Los transgénicos en la canasta familiar
Si el Gobierno Nacional está tan seguro del bienestar que genera la biotecnología para el campo colombiano y para sus ciudadanos, ¿por qué no ha regulado la obligatoriedad de la etiqueta para que el consumidor se entere que está consumiendo transgénicos?
Por Juliana Zapata (*)
Desde hace ya varios años venimos escuchando sobre los transgénicos, pero, ¿sabemos acaso qué son y cuáles son sus implicaciones? Probablemente la mayoría de los colombianos no tienen ni idea de dónde salió este concepto, para que sirve o cómo se come y mucho menos en qué nos perjudica.
Desde hace ya varios años venimos escuchando sobre los transgénicos, pero, ¿sabemos acaso qué son y cuáles son sus implicaciones? Probablemente la mayoría de los colombianos no tienen ni idea de dónde salió este concepto, para que sirve o cómo se come y mucho menos en qué nos perjudica.
Resulta paradójico que los colombianos no conozcan siquiera esta definición porque durante toda la década que culminó hemos estado acompañados de cultivos y alimentos transgénicos. Desde 2002 comenzó la siembra en Colombia del clavel azul, en 2003 se aprobaron algunas variedades de algodón, en 2007 maíz y en 2009 rosas de color azul. En total se han aprobado ocho variedades de organismos genéticamente modificados (OGM) para siembra comercial y ocho variedades para siembra controlada. Y para el consumo humano se han aprobado hasta el momento 22 variedades.
Acaso sabían que actualmente los colombianos comemos oficialmente 22 productos transgénicos, seguramente no, porque hasta ahora no se ha reglamentado la obligatoriedad de incluir esta información en la etiqueta, incluso las compañías productoras de semillas transgénicas se oponen.
Ahora que se han enterado que están comiendo transgénicos desde hace varios años, tal vez les interese saber ¿cuáles son?, ¿quiénes los producen?, ¿dónde se cultivan? y ¿cuáles son sus riesgos? Todos los alimentos transgénicos aprobados hacen parte de la canasta familiar: maíz, trigo, soya y remolacha. Los productores de estas variedades no son las universidades colombianas, ni ninguna pequeña, mediana o grande empresa nacional. Estas semillas son producidas por tan sólo cuatro transnacionales: Monsanto, DuPont, Bayer y Syngenta. Se cultivan en el Caribe, en el Alto Magdalena, en la Orinoquía, en Cundinamarca y en el Valle del Cauca. Los opositores del modelo de producción agroindustrial advierten sobre los riesgos para la biodiversidad, las implicaciones socioeconómicas, culturales y jurídicas, y los riesgos para la salud humana y animal.
Riesgos que las transnacionales semilleras se han encargado de soslayar con el respaldo del Gobierno Nacional y de algunos organismos internacionales. Hasta ahora sólo se presentan las ventajas, los estudios para la obtención de las licencias son realizados por la empresa interesada, sin el control estatal debido y las investigaciones que demuestran el peligro que representa esta tecnología son desconocidas y sus autores tildados como opositores del “desarrollo económico del país”.
Pero sin entrar en polémicas al respecto, sólo les dejo esta inquietud: si el Gobierno Nacional está tan seguro del bienestar que genera la biotecnología para el campo colombiano y para sus ciudadanos, ¿por qué no ha regulado la obligatoriedad de la etiqueta para que el consumidor se entere que está consumiendo transgénicos?
(*) Docente de la Usaca. El texto fue publicado originalmente en el periódico Paréntesis, edición No. 15, mayo-junio de 2011, pág. 3. juli8605@hotmail.com.
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