miércoles, 10 de marzo de 2010

Análisis. ¿Qué seguiría a la derrota del referendo?

A la izquierda, el momento de la aprobación de la ley del referendo en el Congreso. Todo era felicidad en el uribismo. A la derecha, la desazón del Presidente luego de la derrota de la norma en la Corte Constitucional.

La prolongación del régimen uribista

Uribe determina el programa de todos los candidatos presidenciales: ninguno habla de paz. El único que tenía clara la necesidad de sacar el país de la guerra como premisa para una inversión social masiva era Carlos Gaviria. Luego de la primera vuelta, Uribe llamará al orden para la supervivencia de su régimen multipartidario de doble estrategia: la guerra continuada y el bienestar del empresariado.


Por Luis Alfonso Mena S.
Si bien la Corte Constitucional derrotó la posibilidad de la reelección de Álvaro Uribe en la Presidencia de la República al declarar inexequible la ley del referendo, el uribismo no ha desaparecido, como muchos creen, aunque está golpeado.

Uribe ha incubado en casi ocho años de mandato un régimen autoritario que ha echado raíces más allá de la reelección. Aunque no podrá acceder más a la Presidencia, ello no significa que desaparezca el modelo de gobierno que inauguró.

Ese régimen político se caracteriza, entre otras cosas, por una estrategia cerrada a cualquier solución política del conflicto armado que afronta el país y orientada al mantenimiento de una confrontación que copa un alto porcentaje del presupuesto nacional.

De esta forma, continuará relegada la posibilidad de generación de una estrategia de profundo alcance social que enfrente los graves problemas que en materia de empleo, salud, educación, vivienda y tierras subsisten en el país.

El alcance de la estrategia uribista (política de largo alcance) es de tal magnitud, que determina las líneas programáticas de todos los candidatos y precandidatos presidenciales, ninguno de los cuales se atreve a hablar de una salida de paz.

En el lenguaje de la coyuntura, hacer un planteamiento en tal sentido es clasificado como “políticamente incorrecto” y se constituye en punto de partida para ser estigmatizado y señalado. Hasta ese punto ha llegado el discurso hegemónico del régimen.

La cooptación que de la política ha hecho el uribismo se expresa en que todos, en mayor o menor grado, se ponen a la sombra de la estrategia de “seguridad democrática”, a la cual agregan uno que otro adjetivo, pero que en su contenido sigue siendo la misma de Uribe.

Primero la guerra
Germán Vargas Lleras mantendrá la política de guerra y la acentuará, pues sostiene que “mejor es posible”, en tanto que Juan Manuel Santos, el ministro de los “falsos positivos”, afirma que “retroceder no es una opción”, esto es, más confrontación.

Como los candidatos de Cambio Radical y de la U, en el campo conservador los precandidatos de la consulta interna coinciden en lo mismo. Noemí Sanín lo pregona a los cuatro vientos para tratar de parecer más uribista que Uribito, Andrés Felipe Arias.

El cuarto partido uribista, el denominado de Integración Nacional, PIN, del que todos sienten vergüenza, pero que aceptarán a la hora de las decisiones en el Congreso, también le apuesta a la estrategia de guerra. Es más, se reclama “el partido del Presidente”.

Le ha tirado la red a otro de los uribistas triple A, Rodrigo Rivera, para que considere ser su candidato presidencial. Y como a la hora de la multiplicación “milagrosa” de los votos muchos dudan, a pesar de lo que se denuncia sobre el PIN Rivera lo está pensando.

Así, en el campo de los partidos del Presidente la pelea es por quien se muestra como el mejor continuador de la estrategia del régimen. Salirse de allí no hace parte ni de sus ideologías ni, menos, de sus cálculos.

Tampoco en el campo de la oposición o del centro político hay propuestas diferentes: Rafael Pardo, ex ministro de Defensa, candidato liberal, plantea diferencias formales, pero continuará la estrategia de “seguridad democrática” en lo fundamental.

Los tres ‘tenores’ están en la misma tónica, lo mismo que Sergio Fajardo. Y Gustavo Petro, aspirante del Polo, de quien se podría esperar la diferencia, por el contrario obra en igual dirección: es partidario de incrementar la confrontación.

En verdad, el único líder político que en Colombia tenía clara la necesidad inaplazable de sacar el país de la guerra como premisa para enrutarlo por el camino de la inversión social masiva era Carlos Gaviria Díaz.

Pero también en la consulta del Polo metió baza el uribismo y, como el mismo Gaviria lo denunció, sectores de aquél intervinieron en el proceso de escogencia del candidato presidencial del PDA. El resultado está a la vista: ¡la izquierda sin política de paz!

Metástasis del bipartidismo
El sistema político colombiano se ha caracterizado por su profunda vocación excluyente, al institucionalizar el bipartidismo como su fundamento. Empero, con Uribe se produjo una especie de metástasis de ese bipartidismo, que se tornó en diáspora hacia nuevos “partidos”.

El fenómeno paramilitar no es ajeno a esa diáspora, a partir de la cual surgieron partidos de ocasión hoy federados en el PIN: Colombia Viva (de Dieb Maloof), Colombia Democrática (de Mario Uribe y Álvaro García), Convergencia Ciudadana (de Luis Alberto Gil y Juan Carlos Martínez) y Apertura Liberal (de Emilse López, ‘La Gata’).

Como se ve, se trata de grupos surgidos al calor del paramilitarismo y desaparecidos luego por sustracción de materia al tener a buena parte de sus jefes en la cárcel sometidos a juicios o condenados por parapolítica, pero moviendo las fichas de su ajedrez desde la reclusión.

El Partido de la U reunió a desertores del liberalismo y del conservatismo. Lo mismo ocurrió con Cambio Radical. Todos aportaron su cuota de congresistas parapolíticos y de procesados por corrupción.

El Partido Conservador ha sido el de mayor fortalecimiento, pues de él extrajo Uribe la columna vertebral de su mandato. Los ministros del Interior, Relaciones Exteriores, Defensa, Hacienda y Protección Social, la médula del gobierno, son conservadores.

Pero el conservatismo también puso su cuota, y no pequeña, de parapolíticos y corruptos sometidos a procesos penales. El caso más palpable es el del hermano del ministro del Interior, encartado por nexos con mafias del narcotráfico antioqueño.

La radiografía anterior muestra de manera sucinta el cuadro partidista constitutivo del régimen instaurado por el uribismo, diverso a los anteriores, basados principalmente en los dos partidos tradicionales y en algunas fracciones de ellos.

Hoy las fracciones se han transformado en “partidos” y a Uribe no le ha inquietado eso, pues juega a la competencia interpartidista con tal de que ella no afecte la fidelidad a sus líneas estratégicas: la confrontación a la guerrilla y la defensa del gran empresariado.

De esta forma, el Presidente se relaciona abiertamente con un grupo de partidos afines, uno reconocido como el suyo (la U), otro como el gran aliado usufructuario (el conservador) y otro que juega a la disidencia, pero sigue su política (Cambio Radical).

Y a la sombra, se relaciona con el que esconde en público por sus múltiples máculas, pero que mima en privado cuando la visita se ha ido (el PIN), lleno de candidatos de los políticos presos, instruidos desde prisión.

Los cuatro partidos se juegan en las elecciones de Congreso el primer lugar de las preferencias de Uribe y la lotería para ser los dueños de la sucesión. Todo indica que así irán en la primera vuelta presidencial, pero en la segunda se impondrá su unión.

En ese momento Uribe llamará al orden y pondrá a funcionar su disciplina: primero estará la supervivencia del régimen multipartidario de doble estrategia: la guerra continuada y el bienestar maximizado del empresariado.

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