jueves, 1 de abril de 2010

Crónica. Doce horas en la carreta de un reciclador

Viviendo entre y de las basuras

Dos monedas de $500, una de $200 y dos billetes de $1.000 es con lo que sale ‘Piquiña’ de la chatarrería directo a la Plazuela, un comedor ubicado en la parte alta de la loma de Los Chorros adonde llegan decenas de personas para buscar los frijoles de $500.

Texto y fotos: David Muriel (*)
Mientras en el cielo el primer rayo de luz traspasa divinamente la fría oscuridad para ganar una de las infinitas batallas, en la tierra ´Piquiña` desde hace rato ya está levantado y preparado para salir a caminar “como judío errante” en busca de su sustento diario.

Lo primero que hace al levantarse es buscar entre todas sus pertenencias, que viajan con él a cualquier lugar, algo de comer: un pedazo de pan, un poco de arroz, alguna presa de pollo vencida o alguna fruta que le ayude a “despegar las tripas”, mientras consigue algo de dinero.

“A veces toca es pegarle a lo que sobra de pegante o soplarse un ‘Susuko’ pa’ ponerse uno en ‘ready’”, dice uno de los compañeros de ‘Piquiña’, a quien se le reconoce como ‘Parlante’.

Los dos hombres parten al mismo tiempo de lo que ha sido por dos semanas su lugar para dormir: un antiguo control de una empresa de buses de Cali en el que ahora sólo quedan unos cuantos carros que todavía circulan por la ciudad.

“Me hice amigo del encargado del parqueadero y como esto está casi vacío, entonces por eso nos deja quedarnos”, comenta ‘Piquiña’.

Algo que tal vez unos días atrás era un pan es lo que encuentra para comer, pero es tarde para sentarse a desayunar, por lo que se hace mientras se avanza con la carreta.

“La jornada laboral ya comenzó”, expresa ‘Piquiña’ emocionado. Su dentadura incompleta no le dificulta para nada masticar lo que más bien se parece a un ladrillo por su dureza y color.

“Nuestras entrañas se vuelven de hierro, casi nada nos cae mal, pero tampoco para comer natilla con vidrio”, dice mientras las migajas de roca salen a borbotones de su boca, en medio de una risa algo precavida y asustada.

El sonido de las carretas se abre paso entre las calles, mientras que, con la mirada atenta como la de un depredador acechando a su presa, buscan algo que les pueda servir para empezar su recolección.

“Lo que más se recoge es cartón, pero es lo que más barato pagan. Algo que sí da billete es el cobre, pero conseguirlo es un dilema, porque cuando se consigue es en alambre con caucho y toca quemarlo pa’ que se lo compren caro a uno; claro que esa maricada afecta los pulmones seriamente, porque como toca estar es casi metido en la candela pa’ que no venga otro man y se lo robe”, dice ‘Piquiña’ alzando la voz mientras se aleja a recoger unas botellas de aguardiente.


“De esas nunca, pero nunca, se encuentran llenas”, grita ‘Parlante’, mientras va tomando otra dirección.

No hay despedida, así como tampoco existe un muy buenos días. La jornada continúa y se cruzan dos veces, pero tan sólo una escueta levantada de ceja para saludarse entre sí.

“Yo a ‘Parlante’ lo respeto, sin embargo es mejor camellar solo, así lo que se gana no toca repartirlo y eso evita peleas que al final de cuentas pueden ser serias”, dice ‘Piquiña’.


El tiempo infernal
El tiempo va pasando y la carreta se va llenando, el sol incandescente que orbita por estas latitudes se encuentra en su cenit y el calor es infernal. Un enorme costal puesto justo en el medio adorna el carruaje que es tirado por un ser humano, al que muchos tratan como animal.

“La gente muchas veces no entiende que nosotros no somos ladrones, y nos confunden con los indigentes, quienes también han tenido que empezar a reciclar para poder vivir. La diferencia es que por lo menos yo ya no robo”, dice ‘Piquiña’.

‘Piquiña’ está contento porque logrará descargar la carreta al mediodía. “Hay días en que no se viene acá sino hasta por la tarde, lo que significa que toca almorzar cualquier guevonada que se levante uno en la calle”, dice Óscar, uno de los compañeros de reciclaje de ‘Piquiña’, quien descarga lo recogido con alegría.

“Me gané $3.700 en este viaje, con eso voy a comprar $500 de frijoles, un Frutiño pa’ cargar en la tarde y el resto pa’ ahorrar”, afirma el hombre de por lo menos 40 años, quien carga varios escapularios en su cuello y entre ellos las fotos de dos niñas.

“Estas son mis hijas, Mariana y Leidy, y yo por ellas daré hasta la vida misma pa’ sacarlas adelante y que no tengan que hacer esto mismo nunca jamás”, señala el hombre, a quien, al pronunciar los nombres de sus hijas le afloran unas lágrimas gruesas y silenciosas, que recorren sus mejillas sucias y quemadas por el sol.

Dos monedas de $500, una de $200 y dos billetes de $1.000 es con lo que sale ‘Piquiña’ de la chatarrería directo a la Plazuela, un comedor ubicado en la parte alta de la loma de Los Chorros a donde llegan decenas de personas para buscar los famosos frijoles de $500.

El almuerzo dura tan sólo 20 minutos para luego seguir con el trabajo, “Porque si se queda sentado, lo coge a uno la pereza y después no se hace nada”, dice ‘Piquiña’ mientras se pone de pie y mete las manos en el recipiente de metal como si fuera el sombrero de un mago.

En la tarde el calor es mucho más fuerte que en la mañana, es como si el propio infierno estuviera sobre la tierra e intentara avasallar a los seres humanos hasta la desesperación y la locura.

‘Piquiña’ arrima a una unidad residencial situada detrás de la Universidad Santiago de Cali. Él sabe que la basura la sacan hoy y espera que lo dejen buscar algo de ahí para acabar su jornada laboral un poco más descansado, debido a que así no tendría que caminar tanto, por lo que estaría ahorrándose andar entre 10 o 12 cuadras.

“Antes no había problema con la basura que salía de los edificios, pero ahora es todo un dilema, porque eso es privado y solamente pueden venir los de Emsirva a cargar eso; si me pillan me aletean”, comenta.

Sin embargo, la incursión ha sido casi en vano, ya que sólo pudo revisar una caneca de las ocho que saca el conjunto residencial. “Toca ir a descargar esto. No dejaron más”, expresa con cara de resignación.

Ahora son $6.100 lo que se ha ganado entre cartón, botellas, revistas, un armario pequeño, una bicicleta estática, galones plásticos y varios tarros de pintura. Por lo tanto, el día de hoy se ha ganado $9.300.

“No me puedo quejar, este es mi trabajo y con él no pretendo volverme rico, ni salir de la decadencia, sólo quiero poder vivir otro día más”.

Segundos antes de que en la infinita batalla la luz sea derrotada por las garras de la oscuridad, por el mismo camino en el que las carretas se abrían paso hacía casi 12 horas, se vuelven a encontrar ‘Piquiña’ y ‘Parlante’, pero ahora no les quedan ganas ni de levantarse las cejas. Ha terminado un día laboral para estos dos hombres con entrañas de hierro y alma blindada, pero saben que mañana y hasta que la muerte los encuentre, todos los días serán iguales.

“Lo único que queremos es que la sociedad no nos olvide, ni nos rechace. Por el hecho de vivir de las basuras no significa que vivamos como basuras”, expresa ‘Piquiña’ mientras arrastra más que su carreta, su vida entera.

(*) Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Santiago de Cali, USC.

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