domingo, 1 de agosto de 2010

1.- Análisis. En 2010, más homicidios que en 2009

Cali, bajo el imperio del crimen

A pesar de los tan pregonados éxitos de la política de “seguridad democrática” de Uribe, en Cali y el Valle pululan todas las formas de criminalidad y crece en la ciudadanía el sentimiento de desprotección. Los recintos sagrados del saber, también ahora bajo la amenaza de los violentos.

Por Luis Alfonso Mena S.

La criminalidad en 2010 sigue creciendo y el martes 27 de julio dejó su huella trágica en la Universidad Santiago de Cali, en cuyo interior fue asesinado el Decano de Economía, un hecho de enorme gravedad que generó aún más preocupación en la ciudad.

Durante 2009 la violencia dejó una estela de 1.814 personas asesinadas en Cali y de 3.294, en el departamento, según cifras del Instituto de Medicina Legal.

En términos estadísticos, lo anterior significa que durante 2009 en Cali fueron muertas de manera violenta cinco personas cada día, y en el Valle, nueve, números que superan los registrados en años anteriores y que reflejan un deterioro ostensible, tanto de la convivencia ciudadana como de las condiciones sociales de sobrevivencia de la población vallecaucana.

Pero en vez de disminuir, la violencia en Cali se incrementa y, de acuerdo con cifras del Observatorio Social de la Secretaría de Gobierno Municipal, entre el 1 de enero y el 22 de julio de 2010 en la capital del Valle fueron asesinadas 988 personas, 3% más con relación a 2009, cuando en el mismo lapso se registraron 955 asesinatos.

Las estadísticas muestran, pues, un mal epidémico que condujo al alcalde Jorge Iván Ospina a la convocatoria de una cumbre de seguridad con la presencia de autoridades del orden nacional con el fin, según dijo, de que la “seguridad democrática” se refleje en Cali en “seguridad integral”.

Lo paradójico y dramáticamente sintomático es que en el preciso momento en que en la Alcaldía se realizaba la mencionada “cumbre”, en una de las cafeterías de la Universidad Santiago de Cali, llena de estudiantes, profesores y empleados, era asesinado el decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la institución, Eberth Mosquera.

El hecho causó conmoción no sólo por haber sido cometido en la persona de un docente universitario, sino por las circunstancias que rodearon el homicidio, cometido al mediodía en el corazón mismo del alma máter, con alevosía y planificación criminal.

De nada sirvieron las aseveraciones de Ospina, quien había dicho el viernes 25 de julio: “No tolero un muerto más en la ciudad de Cali”, ni la presencia del Comandante Operativo de la Policía Nacional en la reunión.

En Cali se volvieron comunes los crímenes no sólo en las calles, sino también en recintos sagrados, como son los de los cultos religiosos y los centros de enseñanza. Hace algo más de dos semanas fueron asesinadas dos personas, entre ellas un pastor, a la salida de iglesias cristianas situadas en puntos diferentes de la capital del departamento.

Hace poco también, el dirigente cívico Claudio Borrero Quijano, conocido por sus persistentes y documentadas luchas por el respeto a los ejidos de la ciudad, fue atacado con arma corto punzante por un menor de edad en el interior de la iglesia catedral.

Y, más recientemente, luego de dejar a su hijo en un colegio, al noroccidente, fue asesinado un padre de familia. Pero estos son sólo algunos de los hechos más recientes y protuberantes. Los homicidios en Cali se multiplican.

La ola de crímenes, como hemos dicho, no es nueva, viene de años atrás. Lo graves es, precisamente, la persistencia del fenómeno, la falta de soluciones, que no se logran sólo con incremento de pie de fuerza, como suele decirse siempre, sino con planes estructurales en materia social, que ataquen el desempleo que afecta a más de dos millones y medio de colombianos.

Pero, además, con políticas estratégicas que posibiliten el acceso masivo y gratuito no solo a la educación secundaria sino a la superior. Una misión imposible para una sociedad capitalista en la que impera el dios dinero, con la consecuente generación de corrupción, falta de ética privada y pública.

Es el dios dinero el que determina la mentalidad tanto de grandes empresarios legales como de los ilegales, y es origen de la exclusión y de la falta de valores humanistas, caldos de cultivo de la delincuencia generalizada que azota hoy al país y a la que Uribe no logró hacerle ni cosquillas en ocho años de “seguridad democrática”.

Y todo parece que tampoco el Alcalde de Cali, a quien le quedó grande la seguridad de sus conciudadanos.

1 comentario:

  1. esa es la realidad de nuestro pais....."la seguridad democratia" que solo es para los mas ricos no garantiza nada a los pobres y lo unico que logra es el propio exterminio de la sociedad popular...............

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