Óleo de José María Melo que reposa en el Museo Nacional de Colombia en Bogotá. (Foto: Luis Alfonso Mena S.). |
José María Melo,
el rebelde
general de los artesanos
Para unos fue un
oportunista que quiso disfrazar con un golpe de Estado la perpetración de un homicidio.
Para otros, tuvo un gran valor histórico por haber correspondido a los
intereses de los artesanos que lucharon contra las primeras manifestaciones del
mercado global capitalista en nuestro territorio. Y para otros más, posee un
significado peculiar por haber sido el primer gobernante de definida
orientación socialista en la historia colombiana. Luego de ser expulsado de su
patria por un contragolpe de la élite bipartidista que recibió la ayuda de la
legación estadounidense de la época, el general José María Melo recorrió Centro
América defendiendo ideales revolucionarios y fue fusilado en México, cuando compartía
la causa de Juárez. Dilucidar el alcance histórico de un hombre como Melo
resulta una tarea compleja. Aquí procuramos plantear algunos elementos sobre su
significado.
Por Luis Alfonso
Mena S.
Es
probable que cuando el cadáver del general José María Dionisio Melo Ortiz quedó
expuesto, dejado por sus asesinos en algún rincón de la hacienda Juancaná,
Estado de Chiapas, México, donde fue fusilado, a muy pocos en la Colombia de la
época (10 de junio de 1860) les hubiera interesado su suerte final. Incluso, es
también muy probable que a pocos les interese hoy, pues luego de 149 años de su
muerte los restos del general rebelde no han sido repatriados, a pesar de los
reclamos en tal sentido formulados por sus bisnietos Ramiro Melo y Heliodoro
Melo.
El
trasegar vital del general, que comenzó en Chaparral, Tolima, donde nació el 9
de octubre de 1800, estuvo marcado por la rebeldía y la controversia. Enrolado
en el ejército libertador, combatió en Junín, Ayacucho, Bomboná, Pichincha,
Portete de Tarqui, Mataró, El Callao, Pitayó, Jenoy, Natará y Popayán. Una hoja
de vida militar con pocos parangones entre sus congéneres de los ejércitos
libertadores. A los 30 años era coronel. Con ese rango tomó partido por el
gobierno de facto de Rafael Urdaneta y fue expatriado a Venezuela. Extraña paradoja:
24 años después él mismo encabezaría un gobierno de facto como el que lideró
Urdaneta y transcurridos menos de ocho meses en el mando de la Nueva Granada
sería defenestrado y también expulsado de su patria. En Venezuela abrigó otra
causa rebelde: en 1835 participó en el derrocamiento de José María Vargas
arropando una acción política que contemplaba un programa de estirpe
bolivariano de nueve puntos, uno de los cuales era la reconstitución de la Gran
Colombia. Fallido el intento de instalar un gobierno por la retoma que protagonizó
el general José Antonio Páez, de nuevo padeció el destierro. Muchos de sus
correligionarios fueron expulsados a las Antillas, otros, como él, fueron enviados
a Nicaragua. Corría 1836.
En
este último año se produjo un interregno clave en la vida intelectual de Melo.
Abandonó todo, incluso su familia, y partió rumbo a Europa. No hay muchas
referencias sobre su permanencia en el Viejo Continente. Gustavo Vargas
Ramírez, uno de los historiadores que con mayor empeño ha estudiado la vida de
Melo, sostiene que estuvo en la Confederación Germánica, en Bremen, vinculado a
la Academia Militar. Y agrega que a esta época corresponden sus lecturas de
clásicos socialistas. Allí conoció las tesis de Charles Fourrier, quien
denunciaba los efectos contradictorios de la superabundancia; leyó La industria y El sistema, de Henri Saint-Simon, y estudio la experiencia del
cartismo surgido en Inglaterra hacia 1838. En general, se interesó por la
historia del movimiento obrero y sindical. Así que Melo no sólo actualizó sus
conocimientos en materia militar sino que, de manera paralela, se adentró en
algunos de los representantes del socialismo utópico, circunstancia que le
sería de gran valía a su regreso, cuando hubo de enfrentar la fracción liberal
conocida como los gólgotas, quienes bebieron también en esas fuentes en su afán
de sustentar propuestas de igualdad política, así ellas hayan sido abandonadas
por la fuerza de los acontecimientos posteriormente.
Más
o menos cuatro años permaneció Melo en Europa. En 1840 retornó a Ibagué, donde,
curiosamente, a pesar de los estudios militares llevados a cabo en el mundo
germano, se dedicó a actividades personales, entre ellas el comercio y los
caballos, su gran debilidad y en los que era todo un especialista. (Los estimaba
tanto, que prefirió sacrificarlos el 4 de diciembre de 1854, cuando sintió que
su gobierno llegaba al fin. Su intención fue evitar que los generales
constitucionalistas que lo derrotaban los montaran en señal de triunfo). En
1851 el largo asueto militar terminó cuando el liberal José Hilario López, a la
sazón presidente de la República, lo rehabilitó, ascendió a general y, en 1952,
lo nombró comandante general de Cundinamarca.
Sin
embargo, su ejercicio no fue fácil. La situación política estaba crispada y la
sociedad se fragmentaba entre extremos. Al tiempo que el liberalismo
consolidaba su poder hegemónico, también avanzaba su proceso de división
interna. Era la época de plena efervescencia de las llamadas sociedades,
organizaciones ciudadanas con ínfulas políticas que se convertirían en
antecedentes de los partidos políticos tradicionales en Colombia. El debate sobre
el modelo económico tomaba cada vez mayor cuerpo, ya que un sector de la
naciente burguesía, el dedicado al comercio, pugnaba por abrirse paso con
normas legales y medidas gubernamentales facilitadoras de la importación de
productos elaborados en Europa, empuje que afectaba a los fabricantes nacionales,
los artesanos, que se oponían al libre cambio, pues las prendas hechas por
zapateros, talabarteros y tejedores, entre otros, no tenían cómo competir con los
productos traídos de fuera. Así, estamos en presencia, ni más ni menos, del
primer debate a fondo sobre la instauración de acuerdos de libre comercio en
nuestro territorio.
Podría
pensarse que siendo Melo un hombre con funciones eminentemente militares no
tendría por qué verse afectado por la convulsión económica del momento. Pero no
era así por varias circunstancias. Primero, porque las pugnas económicas
buscaban cauces legales que tenían, a su vez, repercusiones sociales y, en
consecuencia, la autoridad armada debía intervenir en función del mantenimiento
del orden. Pero, además, no lo era porque el poder político de esta época en la
Nueva Granada estaba profundamente militarizado, la República se hallaba en
formación y las diferencias casi siempre se resolvían en términos militares,
con milicias partidistas, escaramuzas, batallas y guerras. Evidencia de lo
anterior es el hecho de que en el Siglo XIX hubo dos golpes de Estado, catorce
guerras civiles regionales y nueve guerras generales, amén de numerosos
enfrentamientos locales. Entre 1830 y 1886, época en la que podemos situar
parte de la parábola vital de José María Melo, se suscitaron seis guerras
generales: la de los Supremos (1839-1842), la guerra de 1851, la de los
Artesanos (1854, desatada contra el general Melo), la Gran Guerra (1859-1862),
la de las Escuelas (1876-1877) y la de 1885.
La
división liberal tuvo un trasfondo ideológico que luego se expresó en términos
políticos. De un lado estaban los denominados gólgotas, que nacieron
defendiendo principios de igualdad social para responder a los abismos que en
esta materia se presentaban en la época. Se les consideraba utópicos,
soñadores, inspiradores de un nuevo cuadro de libertades. El nombre que los
identificó derivó de su apelación a las enseñanzas de El Mártir del Gólgota, una novela de Pérez Escrich de moda en la
época.
Sin
embargo, con el paso del tiempo y el peso de los intereses que la mayoría de
sus adscritos defendía, los postulados teóricos fueron cediendo ante la fuerza
de las urgencias económicas y, en consecuencia, se dibujó una contradicción en
ellos: mientras en términos políticos defendían la libertad total y la equidad
social, en materia económica eran partidarios del librecambismo, es decir, de
la rebaja de aranceles y otras medidas que les facilitaran la importación de
mercancías, pues muchos de los gólgotas eran jóvenes comerciantes que buscaban
abrirse paso en el mundo de las telas, los trajes, los botines y los muebles
traídos del exterior, medidas que afectaban a los fabricantes nacionales. Al
final, esta corriente terminó menospreciando a aquellos que, como los
artesanos, se oponían desde la otra acera al impulso en el Congreso de las propuestas
defendidas por los gólgotas. Éstos, en principio, fungieron como defensores de
los menos favorecidos. Luego entraron en contradicción con ellos. Por eso, uno
de los gritos de combate de los seguidores de Melo durante el golpe del 17 de
abril de 1854 fue “Abajo los gólgatas”.
Del
otro lado estaban los llamados draconianos, bautizados así parodiando al severo
legislador griego Dracón. En principio se les identificaba como liberales
veteranos, promotores de las doctrinas tradicionales de esta corriente
política, pero con el tiempo fueron definiendo su perfil como partidarios de
los sectores explotados y, específicamente en el caso de la época, defensores
del proteccionismo, esto es, de medidas legales, como los aranceles, para
frenar la proliferación de importaciones y así favorecer la industria nacional,
o lo que es lo mismo, la actividad de los artesanos productores de calzados,
manufacturas, trabajos en telares, talleres y otros escenarios económicos.
Finalmente fue en torno de los draconianos que se unió la mayor parte de los
artesanos que respaldaron el golpe de Estado protagonizado por el general Melo.
Esa
división política se trasladó al plano de las organizaciones ciudadanas
conocidas como las sociedades, las cuales podríamos considerar como espacios
más amplios que los partidistas, tanto que eran objeto de disputa por parte de
los cuerpos políticos que querían verse reflejados en ellas para su proyección
social y electoral. Las más fuertes y conocidas fueron las Sociedades
Democráticas que, al término de las pugnas, en su mayoría y por efecto de la
participación del sector artesanal, estuvieron alineadas en sentido contrario de
los gólgotas (también denominados radicales), a pesar de que éstos en principio
tuvieron una influencia importante en ellas.
En
el lado conservador también nacieron organizaciones de este tipo, tales como la
Sociedad Filopolita del Sagrado Corazón y del Niño Dios y la Sociedad Popular. Así, pues, en las Sociedades Democráticas se
expresaban los grupos de artesanos de fuerte ascendiente liberal, en tanto que
en las otras se reflejaba la posición de la iglesia católica y de los sectores
más conservadores de la comunidad. De las Sociedades Democráticas hacían parte
funcionarios, militares, artesanos, intelectuales, comerciantes, profesionales
e, incluso, esclavos y libertos. Operaron principalmente en el Valle del Cauca,
Santafé de Bogotá, Santander y Cartagena.
El
escenario en que le correspondió a Melo desempeñar la comandancia del Ejército
de Cundinamarca tiene un telón de fondo más amplio y espeso. Se trata del marco
determinado por la reforma constitucional de 1853 y por una serie de medidas
legales adoptadas entre 1848 y 1854, desde el gobierno de Tomás Cipriano de
Mosquera, que marchaban en correspondencia con las exigencias del momento. Ellas
encajaban en el nuevo período, considerado como el verdadero momento del fin de
la Colonia, 30 años después del triunfo en la guerra de Independencia. Entre las
reformas figuran las siguientes: sufragio universal sin limitaciones,
eliminación de la pena de muerte por motivos políticos, separación de la
Iglesia y el Estado, eliminación del fuero eclesiástico y militar,
establecimiento del matrimonio civil, abolición de la esclavitud, libertad de
expresión oral y escrita, descentralización de rentas y gastos que aumentaban
la participación de estados y regiones. Como se ve, normas de enorme
importancia, principalmente desde el punto de vista político, que marcaron la
mitad del Siglo XIX, considerada una época de cambios.
Pero
simultáneamente, en la sociedad neogranadina crecían las desigualdades
derivadas del fortalecimiento de las capas de comerciantes y terratenientes.
Las personas dedicadas a actividades como la sastrería, la carpintería, la
zapatería, la ebanistería y los servicios se habían multiplicado. También crecía
la población y ello demandaba un mayor esfuerzo presupuestal del Estado. Así
que la composición policlasista de las Sociedades Democráticas empezó a hacer
erupción y a generar diferencias que se fueron volviendo irreconciliables. Los
gólgotas ya veían a los artesanos como socios incómodos que tenían
desproporcionados reclamos. Y, como lo hemos anticipado ya, el punto de
eclosión se registró con las medidas liberales para el comercio exterior que
favorecían las importaciones en detrimento de la producción de los artesanos
nacionales.
Como
señalan los historiadores Marco Palacio y Frank Safford en Colombia, país fragmentado, sociedad dividida, en 1850 ya se
perfilaba una norma de comportamiento en el Congreso Nacional: los
conservadores y los jóvenes liberales radicales (gólgotas) coincidían en votar
contra la protección de los artesanos, mientras que liberales de la vieja
guardia como Lorenzo María Lleras y Juan José Nieto apoyaban la causa
artesanal. (Palacio, Safford. 2004: 398-399).
El
caldo de los problemas socioeconómicos de la época recrudeció entre 1852 y 1854
con el incremento desmesurado de los precios de los alimentos, muchos de los
cuales se duplicaron, hecho en el que incidía de manera ostensible el control
monopólico que unos pocos latifundistas tenían sobre el abastecimiento de la
carne a los mercados de Santafé de Bogotá. Lo anterior condujo a los artesanos
a realizar una protesta ante el Congreso de la República, el 19 de mayo de
1853, en desarrollo de la cual murió uno de ellos y no hubo atención por parte
de los legisladores, que trataban con desdén a los que reclamaban.
Fueron
múltiples, pues, los factores que crearon las condiciones para el levantamiento
de los artesanos, que se habían constituido en uno de los sectores sociales con
mayor grado de organización y de conciencia de clase y que, además, se mostraban
dispuestos a la confrontación con la alianza de conservadores y gólgotas. Pero
faltarían más factores. Uno de ellos era la intención de los dos últimos
actores políticos mencionados de acabar con el Ejército, al que consideraban un
órgano parasitario sin vigencia luego de terminada la guerra de Independencia.
Los conservadores buscaban restarle fuerza al poder presidencial, en manos de
los liberales tradicionales, y los liberales radicales consideraban que el
órgano debía desaparecer pues la época de los héroes ya había pasado y la
fuerza armada había derivado en una gran carga fiscal. En suma, se confluía en
la propuesta de crear milicias provinciales limitadas. La idea fue rechazada
por Melo, posición que llevó a muchos a afirmar que la amenaza de desaparición
del Ejército del que era comandante fue otra de las razones que incidió en la
decisión de dar el golpe del 54.
Como
si fueran pocas las premisas expuestas hasta aquí, faltaría una que por trivial
no deja de tener su importancia, sobre todo porque no pocos historiadores sostienen
que ella también auspició la determinación de Melo. A principios de 1854, en el
mes de enero, el general se vio envuelto en un confuso incidente con un cabo de
su tropa de nombre Pedro Ramón Quiroz, quien, en estado de ebriedad, insultó a
su superior. De aquí en adelante cada quien esgrimió su propia versión. Unos
afirmaron que Melo fue agredido por el beodo y él, en legítima defensa, hirió
al suboficial. Otros dijeron que Melo trató de ocultar las lesiones causadas
por su espada al militar borrachín, que no le brindó atención oportuna y, en
consecuencia, falleció por negligencia. Unos más aseveraron que Melo actuó con
premeditación. En todo caso, durante los primeros tres meses del 54 el Comandante
del Ejército en Cundinamarca estuvo sometido a un constante asedio de sus
opositores, quienes amenazaban con llevarlo a juicio. El acoso mellaba la
tranquilidad del general, aunque la soportó con más facilidad por el respaldo
que le brindó el recién elegido presidente José María Obando.
Las
circunstancias que rodearon la magistratura de Obando constituían, finalmente,
un factor más de la crisis, pues aunque debido a su prestigio ganado en las
batallas libertadoras el general caucano había triunfado con solvencia en las
elecciones presidenciales de 1853, no había ocurrido lo mismo en los comicios
legislativos: el Senado quedó en manos del Partido Conservador y la Cámara de
Representantes, en las del sector gólgota o radical del Partido Liberal, que
persistía en su división. La falta de respaldo a las políticas del gobierno de
Obando en el Congreso marcó de manera negativa su gestión de sólo un año.
Así,
el deterioro de las condiciones de vida de sectores grandes de la población; la
exacerbación de las contradicciones entre artesanos, de un lado, y conservadores
y gólgotas, del otro; la existencia de una mayoría adversa al presidente Obando
en el Congreso; la amenaza de desaparición del Ejército y de su reemplazo por
milicias provinciales; las reclamaciones ante Obando no atendidas por éste; el
incidente de la muerte del cabo Quiroz, pero, principalmente, el palpitante
problema de los artesanos afectados por la política económica exportadora de
las élites se juntaron para dar a luz el golpe de Estado del 17 de abril de 1854,
también conocido como el golpe de los artesanos, por la importante
participación de este sector en respaldo del general Melo.
Ocurrió
en las primeras horas de la madrugada del 17 de abril cuando Melo, aupado por
los trabajadores locales y por el fuerte apoyo que tenía entre sus tropas,
decidió tomar el gobierno con un golpe de cuartel rápido que no duró más de un
día, pero que desató desde ese mismo momento la reacción de las élites
conservadoras y gólgotas. Éstas no descansaron durante los siete meses y 21
días siguientes hasta retomar Bogotá y desalojar del mando al general rebelde,
el 4 de diciembre de 1854. Lo lograron mediante la unidad táctica de todas las
fuerzas de las clases hegemónicas del momento, que dejaron de lado sus
diferencias para alcanzar la recuperación del poder extraviado. Desde el
comienzo Melo tuvo dificultades para gobernar, pues los terratenientes y
comerciantes más adinerados se negaban a pagar los impuestos definidos por su
mandato para el sostenimiento del Estado, muchos de ellos se asilaron en la
legación diplomática de los Estados Unidos y el embajador de este país, señor Green,
se prestó para actuar contra el alzamiento de Melo y gestionar la traída de
armas desde Nueva York para equipar las fuerzas de la contrarrevolución.
Muy
pocos documentos y textos tocan el caso de la participación de la legación o
representación diplomática estadounidense en los hechos que condujeron a la
recuperación del gobierno para las elites oligárquicas, circunstancia que
constituyó una clara injerencia en los asuntos internos de la Nueva Granada por
parte de la potencia del norte, ya en aquellos años ejerciendo su rol de
gendarme del mundo suramericano. Vargas Martínez lo menciona con despliegue en
su libro Colombia 1854: Melo, los
artesanos y el socialismo, en el que afirma: “Desde la legación de los
Estados Unidos en Bogotá se propició descaradamente la contrarrevolución, la
guerrilla, el armamentismo de las tropas constitucionales, el encubrimiento a
prestamistas y comerciantes solicitados por la justicia, la ocultación de
capitales y la injerencia más pública sobre el desarrollo de la política
interior del país, como tal vez no se efectuaría en otras épocas” (Vargas,
1972: 115).
El
día del golpe, Melo designó una comisión integrada por dos miembros de las Sociedades
Democráticas y un militar con el fin de que ofreciera el poder de facto a José
María Obando, pero éste rehusó aceptarlo. Ante tal decisión, los comisionados
le solicitaron al general chaparraluno que él asumiera directamente el mando y
de inmediato fue aclamado por soldados y artesanos que colmaban la Plaza de San
Francisco de Santafé de Bogotá.
El
reagrupamiento de las fuerzas políticas y militares de la clase dominante
desplazada del gobierno por Melo tardó meses, no sólo por el factor sorpresivo
del golpe, sino por las mismas circunstancias que rodeaban el Ejército, en el
que Melo había alcanzado un ascendiente importante. Además, el general contaba
con una destacada base social. La élite liberal-conservadora maniobró lenta,
pero certeramente. Una de las figuras clave para tal fin fue el vicepresidente
José de Obaldía, quien en principio se refugió en la legación estadounidense,
desde donde movió los hilos de la contraofensiva, pero cuando fue descubierto
por las fuerzas de Melo recibió el apoyo de Green para que se pudiera fugar e
instalar un gobierno que denominó constitucional o legitimista en Ibagué, el 5
de agosto de 1854. Curiosamente, poco después, el embajador, que había
permanecido en Bogotá durante los primeros meses del mandato de Melo, anunció
el cierre de la legación con la excusa de que debía viajar a Panamá. Todo era
una farsa. El diplomático norteamericano, como ha ocurrido con funcionarios similares
de EE.UU. a lo largo de la historia de los últimos 200 años en el mundo, estaba
comprometido en una conspiración allende las fronteras de su país. Pronto se le
vio en Ibagué, a donde Obaldía había llegado para instalar el gobierno paralelo.
También un número apreciable de congresistas había escapado hasta esa ciudad para
reanudar las sesiones del órgano legislativo, el 22 de septiembre.
Mientras
los poderes paralelos se activaban, la organización de la contraofensiva
militar no tenía tregua. De hecho, como hemos dicho, contaba con una gran colaboración
desde la embajada estadounidense. Todo el generalato al servicio de las clases
pudientes (y de sus propios intereses de terratenientes o de ostentadores de
poderes a la sombra) se puso en marcha. La fuerza reunida en los meses previos
a diciembre fue demoledora. José Hilario López, ligado a los gólgotas, organizó
su expedición desde Gigante, donde se encontraba la hacienda en la que residía
y donde también estructuraba el comando sur del Ejército de los legitimistas.
El conservador Tomás Cipriano de Mosquera, por su parte, se había instalado en
Barranquilla para dirigir el comando norte del Ejército y había gestionado la
compra de armas en Estados Unidos. Joaquín París instaló, luego de un combate
con fuerzas leales a Melo en La Mesa, un comando en el Magdalena Medio. Y los
conservadores Julio Arboleda, Manuel Briceño y Pastor Ospina se encontraron en
Honda con París para acordar nuevas etapas de la contrarrevolución.
Por
su parte, los liberales gólgotas o “radicales” también hacían su aporte a la
preparación de la ofensiva contra Melo. Manuel Murillo Toro, Salvador Camacho
Roldán, José María Samper se movilizaron en la empresa político militar, y el
general Tomás Herrera, quien fungía como designado, se hallaba entregado a la
causa de los legitimistas organizando el Ejército desde Ibagué. El general
Pedro Alcántara Herrán regresó de urgencia de Estados Unidos y de inmediato sus
“buenos oficios” fueron puestos al servicio del gobierno paralelo de Obaldía,
en calidad de secretario de Guerra y Marina, no sin antes recibir autorización
para un incremento del pie de fuerza de diez mil hombres. El combate contra
Melo iba en firme. No sólo reunía a ex presidentes y generales de la
Independencia, sino que ahora se multiplicaba el número de integrantes de la
fuerza pública. Hasta el italiano Agustín Codazzi fue puesto en posición de
combate, se le otorgó el grado de coronel y fue nombrado jefe del Estado Mayor
del Ejército del Norte. El general Juan José Reyes Patria levantó tropas en
Boyacá. Los esfuerzos contrarrevolucionarios fueron a dar hasta el istmo, donde
Posada Gutiérrez se puso al frente de la división del Ejército creada para esa
zona.
Entre
tanto, las fuerzas de Melo eran especialmente fuertes en Cali, Popayán y Cartagena,
donde las tropas y los gobernadores lo seguían respaldando y habían repartido
armas entre milicianos e integrantes de las Sociedades Democráticas. El general
confiaba de manera especial y casi ciega en su fortaleza para defender a
Santafé de Bogotá, donde había concentrado el grueso de sus hombres. Melo
contaba con 5.415 infantes y 1.210 militares de caballería, en un dispositivo
en abanico con tropas dispuestas en Zipaquirá, Facatativá, Barranco Blanco,
Cuatro Esquinas, El Roble y Soacha.
José
Hilario López sostuvo un combate con fuerzas leales a Melo en Cali, luego marchó
a Buenaventura y Cartago, donde derrotó a los melistas. Mosquera, entre tanto,
recibió armas en Barbacoas a un costo de US$20.713, una cifra astronómica para
la época, que fue pagada con crédito personal del general Herrán. El joven
oficial melista Juan de Jesús Gutiérrez estuvo a punto de derrotar a Mosquera
en Petaquero, y también a dos generales de la Independencia, Herrán y González,
pero finalmente Mosquera tomó a Tunja.
Por
fin, la confluencia de fuerzas reaccionarias llegó a Santafé de Bogotá. La
resistencia de Melo y sus hombres no aguantó el embate adversario y claudicó el
4 de diciembre. Se requirió de la unión de todo el establecimiento de la época,
con la ayuda de la embajada de Estados Unidos, para dar al traste con la
revolución liderada por el general Melo y los artesanos.
En
Bogotá confluyeron tres ejércitos comandados por los todopoderosos generales
Pedro Alcántara Herrán, Tomás Cipriano de Mosquera y José Hilario López. Como
lo afirma Rafael Pardo en su libro La
historia de las guerras, todos los ex presidentes vivos participaron en la
guerra contra Melo y también futuros presidente y líderes cumplieron distintas
funciones dentro de la contrarrevolución. “Toda la nueva generación hizo parte
de esta cruzada” (Pardo. 2004: 270). Pero las tropas de Melo cobraron cara la
derrota: los generales Herrera y Mendoza, lo mismo que el capitán Diego Caro,
murieron en la retoma de Bogotá. El 6 de diciembre todo el generalato, el
vicepresidente Obaldía y sus ministros les rindieron honores postreros en una
parada imponente en la que participaron nueve mil hombres.
Mientras
tanto, más de 200 militares, políticos y líderes de los artesanos debieron
partir al exilio a Panamá condenados a servir por cuatro años en los batallones
de Zapadores. Al presidente Obando, por su parte, le cobraron su indecisión y
fue destituido por el Senado. ¿Y qué pasaría con Melo? En 1855 se inició un
juicio en su contra con múltiples acusaciones. Sus principales enemigos
quisieron juzgarlo por insubordinación militar, delito por el que hubiera sido
fusilado. También quisieron procesarlo por la muerte del cabo Quiroz. Sin
embargo, finalmente, el juicio fue civil y la condena consistió en destierro
por espacio de ocho años. Melo partió para no regresar jamás. El 23 de octubre
de 1855 salió hacia Costa Rica. No hay noticia de lo que pasó con él durante
los dos años siguientes. Se cree que en Nicaragua participó en la resistencia
contra el filibustero W. Walker. En 1859 fue asesor del Ejército de El
Salvador. En Guatemala fue objeto de persecución por parte del dictador Rafael
Carrera, y por ello se trasladó a México, donde, en octubre del 59, se enroló
en las filas del Ejército de Benito Juárez, que defendía su asediado gobierno.
El
17 de marzo de 1860 el periódico La Bandera Constitucional del Estado de
Chiapas recibía con alborozo al colombiano. La hoja de vida militar, su
solvencia moral y su conciencia política pudieron incidir en que Juárez,
reticente siempre a tener extranjeros en sus tropas, aceptara la colaboración
de Melo, quien fue destinado a la protección de la frontera con Guatemala, en
la región de Comitán. Pero allí fue objeto del acecho de uno de los más
enconados enemigos de Juárez, el general conservador mexicano José A. Ortega,
quien, conociendo que un general colombiano se encontraba en la zona, ordenó
buscarlo y no dejarlo con vida. Con un ejército sin mucho entrenamiento y joven,
Melo fue presa fácil de su nuevo adversario y el 10 de junio de 1860 fue
detectado en la hacienda Juancaná, cerca de Zapaluta. El cabo Isidro Gordillo y
el sargento José Maldonado fueron los encargados de cumplir la orden nefanda de
Ortega. Tras ser capturado, Melo fue asesinado. Nadie se atrevía a darle
sepultura por temor a las represalias de Ortega, hasta que indios tojolabales
lo enterraron al frente la capilla de la hacienda del fusilamiento. Sólo 20
días después del crimen se pudo constatar el sitio de la inhumación.
La
repatriación de los restos mortales del general Melo no ha sido posible, a
pesar de que en dos oportunidades se ha intentado su exhumación: en 1940 y en
1989. Melo fue un persistente y osado militar que buscó la justicia aún a
riesgo de su prestigio y de su vida. Fue también un eterno desterrado por las
clases hegemónicas. Pero, sobre todo, fue el rebelde general de los artesanos,
aunque todavía hoy sea probable que muy pocos estén interesados en que retorne,
luego de 154 años de haber sido expatriado de Santafé de Bogotá y de 149 años haber
sido fusilado en la lejana Chiapas.
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socialismo, Editorial La oveja negra, 1972.
ARTÍCULOS
PERIODÍSTICOS
Alaña,
Cristopherd J.,
“El general José María Melo, el Ché del Siglo XIX. De nuestra historia endógena
e integracionista”, en: www.aporrea.org,
27 de julio de 2007. (http://www.aporrea.org/ideología/a38918.htlm,
recuperado el domingo 10 de noviembre de 2009).
Padilla, Nelson
Fredy,
“El Presidente no descansa en paz”, en: periódico
El Espectador, domingo 8 de noviembre de 2009.
_________________ . “Héroe o
golpista frustrado”, en: periódico El Espectador, domingo 8 de noviembre de
2009.
Vargas Martínez,
Gustavo,
“El asesinato de José María Melo en 1860”, en: revista Credencial Historia,
Tomo II, enero-diciembre de 1991, Bogotá,
1995.
Cali,
martes 17 de noviembre de 2009
Artículo
escrito para la Maestría en Historia de la Universidad del Valle.
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