclinable, una salida política al atroz conflicto que padecemos hace ya demasiadas décadas.
Los colombianos necesitamos merecernos un mejor destino, tenemos la obligación moral de legarles a nuestras hijas, a nuestros nietos, un mejor país. Pero esto sólo será posible renunciando a las actitudes mesiánicas, quitando todo respaldo a los liderazgos caudillistas y extremistas (que nutren la guerra), acorralando cívica y jurídicamente cualquier acto de corrupción o de abuso del poder, condenando enfáticamente los crímenes de los tres ejércitos. Y, por supuesto, construyendo un Estado incluyente que garantice y defienda siempre la dignidad humana, un Estado verdaderamente democrático.
Porque el origen de la guerra colombiana está en las profundas inequidades sociales que tenemos, las cuales pueden ser constatadas con sólo recorrer Agua Blanca, Siloé, Ciudad Bolívar, las comunas de Medellín, o cualquiera de los cinturones de miseria que cercan nuestras ciudades. No podemos, querida amiga, creernos aquella cínica frase: “la culpa de la pobreza la tienen los pobres”. Si seguimos hablando así estamos tomando partido, directa o indirectamente, por la guerra. No creo en la llamada “paz de tierra arrasada” sino en la que llega a una nación que logra consolidar su democracia; es decir, que fortalece sus instituciones y elimina la miseria.
Bien sé que el camino que tenemos por recorrer es demasiado largo, y cada quien debe hacer la parte que le corresponde, como trabajador, estudiante, empresario, padre de familia, campesino, profesional; en fin, como ciudadano. Ojalá que, al menos, nuestros biznietos pudieran vivir en un país justo, en una Colombia en paz.
Te mando un afectuoso abrazo,
Alejandro José López Cáceres”
(*) López Cáceres es un escritor y realizador audiovisual colombiano, nacido en Tuluá, en 1969. Ha publicado un libro de crónicas: Tierra posible (1999), otro de ensayos: Entre la pluma y la pantalla: reflexiones sobre literatura, cine y periodismo (2003), otro de cuentos: Dalí violeta (2005), y uno más de entrevistas y crónicas: Al pie de la letra (2007). Entre los años 2004 y 2008 dirigió, en la ciudad de Cali, la Escuela de Estudios Literarios perteneciente a la Universidad del Valle. Actualmente reside en España y cursa estudios doctorales en la Universidad Complutense de Madrid.
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