A mi padre, en la hora de su partida
Comparto con los lectores las palabras que escribí para mi padre, Luis Alfonso Mena Salazar, y que pronuncié en sus exequias, el jueves 10 de marzo de 2011.
Por Luis Alfonso Mena S. (*)
Padre amado: ayer, en el momento en que iniciabas tu partida, alguien dijo que hablar sobre ti era extraordinariamente fácil, porque estabas lleno de circunstancias buenas. Tenía razón. Para hablar de ti no hay necesidad de frases hechas ni de lugares comunes.
Para hablar de ti, padre amado, basta recorrer en la memoria los miles de instantes que nos prodigaste a mi madre y a tus hijos, a tus yernos y a tu nuera, a tus nietos y nieta, a tus bisnietos que hoy te despedimos con un dolor insondable.
Te recuerdo cuando en Manizales me llevaste a conocer las primeras letras, estando tú vinculado en ese entonces a la Universidad de Caldas, donde participabas en la sinfonía clásica de la música que siempre amaste.
O cuando partías, en tus madrugadas eternas, hacia escuelas lejanas de municipios del norte del Valle a enseñar música a maestros de música.
Te recuerdo en las mañanas domingueras enseñándome por las empinadas calles del barrio Miraflores las responsabilidades familiares, cuando con el paso firme que siempre tuviste subíamos llevando el alimento desde Alameda hasta Libertadores.
O cuando, muy de mañana también, antes de salir puntual rumbo a tu trabajo al sur de Cali, ingresabas a mi pequeño cuarto del barrio Los Alcázares, te despedías con un beso y me decías: “Ya van a ser las cinco, mijo”. Dejabas así desbrozado mi camino hacia el futuro. Y partías a la brega diaria, la que siempre diste por los tuyos.
Te recuerdo, entusiasta y feliz, compartiendo con una palabra bien escrita, escudriñada en tu amplio diccionario de autodidacta, el cumpleaños de una de tus cinco hijas, aquellas que tanto lucharon por prologar tu existencia y que hoy te lloran sin descanso.
O cuando prodigabas, con ese mismo léxico excelso de metáforas y analogías, tu interminable sentimiento de amor por mi madre, en un telegrama, en una esquela.
Te recuerdo cuando hacías lo propio en los momentos sublimes del nacimiento de tus nietos, prolongación hoy de tu existencia.
O cuando, en fin, de tus labios salían consejos sabios, llenos de sindéresis, con los que procurabas ayudarnos a entender las vicisitudes de la vida, a sobrellevar las cuitas de la existencia… Una palabra tuya bastaba para que la esperanza volviera en los momentos aciagos. Una palabra tuya colmaba como un manantial los instantes de felicidad.
Hoy te despedimos, padre amado, con el dolor de tu ausencia, pero también con la felicidad infinita de haber tenido tu compañía en el camino de nuestras vidas. Con la alegría de continuar tu maravilloso legado, porque nos enseñaste a ser personas de bien, porque tu vida fue la más hermosa sinfonía de la honradez y del amor.
Parte feliz, mi dulce padre, al encuentro con Dios: seguiremos tu ejemplo de transparencia y bondad. Tu huella será indeleble en nuestras mentes y en nuestros corazones. Te querremos por siempre, padre adorado.
Tu hijo, Luis Alfonso.
Cali, jueves 10 de marzo de 2011.
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