Otro congreso a los pies del uribismo
Los factores que explican la mayoría uribista en el Legislativo: 1.) el poder burocrático y del dinero; 2.) la falta de cultura política y la aceptación del discurso guerrerista en sectores de la población; 3.) la reedición de fuerzas ligadas a parapolíticos y al nuevo gamonalismo. Así, el régimen impondría sus dictados con cuatro partidos: la U, el Conservador, Cambio Radical y el PIN. ¿Cómo moverán éstos sus fichas presidenciales? Análisis.
Por Luis Alfonso Mena S.
El 14 de marzo de 2010 el uribismo fue reelegido como la fuerza mayoritaria del Congreso con caras nuevas o viejas, con candidatos reconocidos o vergonzantes, con corrupción o aprovechando el atraso político imperante.
La reelección de esas mayorías no resultó barata: las campañas uribistas invirtieron multimillonarias sumas de dinero para garantizar la adhesión de las conciencias, desarrollar su abrumadora ofensiva publicitaria e implementar su aplastante infraestructura electoral.
Los comicios del domingo pasado configuraron el reino del dios dinero en función de saciar las ansias de poder de la vieja alcurnia oligárquica o de la nueva élite en emergencia que llega de la mano oscura de la parapolítica.
Ambas corrientes, la de los voceros del capital industrial y del poder terrateniente tradicional (partidos de la U, Conservador y Cambio Radical), de un lado, y la de los nuevos gamonales reunidos en el PIN, del otro, confluirán, finalmente, en el mismo eje: la defensa del statu quo burgués.
¿O es que los 8 o 9 senadores y los numerosos representantes a la Cámara elegidos por el llamado Partido de Integración Nacional, PIN, son adalides de la lucha popular y social contra los desafueros de las clases dominantes y los grupos de poder? No.
Los nuevos congresistas del PIN, relacionados con políticos procesados o condenados por parapolítica o con el decidido respaldo de entes públicos como la Gobernación del Valle, no son más que voceros emergentes de las clases dominantes.
Configuran una especie de recambio de las élites. Expresan el arribismo político de quienes, sin haber nacido en las clases oligopólicas del país, aspiran a hacer parte de ellas y se portarán como mensajeros de las mismas para lograr su aquiescencia.
El precio que los miembros del nuevo gamonalismo representado en el PIN están dispuestos a pagar es, por ahora, ser recibidos por la puerta de atrás, con la esperanza de que, como seguramente ocurrirá, los grupos de poder terminarán aceptándolos y dejarán de verlos de manera vergonzante, de reojo.
El PIN se pelea con el de la U y el Conservador el título de ser “el partido del Presidente”. Y por algo lo dice, pues no se conoce declaración alguna de Álvaro Uribe rechazándolo, desaprobando su tan difundido respaldo.
No es sino recordar aquella frase memorable atribuida a Uribe y dirigida a los integrantes de los antecesores del PIN, es decir, a los congresistas de los desaparecidos partidos Convergencia Ciudadana, Colombia Democrática y Colombia Viva, cuando los instruyó: Vótenme los proyectos antes de ir a la cárcel.
Una vez se consoliden las cifras electorales, superado el caos derivado de unos tarjetones mal diseñados y de una Registraduría enredada en fallas tecnológicas e improvisación que el Gobierno quiere canalizar para pescar en río revuelto, se confirmará la tendencia inicial.
Ella indica que entre un 65% y un 70% de las cámaras volverá a quedar en poder de los cuatro partidos uribistas: 28 de la U, 22 del conservatismo, 9 del PIN y 8 de Cambio Radical suman 67 de 102 posibles, con opción de recibir el apoyo de los dos de Mira.
Aunque se creía que el halo gris de la parapolítica desaparecería del Congreso luego de estas elecciones, ello no ocurrió, y, por ejemplo, un alto porcentaje de senadores tiene esa mácula, y no sólo los del PIN.
Según León Valencia, investigador a fondo del problema, “en las elecciones del domingo fueron elegidos 22 senadores que están en las investigaciones de la parapolítica o son herederos de quienes están presos o condenados por estos delitos: 8 del Partido de la U, 7 en el PIN, 5 en el Partido Conservador, 1 en Cambio Radical y 1 en el Partido Liberal. La influencia en la Cámara de Representantes es aún más grande. Es una vergüenza para la democracia”. (El Tiempo, miércoles 17 de marzo de 2010).
Los factores que explican la mayoría uribista en el Legislativo: 1.) el poder burocrático y del dinero; 2.) la falta de cultura política y la aceptación del discurso guerrerista en sectores de la población; 3.) la reedición de fuerzas ligadas a parapolíticos y al nuevo gamonalismo. Así, el régimen impondría sus dictados con cuatro partidos: la U, el Conservador, Cambio Radical y el PIN. ¿Cómo moverán éstos sus fichas presidenciales? Análisis.
Por Luis Alfonso Mena S.
El 14 de marzo de 2010 el uribismo fue reelegido como la fuerza mayoritaria del Congreso con caras nuevas o viejas, con candidatos reconocidos o vergonzantes, con corrupción o aprovechando el atraso político imperante.
La reelección de esas mayorías no resultó barata: las campañas uribistas invirtieron multimillonarias sumas de dinero para garantizar la adhesión de las conciencias, desarrollar su abrumadora ofensiva publicitaria e implementar su aplastante infraestructura electoral.
Los comicios del domingo pasado configuraron el reino del dios dinero en función de saciar las ansias de poder de la vieja alcurnia oligárquica o de la nueva élite en emergencia que llega de la mano oscura de la parapolítica.
Ambas corrientes, la de los voceros del capital industrial y del poder terrateniente tradicional (partidos de la U, Conservador y Cambio Radical), de un lado, y la de los nuevos gamonales reunidos en el PIN, del otro, confluirán, finalmente, en el mismo eje: la defensa del statu quo burgués.
¿O es que los 8 o 9 senadores y los numerosos representantes a la Cámara elegidos por el llamado Partido de Integración Nacional, PIN, son adalides de la lucha popular y social contra los desafueros de las clases dominantes y los grupos de poder? No.
Los nuevos congresistas del PIN, relacionados con políticos procesados o condenados por parapolítica o con el decidido respaldo de entes públicos como la Gobernación del Valle, no son más que voceros emergentes de las clases dominantes.
Configuran una especie de recambio de las élites. Expresan el arribismo político de quienes, sin haber nacido en las clases oligopólicas del país, aspiran a hacer parte de ellas y se portarán como mensajeros de las mismas para lograr su aquiescencia.
El precio que los miembros del nuevo gamonalismo representado en el PIN están dispuestos a pagar es, por ahora, ser recibidos por la puerta de atrás, con la esperanza de que, como seguramente ocurrirá, los grupos de poder terminarán aceptándolos y dejarán de verlos de manera vergonzante, de reojo.
El PIN se pelea con el de la U y el Conservador el título de ser “el partido del Presidente”. Y por algo lo dice, pues no se conoce declaración alguna de Álvaro Uribe rechazándolo, desaprobando su tan difundido respaldo.
No es sino recordar aquella frase memorable atribuida a Uribe y dirigida a los integrantes de los antecesores del PIN, es decir, a los congresistas de los desaparecidos partidos Convergencia Ciudadana, Colombia Democrática y Colombia Viva, cuando los instruyó: Vótenme los proyectos antes de ir a la cárcel.
Una vez se consoliden las cifras electorales, superado el caos derivado de unos tarjetones mal diseñados y de una Registraduría enredada en fallas tecnológicas e improvisación que el Gobierno quiere canalizar para pescar en río revuelto, se confirmará la tendencia inicial.
Ella indica que entre un 65% y un 70% de las cámaras volverá a quedar en poder de los cuatro partidos uribistas: 28 de la U, 22 del conservatismo, 9 del PIN y 8 de Cambio Radical suman 67 de 102 posibles, con opción de recibir el apoyo de los dos de Mira.
Aunque se creía que el halo gris de la parapolítica desaparecería del Congreso luego de estas elecciones, ello no ocurrió, y, por ejemplo, un alto porcentaje de senadores tiene esa mácula, y no sólo los del PIN.
Según León Valencia, investigador a fondo del problema, “en las elecciones del domingo fueron elegidos 22 senadores que están en las investigaciones de la parapolítica o son herederos de quienes están presos o condenados por estos delitos: 8 del Partido de la U, 7 en el PIN, 5 en el Partido Conservador, 1 en Cambio Radical y 1 en el Partido Liberal. La influencia en la Cámara de Representantes es aún más grande. Es una vergüenza para la democracia”. (El Tiempo, miércoles 17 de marzo de 2010).
Un país derechizado
El poder administrativo y del dinero a manos llenas (de diversas procedencias) no sólo se mantuvo sino que creció y resultó determinante para reforzar el otro eslabón de la cadena que explica el triunfo del uribismo: la derechización del país.
Este fenómeno no se puede desconocer, pues en muchos sectores de la sociedad de hoy, incluidas franjas juveniles, existe la creencia de que el país no tiene otra salida distinta a continuar en guerra, así se tengan que aplazar las soluciones a sus problemas estructurales.
El desconocimiento de la historia y la propaganda oficial hacen mella en las mentes de no pocos que respaldan a ciegas la estrategia de la “seguridad democrática” y ven en Juan Manuel Santos e incluso en Nohemí Sanín los personajes adecuadas para su continuación.
La aceptación acrítica y sin argumentos sustanciales del discurso hegemónico que plantea la necesidad de prolongar la confrontación militar es una realidad en sectores y actores importantes de la población colombiana que merece un análisis riguroso.
Así, los escándalos por los casos de Agro Ingreso Seguro, Carimagua, zonas francas, notarias, la Yidispolítica, la debacle de DMG o los decretos de “emergencia” que atentan contra la salud de los colombianos no afectaron a los candidatos del Gobierno.
Tampoco, gravísimos casos de violación de los derechos humanos por parte de agentes y funcionario del Estado, como los falsos positivos, la parapolítica o el espionaje del DAS a la oposición. Y menos, la entrega de bases militares a tropas estadounidenses.
Por el contrario, en la práctica fueron premiados con altas votaciones muchos de los congresistas que nada dijeron contra esos hechos o que, incluso, los exculparon hasta el punto de negar mociones de censura a ministros comprometidos en ellos.
A la hora de votar, la mayoría no tuvo en cuenta estos ni otros actos de corrupción y violación de derechos humanos. Ante los crímenes de Estado muchos se hacen los de la vista gorda, asumen el discurso oficial y se tornan complacientes con el paramilitarismo.
Amplios conglomerados aceptan la reelección de aquellos que han estado en el Congreso legislando contra sus propios derechos, como en el caso de la ley que acabó con las horas extras, los recargos nocturnos y dominicales.
En medio de este intrincado panorama, entonces, resulta destacada la elección de voceros de la izquierda como Jorge Enrique Robledo, Alexander López, Gloria Inés Ramírez, Germán Navas, Iván Cepeda, Wilson Arias y Piedad Córdoba, entre otros.
La importancia de estas curules es ignorada por los portavoces de las élites que pregonan la derrota de la izquierda sin analizar la enorme desventaja en que ésta tuvo que desarrollar su campaña, amén de los problemas internos que también la afectaron.
La oposición representada en el Partido Liberal, con unas 18 curules en el Senado; el Polo Democrático, con 8, y, de alguna manera, en el Partido Verde, con cinco, reedita el 30% de la elección de 2006. Está por verse la coherencia de estas bancadas, especialmente la de los verdes, en la que no todos le apuestan a lo mismo.
El poder administrativo y del dinero a manos llenas (de diversas procedencias) no sólo se mantuvo sino que creció y resultó determinante para reforzar el otro eslabón de la cadena que explica el triunfo del uribismo: la derechización del país.
Este fenómeno no se puede desconocer, pues en muchos sectores de la sociedad de hoy, incluidas franjas juveniles, existe la creencia de que el país no tiene otra salida distinta a continuar en guerra, así se tengan que aplazar las soluciones a sus problemas estructurales.
El desconocimiento de la historia y la propaganda oficial hacen mella en las mentes de no pocos que respaldan a ciegas la estrategia de la “seguridad democrática” y ven en Juan Manuel Santos e incluso en Nohemí Sanín los personajes adecuadas para su continuación.
La aceptación acrítica y sin argumentos sustanciales del discurso hegemónico que plantea la necesidad de prolongar la confrontación militar es una realidad en sectores y actores importantes de la población colombiana que merece un análisis riguroso.
Así, los escándalos por los casos de Agro Ingreso Seguro, Carimagua, zonas francas, notarias, la Yidispolítica, la debacle de DMG o los decretos de “emergencia” que atentan contra la salud de los colombianos no afectaron a los candidatos del Gobierno.
Tampoco, gravísimos casos de violación de los derechos humanos por parte de agentes y funcionario del Estado, como los falsos positivos, la parapolítica o el espionaje del DAS a la oposición. Y menos, la entrega de bases militares a tropas estadounidenses.
Por el contrario, en la práctica fueron premiados con altas votaciones muchos de los congresistas que nada dijeron contra esos hechos o que, incluso, los exculparon hasta el punto de negar mociones de censura a ministros comprometidos en ellos.
A la hora de votar, la mayoría no tuvo en cuenta estos ni otros actos de corrupción y violación de derechos humanos. Ante los crímenes de Estado muchos se hacen los de la vista gorda, asumen el discurso oficial y se tornan complacientes con el paramilitarismo.
Amplios conglomerados aceptan la reelección de aquellos que han estado en el Congreso legislando contra sus propios derechos, como en el caso de la ley que acabó con las horas extras, los recargos nocturnos y dominicales.
En medio de este intrincado panorama, entonces, resulta destacada la elección de voceros de la izquierda como Jorge Enrique Robledo, Alexander López, Gloria Inés Ramírez, Germán Navas, Iván Cepeda, Wilson Arias y Piedad Córdoba, entre otros.
La importancia de estas curules es ignorada por los portavoces de las élites que pregonan la derrota de la izquierda sin analizar la enorme desventaja en que ésta tuvo que desarrollar su campaña, amén de los problemas internos que también la afectaron.
La oposición representada en el Partido Liberal, con unas 18 curules en el Senado; el Polo Democrático, con 8, y, de alguna manera, en el Partido Verde, con cinco, reedita el 30% de la elección de 2006. Está por verse la coherencia de estas bancadas, especialmente la de los verdes, en la que no todos le apuestan a lo mismo.
El póker presidencial
La mirada del Gobierno no se queda en el Congreso. Ante las grandes fallas presentadas en el conteo y escrutinio de la votación, principalmente en la relacionada con la consulta del Partido Conservador, intenta pescar en río revuelto y vengarse del Registrador.
Son conocidos los reparos puestos por el titular de ese cargo, Carlos Ariel Sánchez, a los procedimientos del referendo reeleccionista, tenidos en cuenta a su vez por la Corte Constitucional en su declaratoria de inexequibilidad, y Uribe no se lo perdona.
Por eso ha emprendido una campaña para presionar su salida del cargo e imponer un registrador de bolsillo, en el propósito de que quien lo suceda gane en primera vuelta. El Presidente no quiere sorpresas en una eventual segunda ronda.
Aprovechando la ineficiencia demostrada en esta ocasión por la Registraduría y las empresas contratadas por ella para realizar la sistematización y difusión de los resultados, Uribe no dio tregua, pues no le convenía que fuera Noemí Sanín la vencedora, como finalmente lo fue por un escaso margen de 37.000 votos sobre Arias.
Todo indica que el Presidente dio la orden a sus seguidores, entre ellos los del PIN en el Valle, a través del Gobernador, de sufragar en la consulta interna del conservatismo en favor de Andrés Felipe Arias, Uribito.
Un triunfo de éste hubiera facilitado un acuerdo electoral con Juan Manuel Santos para garantizar así la victoria el 30 de mayo. Ir a una segunda vuelta, el 20 de junio, podría generar la unidad de todos los perdedores en la primera contra Santos, en una alianza de coyuntura.
La táctica del régimen, que busca alargar sus políticas estratégicas de guerra prolongada a costa de una parte sustancial del Presupuesto Nacional y de fortalecimiento del poder del gran empresariado a costa del bolsillo de los trabajadores, está cantada.
Corresponde a las fuerzas de oposición, en las que equivocadamente muchos meten a Cambio Radical, idear su táctica de resistencia, aunque lo más seguro es que, a pesar de los resultados del 14 de marzo, todos los candidatos vayan por su lado.
La participación electoral de Sergio Fajardo fue la peor de todos los aspirantes presidenciales situados en el campo de la oposición o del llamado centro político, pues su lista al Senado no llega a los 200.000 votos. Sin embargo, insiste en ir solo el 30 de mayo.
Los resultados de Antanas Mockus, el vencedor en la consulta del Partido Verde, aunque más auspiciosos que los de Fajardo (más de 500.000 sufragios de su partido para el Senado), tampoco constituyen una fuerza determinante, aunque los medios la han maximizado.
A pesar de que los guarismos obtenidos por el Polo Democrático, que se acerca al millón de votos, no se pueden considerar malos, tampoco son la mejor carta de presentación. El problema es que ya Petro ha recibido muchos portazos.
El Polo perdió parte de su cauda electoral a manos de quienes votaron por el Partido Verde, que habilidosamente inscribió su consulta interna en las elecciones parlamentarias para arrastrar mayor número de participantes.
En todo caso, ni los verdes ni los polistas estarían en condiciones de imponer una candidatura de la oposición, pues el que mejores resultados alcanzó en las elecciones de Congreso fue Rafael Pardo.
El candidato del Partido Liberal no se da por mal servido al mantener la votación de su partido y la representación en las cámaras, a pesar de su mengua en la burocracia en los últimos ocho años. Los casi dos millones de votos de su colectividad hablan por él.
Pero Pardo está atrapado en un sándwich, pues todavía cree que Cambio Radical es un partido liberal chiquito por la procedencia de muchos de sus integrantes, y que, en consecuencia, es Germán Vargas Lleras con quien debe coaligarse.
Según sus cuentas, redondearían tres millones de votos, banderazo que sacaría de circulación las aspiraciones individuales del trío Petro, Fajardo, Mockus, cuyo plante parlamentario a duras penas arañaría los dos millones de votos entre los tres.
La mirada del Gobierno no se queda en el Congreso. Ante las grandes fallas presentadas en el conteo y escrutinio de la votación, principalmente en la relacionada con la consulta del Partido Conservador, intenta pescar en río revuelto y vengarse del Registrador.
Son conocidos los reparos puestos por el titular de ese cargo, Carlos Ariel Sánchez, a los procedimientos del referendo reeleccionista, tenidos en cuenta a su vez por la Corte Constitucional en su declaratoria de inexequibilidad, y Uribe no se lo perdona.
Por eso ha emprendido una campaña para presionar su salida del cargo e imponer un registrador de bolsillo, en el propósito de que quien lo suceda gane en primera vuelta. El Presidente no quiere sorpresas en una eventual segunda ronda.
Aprovechando la ineficiencia demostrada en esta ocasión por la Registraduría y las empresas contratadas por ella para realizar la sistematización y difusión de los resultados, Uribe no dio tregua, pues no le convenía que fuera Noemí Sanín la vencedora, como finalmente lo fue por un escaso margen de 37.000 votos sobre Arias.
Todo indica que el Presidente dio la orden a sus seguidores, entre ellos los del PIN en el Valle, a través del Gobernador, de sufragar en la consulta interna del conservatismo en favor de Andrés Felipe Arias, Uribito.
Un triunfo de éste hubiera facilitado un acuerdo electoral con Juan Manuel Santos para garantizar así la victoria el 30 de mayo. Ir a una segunda vuelta, el 20 de junio, podría generar la unidad de todos los perdedores en la primera contra Santos, en una alianza de coyuntura.
La táctica del régimen, que busca alargar sus políticas estratégicas de guerra prolongada a costa de una parte sustancial del Presupuesto Nacional y de fortalecimiento del poder del gran empresariado a costa del bolsillo de los trabajadores, está cantada.
Corresponde a las fuerzas de oposición, en las que equivocadamente muchos meten a Cambio Radical, idear su táctica de resistencia, aunque lo más seguro es que, a pesar de los resultados del 14 de marzo, todos los candidatos vayan por su lado.
La participación electoral de Sergio Fajardo fue la peor de todos los aspirantes presidenciales situados en el campo de la oposición o del llamado centro político, pues su lista al Senado no llega a los 200.000 votos. Sin embargo, insiste en ir solo el 30 de mayo.
Los resultados de Antanas Mockus, el vencedor en la consulta del Partido Verde, aunque más auspiciosos que los de Fajardo (más de 500.000 sufragios de su partido para el Senado), tampoco constituyen una fuerza determinante, aunque los medios la han maximizado.
A pesar de que los guarismos obtenidos por el Polo Democrático, que se acerca al millón de votos, no se pueden considerar malos, tampoco son la mejor carta de presentación. El problema es que ya Petro ha recibido muchos portazos.
El Polo perdió parte de su cauda electoral a manos de quienes votaron por el Partido Verde, que habilidosamente inscribió su consulta interna en las elecciones parlamentarias para arrastrar mayor número de participantes.
En todo caso, ni los verdes ni los polistas estarían en condiciones de imponer una candidatura de la oposición, pues el que mejores resultados alcanzó en las elecciones de Congreso fue Rafael Pardo.
El candidato del Partido Liberal no se da por mal servido al mantener la votación de su partido y la representación en las cámaras, a pesar de su mengua en la burocracia en los últimos ocho años. Los casi dos millones de votos de su colectividad hablan por él.
Pero Pardo está atrapado en un sándwich, pues todavía cree que Cambio Radical es un partido liberal chiquito por la procedencia de muchos de sus integrantes, y que, en consecuencia, es Germán Vargas Lleras con quien debe coaligarse.
Según sus cuentas, redondearían tres millones de votos, banderazo que sacaría de circulación las aspiraciones individuales del trío Petro, Fajardo, Mockus, cuyo plante parlamentario a duras penas arañaría los dos millones de votos entre los tres.
Además, Vargas Lleras siempre ha negado cualquier coalición con el Polo, y a Pardo le interesa más su eventual aliado a la derecha, que uno del centro izquierda, como Petro, o del centro derecha, como Mockus o Fajardo.
El PIN reforzaría la unión
La participación electoral de la U (casi tres millones de votos) y del conservatismo (casi dos y medio) los acercaría, en un eventual acuerdo, como el que busca desesperadamente Uribe, a ganar en la primera ronda.
Es allí cuando el PIN, el grupo que los uribistas miran de soslayo, entraría en el juego para, con base en su millón de votos, poner sus fichas en la mesa, como tahúres de la política, y facilitar la victoria del Presidente en cuerpo ajeno, el de Santos.
¿Arriesgará Cambio Radical, el cuarto partido uribista, quedar por fuera de ese póker presidencial y continuará con sus ínfulas “opositoras” sin tener convencimiento de ellas realmente? Vargas Lleras debe estar deshojando margaritas.
Finalmente, al ganar la consulta azul Nohemí Sanín irá a las elecciones de mayo con el respaldo conservador y podría propiciar una segunda vuelta, en la que competiría con Santos.
¿La oposición apoyaría a Noemí para evitar el ascenso de Santos? Por lo menos en el ámbito de la izquierda esto sería un imposible ético, pues Sanín también juega a ser la sucesora de las políticas de Uribe. Sin embargo, ello no sería difícil para Mockus o Fajardo.
En todo caso, el triunfo de Sanín en la consulta no representa un camino de rosas, pues ella podría desencadenar una división en la tolda azul por su agrio enfrentamiento con Arias, más abyecto ante los intereses del Gobierno del que fuera ministro de Agricultura.
Así está el juego por la Presidencia, que las elecciones de Congreso no ayudaron a decantar suficientemente. ¿Y a todas estas, qué dirán los más de 16 millones de sufragantes potenciales, según el censo electoral, que no votaron?
Y, también, ¿qué harán los 500.000 que sufragaron en blanco, o los 500.000 que seguramente se perdieron en el enredo de los tarjetones laberínticos y los devolvieron sin marcar, o el millón y medio de ciudadanos que anularon sus votos?
Se trata, ni más ni menos, de dos millones y medio de personas cuyos votos pueden ser un misterio, entre los 14 millones de colombianos que fueron a las urnas el 14 de marzo, de casi 30 millones posibles, y volvieron a dejar la incógnita de si la abstención de por lo menos el 54% es un voto de conformismo o de resistencia.
Lo que está claro es que si el elegido en mayo o junio es un presidente uribista, muy probablemente Juan Manuel Santos, él contará con una bancada proclive a los proyectos estratégicos de Uribe: la guerra interna indefinida y la expansión de las ganancias del gran empresariado oligopólico.
La participación electoral de la U (casi tres millones de votos) y del conservatismo (casi dos y medio) los acercaría, en un eventual acuerdo, como el que busca desesperadamente Uribe, a ganar en la primera ronda.
Es allí cuando el PIN, el grupo que los uribistas miran de soslayo, entraría en el juego para, con base en su millón de votos, poner sus fichas en la mesa, como tahúres de la política, y facilitar la victoria del Presidente en cuerpo ajeno, el de Santos.
¿Arriesgará Cambio Radical, el cuarto partido uribista, quedar por fuera de ese póker presidencial y continuará con sus ínfulas “opositoras” sin tener convencimiento de ellas realmente? Vargas Lleras debe estar deshojando margaritas.
Finalmente, al ganar la consulta azul Nohemí Sanín irá a las elecciones de mayo con el respaldo conservador y podría propiciar una segunda vuelta, en la que competiría con Santos.
¿La oposición apoyaría a Noemí para evitar el ascenso de Santos? Por lo menos en el ámbito de la izquierda esto sería un imposible ético, pues Sanín también juega a ser la sucesora de las políticas de Uribe. Sin embargo, ello no sería difícil para Mockus o Fajardo.
En todo caso, el triunfo de Sanín en la consulta no representa un camino de rosas, pues ella podría desencadenar una división en la tolda azul por su agrio enfrentamiento con Arias, más abyecto ante los intereses del Gobierno del que fuera ministro de Agricultura.
Así está el juego por la Presidencia, que las elecciones de Congreso no ayudaron a decantar suficientemente. ¿Y a todas estas, qué dirán los más de 16 millones de sufragantes potenciales, según el censo electoral, que no votaron?
Y, también, ¿qué harán los 500.000 que sufragaron en blanco, o los 500.000 que seguramente se perdieron en el enredo de los tarjetones laberínticos y los devolvieron sin marcar, o el millón y medio de ciudadanos que anularon sus votos?
Se trata, ni más ni menos, de dos millones y medio de personas cuyos votos pueden ser un misterio, entre los 14 millones de colombianos que fueron a las urnas el 14 de marzo, de casi 30 millones posibles, y volvieron a dejar la incógnita de si la abstención de por lo menos el 54% es un voto de conformismo o de resistencia.
Lo que está claro es que si el elegido en mayo o junio es un presidente uribista, muy probablemente Juan Manuel Santos, él contará con una bancada proclive a los proyectos estratégicos de Uribe: la guerra interna indefinida y la expansión de las ganancias del gran empresariado oligopólico.
Para las personas mayores, los tarjetones constituyeron verdaderos dolores de cabeza. Sobre todo el de Cámara que tenía tres partes, una de ellas con 68 logo-símbolos minúsculos y confusos.
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