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La paz, el camino bueno de los indígenas
Se olvidan
quienes se rasgan las vestiduras, que todos los códigos “civilizados” fueron
escritos con la tinta sangre de los vencidos. En su histeria conceptual se
olvidan estos rabiosos detractores que la paz es una eficiente ley económica.
Este histerismo mediático, ignorante y soberbio con la historia y las tradiciones
ancestrales, olvida unos “detalles” de la misma racionalidad jurídica con la
que se lavan continuamente la boca: que el aparato del Estado no es todo el
Estado
Por Omar Vesga
Núñez (*)
Las
culturas ancestrales del mundo se caracterizan por un Estilo de Vida basado en
el respeto a la naturaleza, y a toda criatura viviente, esta es la enseñanza de la Palabra Buena, de la Palabra
Dulce, de la Palabra Sabia de sus mayores. En el caso colombiano, la
Constitución de 1991 garantiza esta
forma de pensamiento y de vida, eminentemente humanas. Deducimos de aquí dos
situaciones: un ejercicio de democracia auténtica, y la garantía de la
diversidad cultural, de nuevas formas de vida para la sociedad colombiana.
Por
esto sorprende la histeria levantada contra los indios por los medios de
comunicación privados, cuando las comunidades indígenas Nasa del Cauca,
desatendidas por años por el Estado y cansadas de que se vulnere su derecho a
la paz, decidieron tomar medidas administrativas para garantizar con sus organizaciones culturales y sociales
la aplicación con justicia social de la Constitución colombiana.
Según
la Constitución del 91, el constituyente primario del Estado colombiano es el
pueblo, y cuando el aparato del Estado incumple por años su obligación legal de atender la salud,
educación, seguridad y trabajo de los ciudadanos, entonces, ¿por qué se le
niega a las comunidades, originarias de toda constitucionalidad, su derecho de
hacerlo por sus propios medios y en paz? O sea, ¿que el aparato estatal puede incumplir
impunemente sus deberes, y la población que los eligió no puede corregir
aquellas faltas de manera democrática?
¿Esta no es la misma pretensión de la “imposibilidad jurídica” (¿?) para
revocar el mandato de los congresistas corruptos? Por último, ¿la paz no es
mandato del pueblo colombiano a sus gobernantes, y un derecho, repetimos? ¿O es
que los negros, los indios, los mulatos, los zambos, no son dignos de la
“patria racional, blanca y cristiana”?
Este
histerismo mediático, ignorante y soberbio con la historia y las tradiciones
ancestrales, olvida unos “detalles” de la misma racionalidad jurídica con la
que se lavan continuamente la boca: que el aparato del Estado no es todo el
Estado, que sus funcionarios, las autoridades, son servidores públicos, por
tanto, deben cumplimiento y honestidad de sus obligaciones a las comunidades.
En este caso se dice y maldice que los indios, el pueblo organizado, no puede
defender legalmente sus comunidades del vicio rentable para algunos de la
guerra, un negocio que los indios denuncian está acabando con su pueblo.
Entonces, ¿dónde queda la realidad de la democracia y la paz que todos los días
escuchamos? ¿Desde cuándo el constituyente primario no puede reformular sus
mandatos? Se olvida que los indios también son Colombia, y sus territorios
sagrados desde hace miles de años han garantizado el agua, los páramos, las
flores, los pájaros, la comida, que las ciudades toman sin devolver a la naturaleza, y que estos hermanos han
hecho parte de todas las instituciones de la historia colombiana, desde la
Corona española hasta la República.
Primero
que todo, asistimos a la versión nacional del nuevo tiempo de la Madre Tierra,
de la nueva consciencia ciudadana, del fracaso del modelo autoritario de
gobierno en el mundo, hecho que atemoriza a los apologistas de la vieja energía
de la violencia, la exclusión y la avaricia. Se trata de la recuperación de la
democracia real, una conquista de los pueblos del mundo, y por eso ha habido y
habrá levantamientos de aquellos con su respectiva cuota de sangre y
humillaciones. La progresista civilización occidental con sus racionales códigos
de derecho civil, se impuso a sangre y fuego a los campesinos europeos desde el
siglo XIV al XVII, a las monarquías, y a los pueblos nativos del mundo con
genocidio incluido. Se olvidan quienes se rasgan las vestiduras, que todos
los códigos “civilizados” fueron escritos con la tinta sangre de los vencidos.
Alguien
decía, que la paz no se hace entre amigos sino entre enemigos, se hace con ladrones,
bandidos, tramposos, asesinos, en últimas con la cara oscura de los seres
humanos, de todos nosotros, con personas enfermas por la desesperanza y
la frustración, y quien esté libre de
culpa que lance la primera piedra. ¿Por qué se pudo
hacer la paz, a medias, con los paramilitares y no con otros grupos armados
ilegales? Esa es la experiencia que los pueblos excluidos y humillados de la
periferia intentan hacer, contra el fuego cruzado, la metralla y las calumnias
eruditas, como en Apartadó, en el Chocó, y ahora en el Cauca.
Quienes
desde sus cómodas poltronas hacen y deshacen del país real, tratan de
convencernos del refrito milenario de representación del mundo, del positivismo
científico y las religiones judeo-cristianas, de partir la realidad, de
fracturar la unidad orgánica y sensible del universo, separando al sujeto del
objeto, al hombre de la naturaleza, oponiendo bueno contra malo, inocente
contra culpable. Este modelo fracasado e inhumano tiene al borde de la
extinción a los recursos naturales, y se opone a las realidades sensibles del
mundo, la creciente consciencia de los pueblos. Por esto se abren paso nuevas iniciativas, nuevas
realidades sociales que los ideólogos
trasnochados del sistema tratan de imponer como opinión pública, diciendo que
estas experiencias son ilógicas, inconstitucionales, y todos los ismos legales
que su pavor les dicta, para defender el desplome de su modelo de
“civilización”, único válido según dicen.
Una
de estas “irreverencias lógicas” y “atrevimientos” políticos que irrumpe con
fuerza en el pueblo colombiano, cansado de esta guerra impuesta, es la paz.
Pero la paz debe nacer primero en el corazón y la mente para ser real. Este es
el camino milenario practicado por las culturas nativas del mundo, que hoy pasa
a la acción social y política, ante la negligencia e insania de unas
instituciones que se niegan a asumir su responsabilidad constitucional. El Estado somos todos, es la verdad
que cobra cada día más fuerza en las
calles de las naciones de la tierra.
En
su histeria conceptual se olvidan estos rabiosos detractores, que la paz es
una eficiente ley económica. La paz es prosperidad real para los
ciudadanos, oportunidades y realización para todos, para los “malos y para los
buenos”. La paz incrementa exponencialmente el desarrollo de la economía, más
profundamente que la inversión de capital externo que de hecho la precisa. El
gobierno del doctor Santos que ha levantado la bandera del desarrollo
económico, no ha podido desprenderse de los modelos excluyentes de la
producción, sin embargo, pretende lograr elevados índices de económicos sin
estimular el mercado interno. No entendemos cómo puede desarrollarse un país
donde las mercancías y las personas no pueden circular libremente, la norma de
oro del capitalismo. Invitamos a mirar
la exitosa experiencia de Sudáfrica, sumida ayer en una guerra infame como
todas, y que hoy se perfila como potencia económica mundial. ¿No es esta otra
buena razón para la paz?
Es
obvio para cualquier mente racional, y sana, repetimos, que la paz es la única
alternativa del desarrollo. Esperamos que este gobierno dé el paso definitivo
al Siglo XXI e inaugure de una vez por todas, la Locomotora de la Paz.
La
paz es la única victoria auténtica del ser humano porque nace de nosotros. Para
existir no precisa doblegar a nadie, decían los antiguos maestros.
¡Es
hora de la Paz! ¡Salgamos de la caverna! Invito a los contradictores de la paz
a pasar al Siglo XXI, el de la realización humana, el de TODOS nosotros y
nuestros hijos.
Cali,
17 de julio de 2012
(*)
abarist.blogspot.com.
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