Piedad libertaria
La mezquindad y los odios no la amilanan. Tampoco la soledad y la mentira. Y mucho menos el silencio de los flamantes candidatos a la Presidencia, que no han dicho ni mu, porque, pensarán, “no es políticamente correcto” y es mejor pasar de agache.
Por Luis Alfonso Mena S.
Por encima de vituperios, incomprensiones y amenazas Piedad Córdoba trajo el domingo 28 y el martes 30 de marzo a dos colombianos más a la libertad.
Fue por ellos a lo profundo de las selvas después de mover cielo y tierra y haciendo oídos sordos a las bellaquerías de tantos que, cegados por el odio sectario, difundieron que con las liberaciones ella sólo buscaba réditos políticos.
Sus enemigos fueron capaces incluso de denunciarla ante la Corte Suprema de Justicia dizque por traición a la patria, cuando no fue que la agredieron con cobardía en los aeropuertos o la intimidaron con improperios por la internet o la radio.
Esperó que pasaran los comicios en los que se jugaba la reelección en el Senado, y a pesar del doble juego del gobierno de Álvaro Uribe, que un día aprobaba su gestión y al otro argumentaba algún episodio baladí para desaprobarla, se fue por dos más.
Así, trajo, con el único respaldo de la organización civil Colombianos y Colombianas por la Paz y de monseñor Libardo Gómez, al soldado Josué Calvo y al sargento Pablo Emilio Moncayo, convertido éste en símbolo de uno de los secuestros más injustos y prolongados.
Pero el martes 30 de marzo, tan pronto arribó con Moncayo procedente del Caguán, recibió del Gobierno y sus medios de comunicación otra dosis de veneno. Casi no esperaron que el helicóptero brasileño en que venían aterrizara para buscarla con el fin de inyectárselo.
La señalaron, una vez más, de haberse convertido “en mensajera del terrorismo” porque la cadena multiestatal Telesur difundió unas imágenes de la liberación del militar enviadas por la guerrilla, a través de Internet, a cinco canales, entre ellos Noticias Uno de Colombia.
Un experto en televisión como Daniel Coronell certificaría después, con argumentos técnicos, la procedencia del video y su llegada a través de la red internacional no sólo a su noticiero sino también a Ecuavisa de Ecuador y a la Televisión Española, entre otros.
Sorprendida, a Piedad se le vio a punto de llorar por tanta injuria, mientras sin dar la cara, metido en los recovecos del aeropuerto de Villavicencio, el “alto comisionado de Paz” de Uribe, Frank Pearl, rumiaba su ardid pegado a un Blackberry.
La mezquindad y los odios no la amilanan. Tampoco la soledad y la mentira. Y mucho menos el silencio de los flamantes candidatos a la Presidencia, que no han dicho ni mu, porque, pensarán, “no es políticamente correcto” y es mejor pasar de agache.
Por Luis Alfonso Mena S.
Por encima de vituperios, incomprensiones y amenazas Piedad Córdoba trajo el domingo 28 y el martes 30 de marzo a dos colombianos más a la libertad.
Fue por ellos a lo profundo de las selvas después de mover cielo y tierra y haciendo oídos sordos a las bellaquerías de tantos que, cegados por el odio sectario, difundieron que con las liberaciones ella sólo buscaba réditos políticos.
Sus enemigos fueron capaces incluso de denunciarla ante la Corte Suprema de Justicia dizque por traición a la patria, cuando no fue que la agredieron con cobardía en los aeropuertos o la intimidaron con improperios por la internet o la radio.
Esperó que pasaran los comicios en los que se jugaba la reelección en el Senado, y a pesar del doble juego del gobierno de Álvaro Uribe, que un día aprobaba su gestión y al otro argumentaba algún episodio baladí para desaprobarla, se fue por dos más.
Así, trajo, con el único respaldo de la organización civil Colombianos y Colombianas por la Paz y de monseñor Libardo Gómez, al soldado Josué Calvo y al sargento Pablo Emilio Moncayo, convertido éste en símbolo de uno de los secuestros más injustos y prolongados.
Pero el martes 30 de marzo, tan pronto arribó con Moncayo procedente del Caguán, recibió del Gobierno y sus medios de comunicación otra dosis de veneno. Casi no esperaron que el helicóptero brasileño en que venían aterrizara para buscarla con el fin de inyectárselo.
La señalaron, una vez más, de haberse convertido “en mensajera del terrorismo” porque la cadena multiestatal Telesur difundió unas imágenes de la liberación del militar enviadas por la guerrilla, a través de Internet, a cinco canales, entre ellos Noticias Uno de Colombia.
Un experto en televisión como Daniel Coronell certificaría después, con argumentos técnicos, la procedencia del video y su llegada a través de la red internacional no sólo a su noticiero sino también a Ecuavisa de Ecuador y a la Televisión Española, entre otros.
Sorprendida, a Piedad se le vio a punto de llorar por tanta injuria, mientras sin dar la cara, metido en los recovecos del aeropuerto de Villavicencio, el “alto comisionado de Paz” de Uribe, Frank Pearl, rumiaba su ardid pegado a un Blackberry.
Los medios privados, entre tanto, insistían en el acoso, querían, como el Gobierno, restarle importancia a la liberación del hijo del profesor Moncayo, el de las largas caminatas, el de las críticas a Uribe en las escalinatas del Capitolio, el de las cadenas recorriendo el mundo.
No valieron las explicaciones de ella ni las de monseñor Gómez ni las de Telesur, que se extrañó de tanta ligereza del gobierno de Uribe, a pesar de que en la Operación Jaque éste no dudó en usar con perfidia los símbolos de Telesur y de la Cruz Roja para sus fines.
Lo vivido el 30 de marzo fue apenas el más reciente de los aullidos para tratar de silenciar la repercusión de la iniciativa libertaria de Piedad, que traía a dos colombianos más desde la profundidad de la selva, como lo había hecho ya, meses atrás, con otros 16.
La mezquindad y los odios no la amilanan. Tampoco la soledad y la mentira. Ni el silencio de los flamantes candidatos a la Presidencia de Colombia, que no han dicho ni mu, porque, pensarán, “no es políticamente correcto” y es mejor pasar de agache.
Dos días después de regresar con Moncayo, y superada la andanada de Pearl, el mensajero de Uribe, ella estaba lista de nuevo para ir por los restos del mayor Julio Ernesto Guevara.
Sin pensar en las nuevas bellaquerías con las que la recibirían a su regreso, Piedad se sumergía, otra vez, en la inmensidad de la selva.
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