Pereira transformada en Necrópolis, porque, como los muertos, sus ciudadanos duermen mientras se la roban; mientras las ciudadanías del miedo deambulan sin destino; mientras la justicia ha desaparecido de los imaginarios, y suele ser una pieza fosilizada. Lo público, esencia de cualquier sociedad digna, está en manos de los sepultureros.
En pleno centro de la ciudad fue asesinado un defensor de derechos humanos. A pocos metros de mis narices un perrito de la calle muere destrozado por un vehículo desbocado. En las puertas de los hospitales siguen cayendo seres humanos, como moscas. A la entrada de los cementerios los deudos estiran la mano, pidiendo una limosna, para sepultar a sus difuntos. A mitad de semana son amenazados de muerte funcionarios, ciudadanos y periodistas que aquí libran una dura batalla contra las mafias de la corrupción. Pereira es una Necrópolis.
¿Cómo ve a Pereira?, me ha preguntado un periodista radial. Antes que nada, con mucho miedo, le respondí. Por donde paso, con quien me encuentro, me relata diversas historias frescas de atracos a mano a armada. ¿Cómo ve el departamento? Volvió a preguntar. A merced de las multinacionales de la mega minería y los megaproyectos, le respondí. De Quinchía recibo noticias que el miedo cunde entre campesinos, indígenas y parroquianos. Al otro lado de la montaña las noticias tampoco son buenas. “Son casos aislados”, afirma un vocero de Tamayo.
Y como si fuera poco, un funcionario lenguaraz de la administración municipal se inventa el Festival de la Felicidad, con el que pretende domar a los cientos de habitantes de la calle que en vísperas del Mundial de Fútbol se transforman en un estorbo para los visitantes. Como hace nueve años atrás, con ocasión de la Copa América, serán contados, recontados, escondidos y expulsados de la ciudad. La operación mediática del engaño ya está en marcha. La Necrópolis se prepara para la gala mundialista.
Esta es una ciudad que son muchas a la vez. La ciudad de las orillas se levanta en medio de laberintos, de caretas, de trastiendas. La ciudad que le rinde culto a la demagogia. La ciudad de las bandas (no las musicales) que cogobiernan infinidad de territorios. La ciudad transformada en Necrópolis, porque, como los muertos, sus ciudadanos duermen mientras se la roban; mientras las ciudadanías del miedo deambulan sin destino; mientras la justicia ha desaparecido de los imaginarios, y suele ser una pieza fosilizada. Lo público, esencia de cualquier sociedad digna, está en manos de los sepultureros.
Sin embargo, ante todo esto monseñor Tulio sólo se indigna porque cada vez más la iglesia no solo pierde el monopolio de la fe, sino que también el mercantilismo se apropia de las imágenes que le han dado rédito por siglos al catolicismo. Entré al baño de Sacramento, un restaurante de Manizaleños instalado en Los Álamos, junto a la iglesia donde los ricos oran, y encontré en el WC de los caballeros la imagen que les comparto. A menos de un kilómetro de allí, en la zona rosa, dos locales parranderos: “Ave María Pues” y “Tutanía”, el primero con una imagen de la virgen María y en el otro, el Sagrado Corazón de Jesús con sombrero uribista. Esto es lo que indigna a Monseñor. Amén.
(*) Periodista y profesor universitario. Artículo aparecido originalmente en: http://agendapu.blogspot.com.
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