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Invocar la
pureza es incitar a la violencia
En
neo lengua, siguiendo a Orwell, el puro
centro tiene todo menos de democrático, pero a la vez suplanta cada una de sus
tres etimologías para transformarlas en un imaginario que pretende despercudir
la esencia de sus actuaciones en materia criminal. No es puro porque sus manos
están manchadas de sangre y de corrupción, y no es de centro porque sus
postulados se inclinan a la extrema derecha
Por Carlos
Victoria (*)
El
recién creado movimiento político Puro Centro Democrático es la misma perra con
distinta guasca. Es la estrategia de la extrema derecha de rebautizar la
letrina y proseguir en su tarea de
ejercer hegemonía frente a los desafíos de una sociedad cada vez más azotada
por la desigualdad. Apelar al fantasma de la amenaza terrorista es un truco que
les funcionó, macabramente, durante los últimos años, mientras
desinstitucionalizaban al país en medio de la violación de derechos humanos, la
corrupción generalizada y lo peor: con el aplauso de millones de colombianos,
quienes hicieron de la seguridad un auténtico credo.
Ahora
el movimiento uribista apela a la noción de lo puro, como lo magnánimo, lo
impecable, lo que no tiene mancha, en definitiva todo aquello que representa lo incontaminado. Esa noción de
pureza puede tener varias lecturas. Va una por cuenta de la antropóloga
británica Mary Douglas (2007) y otra por
nuestro filósofo de la montaña Fernando González. Para la primera, la pureza
riñe con la suciedad y el desorden. Para el segundo, lo puro está ligado al legado de la religiosidad
que arropó con su manto las breñas de
esa Antioquia puritana, camandulera y violenta que, invocando a Dios y María
Santísima, fue la pila bautismal del
asesinato de miles de campesinos.
Ave
María Purísima es un suspiro soslayado que heredamos de nuestros antepasados
influenciados por la cruzada católica. La religiosidad popular lo destacó como
un grito de batalla ante la herejía, incluyendo la liberal. La antioqueñidad,
ligada a la servidumbre, hizo de estas
expresiones la lingüística de la conmiseración, de la ayuda. Pureza, además,
fue el nombre con el que bautizaron a más de una muchacha con la pretensión de
quedar inmaculada, virgen para siempre. Al final de sus años solo se oía
quedaba un diminuto: Purita. La pureza revistada de sacralidad se transformó en
una de la peor de las aberraciones que forjaron esa mentalidad moralista,
mojigata y al final de cuentas, prodigando una ciudadanía precaria.
Pero
también la pureza se vio manchada por otros nombres menos escolásticos como el
de Virgelina, tal vez con la esperanza que no fuese tocada, y por el contrario
adorada como las vírgenes que depuraron los pecados de los más recios
montañeros, a la postre padrones de proles que sirvieron de carne de cañón para
las guerras civiles del siglo XIX. Como bien lo documenta la historiadora
Catalina Reyes (1996), tras el influjo mariano se castró a una generación de
mujeres en su condición de beatas, solteronas y monjas de clausura, contra su
propia voluntad, incitando por otro lado –como efecto perverso- la expansión
secular de la prostitución en la capital antioqueña.
Por
su parte, argumenta Reyes, los hijos del infortunio no siguieron siendo
tratados como “perversos y malos”, sino como jóvenes simplemente. El virus del mal dejó de ser un asunto moralista para
ser despercudido a través de la pedagogía reformada, sobre todo para aquellos
que eran considerados “perezosos,
indisciplinados, turbulentos y crueles”. Robar por necesidad, por ejemplo, fue
calificado como delito por miseria y
hambre. De hecho los reformadores de la época procedieron a establecer un
catálogo por grupos de niños y jóvenes problema: homosexuales, delincuentes,
atrasados pedagógicos por “desordenes domésticos” y otros delitos, entre los
que se incluían todo tipo de “desviaciones” de moral y conducta. Por esta vena
llegaría Pablo Escobar.
Pureza y
contaminación
Douglas
en su texto Pureza y Peligro (2000) admite que la idea de pureza está ligada a
la noción de orden. Ella prefiere la tolerancia con respecto a la limpieza vs la suciedad. Todos sabemos
qué pasó cuando Hitler invocó a la pureza de la raza, a la limpieza étnica. A
mediados del siglo XIX aquí se apeló a la limpieza de sangre para ascender
socialmente. En muchas de las calles de nuestras ciudades también se lavan la
sangre de las víctimas de la limpieza social. El Puro Centro es una fabula de
la higiene política: el uribismo necesita despercudir su inmediato pasado y
lavarse las manos en agua bendita.
“La
suciedad ofende el orden”, y eliminarlo está en su esfera. Es su obligación,
subraya Douglas. La custodia del orden, a través de la seguridad democrática,
explotó hábilmente la religiosidad y el misticismo de los colombianos. Ahora
Santos, según Uribe, es una especie de Judas. Traidor, traidor, traidor le
gritaba la caterva en el Club El Nogal. ¿Santos contaminó la pureza del
uribismo? ¿Es un profanador? O simplemente una oveja descarriada que contamina
la pureza de esa derecha golpista que retumba cada vez que estornuda a través
de la gran prensa.
El
Puro Centro es una fabula de la higiene política: el uribismo necesita
despercudir su inmediato pasado y lavarse las manos en agua bendita.
El
realidad puede resultar un apodo en el que se mezcla la redes de conspiración
que se tejen desde lo más profundo de ese conservatismo que ha alimentado la
cruzada mesiánica del orden a como de
lugar. La consolidación del Estado autoritario y la paz de los sepulcros, como
viejas y extremas consignas asociadas al statu quo, son la esencia de sus
aspiraciones: pro rico, pro gamonal y pro corporativismo. No hay contradicción
porque, por otro lado, la Unidad Nacional busca lo mismo a través de
procedimientos que apelan al viejo liberalismo tras mantener sus feudos
electorales sustentados en la efectividad de las redes clientelistas.
En
neo lengua, siguiendo a Orwell, el puro
centro tiene todo menos de democrático, pero a la vez suplanta cada una de sus
tres etimologías para transformarlas en un imaginario que pretende despercudir
la esencia de sus actuaciones en materia criminal. No es puro porque sus manos
están manchadas de sangre y de corrupción, y no es de centro porque sus
postulados se inclinan a la extrema derecha, el lugar favorito de esa clase
dirigente que históricamente ha tramitado a través de la violencia -del Estado
y partidista- lo que por otros medios ha sido incapaz. El aplazamiento de la
reforma agraria es uno de los listones.
Todavía
retumban en la memoria las palabras de Salvatore Mancuso, cuando al final de su
discurso en el Congreso de la República, no solo invocó a Dios, sino que nos
prometió construir un paraíso entre los Andes y el mar, aunque en esa ocasión
omitió decir que en dicha cruzada serían sacrificados miles de colombianos por
la causa patriótica de la guerra al terrorismo. Se supone que ese paraíso
dibujado por el jefe paramilitar no estaba reservado para los impuros, para los
contaminados por ideas de justicia social. “Dios bendiga a Colombia”, remató en
medio de una salva de aplausos de los congresistas. En un país donde la
religiosidad no se discute, invocar a
Dios es incitar a la violencia, y más en su
persona. Recordemos a Monseñor Builes, cuando en plena violencia
partidista dijo en Antioquia que “matar liberales no es pecado”.
No
es casual ni gratuito que se invoque el ascetismo político cuando el ambiente
institucional es cada vez más maloliente. La descomposición moral de quienes
nos gobiernan hiede. Pureza y liderazgo carismático hacen parte del mismo
repertorio simbólico para reinventar la creencia mesiánica en un caudillo con
firmeza y fiereza. “La impureza, de por sí, es apena una representación y ésta
se encuentra sumergida en un miedo específico que obstruye la reflexión; con la
impureza penetramos en el reino del Terror”, dijo Ricoeur. En ese orden de ideas
“matar gérmenes” es el correlato de un orden inmaculado, puro, libre de
impurezas. Recordemos el discurso de Uribe en diciembre de 2008 cuando en
Caimito, Sucre afirmó que la “culebra está viva” . Los falsos positivos no
mienten.
Por
su parte Santos , acosado por su caída en las encuestas, no se queda atrás: “No
quiero ver a un solo indígena en las bases militares”, en un arranque entre
xenofobia, racismo e impotencia, frente a la encrucijada del gobierno en el
Cauca. Por supuesto que todos quienes apelan a la limpieza, la pureza y la
descontaminación en el campo social y política no son más que incitadores e
instigadores de la violencia, y no cualquier violencia: la violencia que cobra
la vida de quienes piensan diferente; de quienes asumen la condición de
ciudadanos activos, de todos aquellos que repudian la injusticia, la violación
y la mentira. Los que, para la derecha, contaminan con sus voz el orden que
pretenden perpetuar. Un orden amparado en la corrupción, la desigualdad y la
exclusión.
Al
final me quedo con las palabras póstumas de Fernando González, incluidas en su
libro “Las Cartas de Ripol”, cuando el 12 de octubre de 1963 se dirigía al
periódico “Rebelión” de Ibagué:
El
Frente Nacional es la unificación de los dos trapos sucios de la historieta
colombiana. Es un trust de lupanares. Ahí se encerraron todos los colombianos,
viejos, mujeres y hombres, jóvenes y niños, y hasta los del tercer sexo. Eso
que llamaban liberalismo y conservatismo llegó a no creer o vivir sino el
inteligible lupanar, y se unificaron, y hoy Colombia es el Gran Lupanar que
antes fue Cuba”.
29
de julio de 2012
(*) Editor de
Agenda Ciudadana.
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