Miles de colombianos se movilizarán desde este 19 de agosto en todo el país desde diversos sectores sociales. |
Vamos con toda al Paro del 19-A
La característica de un movimiento social es que no tiene un lugar
específico para hacer política sino que, a partir de un núcleo de constitución
de sujetos, organización y acción colectiva, empieza a transitar y politizar
los espacios sociales con sus críticas, demandas, discursos, prácticas, proyectos.
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Por Horacio Duque Giraldo
Para el próximo 19 de agosto ha sido anunciado un
paro cívico nacional de campesinos, ciudadanos y trabajadores que eleva un
pliego de solicitudes y reivindicaciones agrarias, educativas, de salud, de
salarios y derechos fundamentales denegados 1.
Dicha acción colectiva coloca en un peldaño
superior el creciente auge de la protesta y movilización social que se ha
expresado en los levantamientos indígenas del Cauca (2012); en las huelgas
cafeteras, arroceras, paperas y cacaoteras contra el neoliberalismo y los TLCs
(primer semestre del 2013); en el explosivo paro campesino del Catatumbo (junio
y julio del 2013); y en la huelga minera vigente contra la Locomotora del
modelo extractivista.
La comprensión de dicha fenomenología social y el
apalancamiento de sus potenciales políticos, recomienda una aproximación
rigurosa, que trascienda las meras intuiciones y las puras elucubraciones de
liderazgos afectados por el personalismo y el caudillismo rural, enquistados en
estructuras sindicales burocratizadas y cooptadas por el turismo sindical
internacional, que, por lo demás, está acompañado de una retórica dogmática,
sectaria y sin sentido crítico, que contrarresta el caudal transformador de los
movimientos sociales y lo coloca en posiciones de infantilismo político cuando
no de conciliación con el régimen señorial agrario.
Señalemos, en primer lugar, que los procesos socio
políticos en desarrollo como los diálogos de paz de La Habana y sus acuerdos
agrarios, la proyectada reelección del Presidente Santos, los cambios recientes
en las Fuerzas Armadas (con nuevos oficiales que dicen ser mediadores de
conflictos), la recomposición de las relaciones con Venezuela y la influencia
Norteamericana, se convierten en el marco de referencia para el abordaje de los
movimientos sociales que se visibilizaran desde el 19 de agosto. (Tilly,
Melucci, 1999, en Zegada, 2011).
De manera concomitante agreguemos que en el
análisis de las protestas y movimientos sociales hay tres ejes de reflexión básicos.
Desde la literatura contemporánea de las ciencias
sociales, sobre el tema (Mc Adam, Mc Carthy, Tilly, Tarrow, Touraine y otros)
se establecen al menos tres factores necesarios para el estudio de los
movimientos sociales: i) las oportunidades políticas ii) las estructuras de
movilización (formales e informales) iii) y los procesos enmarcadores o de
interpretación, atribución y construcción social que median entre la
oportunidad y la acción (Mc Adam et. al., 1999, en Zegada, 2011).
Las oportunidades políticas dan cuenta de los
procesos políticos que se materializan en la relación de los movimientos
sociales con las estructuras institucionales. La hipótesis es que “los
movimientos sociales y la revoluciones adoptan una u otra forma, dependiendo de
la amplia gama de oportunidades y constricciones políticas propias del contexto
nacional en que se inscriben” (Mc Adam et. al., 1999). Sin duda la estructura
de oportunidades políticas, es decir, el entorno político o el sistema político
influyen o catalizan la acción colectiva, interactúan con ella y abarcan al
menos las siguientes dimensiones: el grado de apertura del sistema político
institucionalizado (acá es oportuno ver los efectos de La Mesa de La Habana),
los cambios que se producen en el sistema electoral; la estabilidad en las
alienaciones de las elites que defienden determinadas líneas políticas (acá no
hay que pasar desapercibida la reyerta Uribe/Santos), la posibilidad o no de
contar con el apoyo de las elites, la capacidad estatal para reprimir o la
tendencia a hacerlo (Mc Adam recogiendo los aportes de Krieski y Tarrow, 1999).
En cambio, las estructuras de movilización se
refieren a “los canales colectivos tanto formales como informales a través de
los cuales la gente puede movilizarse e implicarse en la acción colectiva” (Mc
Adam et. al., 1999). En este marco, se inscriben dos tendencias, en primer
lugar la teoría de movilización de recursos (Mc Carthy y Zald) que se centra en
los procesos de movilización equiparando movimientos sociales con organizaciones
formales y; en segundo lugar, la estrictamente centrada en los procesos
políticos históricos (Tilly y otros).
Ambas corrientes dieron lugar al estudio de las
dinámicas organizacionales de los movimientos sociales y su aplicación a
estudios comparados. En relación con las estructuras de movilización, interesa
conocer el perfil organizacional (el número de organizaciones y su densidad
institucional), y las tácticas disruptivas e innovadoras que estos emplean
(bloqueos, paros, huelgas, batallas), y que están en estrecha relación con los
recursos que disponen -económicos, simbólicos, y otros- por lo que el
desarrollo de un movimiento social depende no solo de la estructura de
oportunidades sino de sus propias acciones organizadas (Mc Adam et. al., 1999).
Pero, el cemento que une las oportunidades
políticas y las estructuras de movilización son los denominados procesos
enmarcadores que son los significados compartidos, los conceptos que movilizan
y generan acción colectiva (las ideas o la cultura traducidos en los pliegos de
peticiones agitados), la construcción de identidades socialmente compartidas,
definidas como “los esfuerzos estratégicos conscientes realizados por grupos de
personas en orden a forjar formas compartidas de considerar el mundo y a sí
mismas que legitimen y muevan a la acción colectiva” (en Mc Adam, 1999). Se
refieren al bagaje cultural, las estrategias, las luchas que se generan entre
grupos y el proceso que estos sufren en el desarrollo del movimiento, desde los
que aparecen como menos conscientes, hasta aquellos en que se monopolizan el
debate y el posicionamiento del mensaje en la gente que a veces implica
verdaderas batallas discursivas y simbólicas entre los actores que participan
en el movimiento, por ejemplo, a través de los medios de comunicación.
Estas acciones colectivas suelen visibilizar las
carencias, las necesidades irresueltas, las demandas de participación o el
cuestionamiento al Estado, y cuya consecución se busca y conquista precisamente
a través de la movilización social. En realidades abigarradas, estas prácticas
políticas son resultado de la combinación de varios referentes que devienen de
su configuración socio histórica y le otorgan una densidad distinta al
movimiento social, porque a las demandas vinculadas a la pobreza y la
desigualdad que provienen de los códigos de una modernidad inacabada se añade
el cuestionamiento a los modos de reproducción de la desigualdad entre pueblos
y culturas, a la exclusión socio cultural, al colonialismo y a la defensa de sus
territorios. Dichas demandas incursionan en la política para exigir al gobierno
un reconocimiento y espacios en el escenario de decisión, como lo hemos podido
constatar en la huelga cafetera y en el alzamiento del Catatumbo.
Para explicar mejor, la poderosa movilización
social que se inicia el 19 de agosto del año en curso, que ciertos “líderes
izquierdistas de escritorio y de papel”, momias envejecidas en salones y con
dogmas partidistas, quieren desactivar mediante métodos autoritarios, hay que
considerar otros elementos importantes.
Me refiero a la crisis actual de mediación de los
Partidos políticos en sus funciones de representatividad y de canalización de
las demandas sociales, la cual forma parte de la denominada “crisis
institucional de la democracia, que ha generado un vacío en el espacio público
democrático, y es asumido de manera directa por la acción colectiva de los
movimientos sociales. Así, el (re)surgimiento de la acción colectiva en forma
de (nuevos) movimientos sociales construye sujetos político ideológicos
antagónicos con capacidad de generar propuestas alternativas al modelo
hegemónico económico y político marcado por el neoliberalismo y la democracia
representativa. En este sentido, García afirma que “los movimientos sociales pueden
ser entendidos como un desborde democrático de la sociedad sobre las
instituciones de exclusión y dominio prevalecientes” (García et.al.,
2004: 19; y García, 2001).
Ahora bien, adicionalmente agrego la idea central
de que una acción colectiva se convierte en movimiento social
cuando incursiona en el campo político, interpela a otros actores, se extiende
a otros ámbitos de la vida social, trasciende las meras reivindicaciones
particularistas y toca las aristas del Estado y del orden político. De esta
manera, los movimientos sociales se inscriben en un campo de conflicto
estructural y generan una opción contra hegemónica. “Un movimiento social
es un tipo de acción colectiva que intencionalmente busca modificar los
sistemas sociales establecidos o defender algún interés material, para lo cual
se organiza y coopera para desplegar acciones públicas en función de esas metas
o reivindicaciones” (García, 2004:4-5, citado por Zegada, 2011).
La característica de un movimiento social es que no
tiene un lugar específico para hacer política sino que, a partir de un núcleo
de constitución de sujetos, organización y acción colectiva, empieza a
transitar y politizar los espacios sociales con sus críticas, demandas,
discursos, prácticas, proyectos.
En este sentido, un movimiento social es como una
ola de agitación y desorden a través de las formas tradicionales e
institucionalizadas de la política. Una acción colectiva que no circula e
irrumpe en otros lugares de la política no es un movimiento social (Tapia, en
Zegada, 2011).
Por otra parte, los movimientos sociales, devienen
de campos de conflictividades diversas y de calidades distintas, fundados en la
construcción simbólica de identidades. Su efecto se produce a dos niveles: en
primer lugar, a nivel institucional en el que producen cambios visibles
mediante la incorporación de innovaciones organizativas, la conformación de
nuevas elites más receptivas a las formas de acción y de construcción de
demandas. En segundo lugar, y lo más importante desde la perspectiva de
Melucci, operan como signos, es decir, traducen su acción en desafíos
simbólicos que rechazan los códigos culturales dominantes en esa medida son
proféticos, anuncian las limitaciones del poder estatal, son paradójicos cuando
revelan la irracionalidad de los códigos culturales dominantes llevando a la
práctica dichos códigos culturales, y generando nuevas representaciones
simbólicas a través del lenguaje (Melucci, 1999).
Otro elemento importante de discusión alrededor de
los movimientos sociales es el hecho de que la política involucra también la
disputa sobre un conjunto de significaciones culturales, esta disputa lleva a
una ampliación del campo de lo político hacia la (re)significación de las
prácticas sociales; de esta manera, los movimientos sociales están
insertos en movilizaciones por la ampliación del campo político, por la
transformación de las prácticas dominantes, por el aumento de la ciudadanía y
por la inclusión social. En otras palabras están ligados a la construcción
de una gramática social capaz de cambiar las relaciones de género, raza, etnia
y apropiación de los recursos públicos; todo ello involucra una nueva
interfase entre Estado y sociedad civil. (De Souza Santos, 2004:59-74, en
Zegada, 2011).
Otro aspecto importante y complementario para
pensar los movimientos sociales revelado por Melucci, es la constatación de
redes subterráneas, en las que se experimentan nuevos códigos culturales,
nuevas formas de relación, percepción y significación de la realidad y se
revelan como señal de posibilidades alternativas al orden establecido, a la
racionalidad instrumental de la sociedad dominante e inducen a pensar en
órdenes sociales alternativas (Melucci, 1989 citado por el mismo 1999).
Estos movimientos subterráneos en determinadas
condiciones irrumpen a la realidad constituyendo el nuevo topo (Sader, 2009),
con nuevas fuerzas hegemónicas, portadoras de nuevas propuestas y discursos
alternativos. Lo hemos visto con la presencia multitudinaria de los campesinos
en la irrupción de Marcha Patriótica en la Plaza de Bolívar de Bogota, un
verdadero movimiento social y político que antagoniza el poder hegemónico de la
oligarquía.
García y otros (2004:18) afirman que como resultado
de las movilizaciones, los movimientos sociales transforman varios aspectos del
campo político, modificando el espacio legítimo de producción de la política,
rediseñando la condición socioeconómica y étnica de los actores políticos,
innovando nuevas técnicas sociales para hacer política, además de mutar los
fines y sentido de la misma. De acuerdo a esta lectura, la irrupción de la
plebe indígena, campesina y afro trabajadora en el campo político incorpora a
la sociedad excluida en un hecho eminentemente democrático y de igualación sustantiva,
pues los movimientos sociales permiten el acceso a prerrogativas políticas y el
acceso a recursos.
Es necesario considerar también que los movimientos
sociales no son formas colectivas de carácter y presencia permanente en el
campo político, surgen en determinados campos de conflictividad, se articulan,
movilizan, agregan demandas e irrumpen en la política; pero, luego, retornan a
sus formatos organizacionales y a campos de conflicto de carácter corporativo
ligados a sus demandas inmediatas o en su caso, se mantienen presentes en el
campo político ligados a una articulación hegemónico específica. Por eso es
equivocado forzar acciones indefinidas que son a todas luces muy
contraproducentes. Hay que sopesar correlaciones de fuerza y visualizar nuevos
escenarios de protagonismo político, como muy acertadamente lo han hecho los
líderes del Catatumbo que organizaron La Mesa correspondiente con el gobierno
nacional.
A partir de estas (re)lecturas conceptuales se
pueden comprender mejor las características que asume la acción colectiva en
Colombia y el protagonismo de los movimientos sociales en desmedro de las
formas políticas tradicionales.
El 19 de agosto se inicia un nuevo capítulo de las
luchas populares y los movimientos sociales. Vamos con toda al paro.
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Fuente: http://prensarural.org/spip/spip.php?article11669
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