domingo, 3 de abril de 2011

9. Perfil. Adolfo Ochoa, ganador del Simón Bolívar


El man del Calvario

Ochoa asegura que lo más ‘vacano’ de los premios es que reconozcan que una cosa que él hizo con la tripa valió la pena. “Ahí se comprueba que se puede escribir con el corazón en la mano, es saber que se puede hacer periodismo vivo”. Como el que realizó con su reportaje Un Calvario de 48 Horas, que conmovió no sólo a Cali sino a toda Colombia.

Por Lina Pérez Toro (*)
Ciudad: Cali. Día: Un viernes cual­quiera. Hora: 7:00 p.m. (aproxima­damente). Personaje: Adolfo Ochoa Moyano.

Creo que podría comenzar escri­biendo este perfil de una forma usual, dar los datos de la persona en cuestión, escribir sus preferencias, lo que le gusta y no le gusta hacer, dónde trabaja y qué sintió al ganarse esos tres premios (si claro, pregunta típica de periodista no preparado).

Pero resulta que la persona en cuestión no es tan común, no mere­ce que se le haga un perfil de esa for­ma tradicional.

Este caleño de 28 años de edad llegó a mi casa esa noche. La verdad,  no lo esperaba. Yo había queda­do de buscarlo despuesito de las 6:00 p.m., entonces no contaba con que él subiera a mi apar­tamento.

En fin, el caso es que llegó, le serví un vaso de jugo de lulo, nos sentamos en el comedor y ¿quién dijo hablar?

Conozco a Adolfo hace más o menos 15 años (y que él me corrija si no) y creo que nunca antes habíamos tenido este tipo de conversación. Eso me hizo pensar que entonces no lo conocía, podría decir que lo distinguía (puede leer con el acentico que se le suele poner a esa palabra).

Creo que este hombre es úni­co en su especie, o si no que levante la mano el primero que con tener meses de edad recuerde a qué sabe el tetero. Como un sueño borroso, pero él lo recuer­da. Que levante la mano nueva­mente la persona que recuerda el olor del maquillaje de la mamá: ¿nadie? Pues Adolfo sí. Después de escuchar eso supe que esta historia iba para largo y efectivamente corroboré que este hombre no era un tipo común.

Desde su niñez el señor Ochoa se destacó por ser un excelente estudian­te en el kínder. “Yo era el mejor estu­diante del colegio, era el que mejor hacia palitos y bolitas, el que mejor pegaba el algodón”, menciona Adolfo. Por algo se comienza, pienso yo.

Si seguimos por la línea académica llegamos a que estudió su formación básica en el colegio Franciscano de Fray Damián González, donde era el estudiante paliducho del salón, el pendejo al que le quedaba grande el uniforme y que nunca hacía deporte, nunca le fue bien en matemáticas y aprovechaba los descansos para leer.
Considera a su abuelo como el mayor responsable de su afición a la lectura. Era este señor el que lo trans­portaba a mundos mágicos, con his­torias que alimentan su imaginación.

Camino al periodismo
Su primer acercamiento al perio­dismo lo tuvo en un programa radial que realizó en la emisora del cole­gio, donde se dedicaba a leer artículos de una revista española y ponía a rodar un viejo casete de Led Zeppelin. Tiempo después dejó de leer de esta revista y comenzó a cons­truir sus propios artículos.

Es en 2000 que ingresa a estudiar Comunicación Social en la Universidad Santiago de Cali. Días después de haber iniciado clases se da cuenta de que había quedado en el segundo llamado de admisiones en la Universidad del Valle. Gracias a Dios no te fuiste para allá, hubiera sido la peor fuga de cerebros de la historia.

No sabe en qué momento de su vida decidió ser periodista. Durante los cuatro primeros semestres de su carrera no enten­día qué estaba haciendo para cursar periodismo. Por la teo­ría en las clases hasta llegó a pensar que él era filósofo (tema que también lo apasiona).

El conocer al profesor Luis Alfonso Mena significó un cambio en la forma de ver la academia, fue este profesor la persona que lo enfocó en los medios de comunicación. “Yo sabía que podía escribir, eso lo sabía desde hacía muchísimo tiempo, desde el colegio sabía que era talentoso para escribir y para leer, pero no había escrito nunca una crónica”, dice Adolfo recordando cómo el profesor Mena lo adentró en los diferentes géneros periodísticos.

Pero este respeto y el hambre de querer firmar un artículo no fueron suficientes para pasar la primera mate­ria que vio con este profesor. Señoras y señores: Adolfo Ochoa Moyano perdió Redacción Periodística I.

Fue ahí cuando entendió que no podía dejar pasar la oportunidad que se le había presentado al tener a seme­jante profesor dándole clase, matriculó nuevamente el curso. Cumpliendo con los trabajos y esforzándose mucho sacó su primer 5 con Mena. A ver, nue­vamente que levante la mano alguien que se haya sacado un 5 con el profe.

Participó activamente del periódi­co Paréntesis. Este mismo que ahora ustedes leen.

Su gran pasión por el cine lo llevó a crear Rayuela, un cine club en el que pasaban películas como Los Idiotas, Bailarina en la Noche, de Lars Von Trier; El Día de la Bestia, de Alex de la Iglesia, y muchas más que fueron nutriendo su gran colección de cine.

En 2005 Adolfo Ochoa se inicia como practicante en el periódico El País. Fue ahí donde por primera vez se cortó el cabello. El tema de su primer artículo era la menopausia masculi­na, texto por el cual se comenzaron a dar cuenta de que Adolfo no era cualquier jovencito recién salido de la universidad.
Su paso por El País ha sido lleno de grandes experiencias y de nuevos retos. Este nuevo periodista no se conformaba simplemente con contar la noticia, él tenía que vivir lo que había detrás de ella, se fijaba en los pequeños detalles en los que nadie más se fijaba.

Después de un largo recorrido por algunas de las secciones del perió­dico, por esos antecedentes y por su capacidad de encontrar historia en situaciones que a nosotros ya se nos han convertido en parte del paisaje, deciden enviar a este periodista a buscar algo qué contar del barrio El Calvario.

Del mechudo al periodista
Para contar la historia que tiene detrás la construcción de esa crónica necesitaríamos unas tres páginas más en este periódico (esperamos en próximas publicaciones tener el honor de contarla). Lo que sí se puede decir es que esta crónica marca un hito en la vida de Adolfo, se parte en dos y él siente que es una graduación. Dejó de ser el ‘practicante’ y se convirtió en el periodista. En todos los medios de comunicación fue conocido como “el man del Calvario”.

En el interior del periódico lo empezaron a mirar distinto, ya no era el pelado mechudo, chistosito, bobito, vacan, si no que es un periodista que tiene cosas qué mostrar, es un man al que tienen que pararle bolas. Un antes y un después en su vida profesional.

Ese texto de El Calvario fue su cúspide, el momento más alto de su vida. El aprendizaje que Adolfo logró después de eso ha sido el más valioso que ha tenido, una experiencia muy enriquecedora, lo definió como perio­dista y en el imaginario del periódico le dio su perfil como cronista. Pero para él fue la certeza de que no quería hacer nada más que contar historias, buenas historias.

Considera que este momento de gloria duró exactamente 15 minutos. La verdad, yo no considero eso, pienso que en15 minutos no hubiera alcan­zado a ganarse un Bonilla Aragón, un Simón Bolívar, una beca de Periodismo Joven y el Premio Semana Petrobras (todo esto de una, en 2009).

Asegura que lo más vacano de los premios es que reconozcan que una cosa que él hizo con la tripa valió la pena. Ahí se comprueba que se puede escribir con el corazón en la mano, es saber que se puede hacer periodismo vivo.

Esa noche que Adolfo llegó a mi casa venía con la buena, qué digo buena, con la excelente noticia de que había sido reubicado en la sección Domingo. La sección de Domingo es la más importante del periódico, en esta edición es donde salen los reportajes, las entrevistas en profundidad, las cró­nicas. Esta es la sección donde Adolfo desde sus inicios en El País siempre quiso estar.

A este periodista le gusta la calle y no entiende por qué la gente que estudia, lee y quiere aprender se vuel­ve como un ñoño encerrado en la casa.

Luego de meditar, a punto del final de nuestra larga charla, Adolfo soltó una frase que me olió a colofón, a sentencia: “Toda la gente que me decía que me iba a morir de hambre son unos imbéciles. La comunicación tiene una profundidad increíble, una manera de ver el mundo, una forma de interpretarlo desde el mejor ángulo. Yo no soy un chismoso como todo el mundo me dice, esto tiene una teoría berraquísima, estoy donde debo estar, hago lo que debo hacer”.

(*) Estudiante de Comunicación Social de la Usaca. El texto fue publicado originalmente en el periódico Paréntesis, edición No. 14, marzo-abril de 2011, pág. 17.

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