No
perdamos el horizonte, defendamos lo construido
Por Luis
Alfonso Mena S.
En
las horas que transcurren cunden las maldiciones. Se solazan los partidarios de
mantener el país en otros 50 o 60 o 70 años más de guerra. Se frotan las manos
con sangre ajena los que quieren mantener sus inmensos privilegios a balazos o
con bombardeos.
Los
hipócritas lamentan tantas muertes, pero por dentro ríen a carcajadas porque creen
tener nuevos argumentos para que otro intento de paz se vaya a la basura. No
les importa. Así ha sido siempre.
La
clase dirigente colombiana es experta en ello. Y muchos caen en su trampa.
Olvidan que no es la oligarquía la que pone el pecho en la guerra. Los muertos,
de un lado y del otro, siempre son del pueblo. No son banqueros, ni
empresarios, ni políticos profesionales, ni terratenientes, y tampoco
generales. Es el pueblo el que derrama su sangre, mientras aquellos consolidan
su poder. Así que es la hora de no caer en su juego.
Sin
respeto por la dignidad humana, muchos uribistas, de viejo y nuevo cuño, se
disputan los muertos: buscan capitalizar, pletóricos de politiquería, anegados
en cinismo, los lamentables sucesos del 14 de abril en el Cauca. Inundan las
redes, irrigan veneno. Son paradigmas del oportunismo, adalides del odio.
Producen náusea.
Uribe, el jefe del gobierno cuyos más altos funcionarios
están hoy en la cárcel (y otros esperan el turno), condenados por corrupción y
persecución a sus opositores, usufructúa con desfachatez el dolor ajeno. Aúpa
la guerra.
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