El ilusionismo constitucional
Las más grotescas cirugías y deformaciones las padeció bajo el acoso implacable de un sátiro, disfrazado de estadista, que portando un traje estrafalario que él mismo confeccionó y denominó “seguridad democrática”, abusó de ella en dos ocasiones y estuvo a punto de ultrajarla por una tercera ocasión, de no salir en su defensa la Corte Constitucional.
Ya se están celebrando los 20 años de existencia de nuestra Constitución, en forma por demás precipitada y entusiasta, pues ella fue promulgada simbólicamente el 4 de julio, fecha en la cual seguramente el Gobierno Nacional conmemorará con bombos y platillos su vigésimo aniversario. Desde su misma promulgación la Carta del 91 ha tenido una existencia más simbólica que real. Como se recordará, los delegatarios estamparon solemnemente sus firmas sobre un cartapacio de hojas en blanco, ya que su texto no alcanzó a estar completamente digitado y rigurosamente revisado por problemas de orden técnico en los computadores que entonces contenían los artículos debatidos y aprobados. Semejante impostura de los delegatarios, imbuidos de gloria y orgullo patriótico, le da un cierto aire macondiano a la pomposa ceremonia de promulgación. Pero también puede interpretarse esa simbólica promulgación como una infausta premonición de la suerte con que ha corrido la Carta del 91.
Una joven ultrajada y desfigurada
En sus veinte años, la Constitución ha padecido más cirugías que una joven vanidosa de nuestros días y por tratar de complacer a tantos y poderosos pretendientes, ha terminado casi completamente desfigurada e irreconocible. Sin duda, las más grotescas cirugías y deformaciones las padeció bajo el acoso implacable de un sátiro, disfrazado de estadista, que portando un traje estrafalario que él mismo confeccionó y denominó “seguridad democrática”, abusó de ella en dos ocasiones y estuvo a punto de ultrajarla por una tercera ocasión, de no salir en su defensa la Corte Constitucional.
Las cicatrices de este periodo relucen hoy como una infamia (miles de “falsos positivos”, “chuzadas”, “Agro Ingreso Seguro”, falsas desmovilizaciones y Bacrim en auge…) así se haya condenado a dos de sus más torpes paramédicos reformadores: Yidis Medina y Teodolindo Avendaño, pero los cirujanos mayores y responsables del atroz “articulito” continúan ejerciendo en la impunidad. Pero se debe reconocer que gran parte de ese selecto grupo de congresistas uribistas, que bien podríamos denominar paramédicos, pues contribuyeron a reformar el impúdico articulito de la Carta --así como un equipo de cirujanos remueve tejido adiposo a una joven menor de edad-- hoy se encuentran en la cárcel por sus criminales alianzas con los paramilitares. Tal ha sido el sino trágico de esta joven de 20 años, que desde su misma concepción fue producto de las estratagemas más violentas y criminales del narcoterrorismo bajo la dirección de Pablo Escobar, las cuales sólo cesaron transitoriamente al coronar en el artículo 35 de la Carta su máxima aspiración: “Se prohíbe la extradición de colombianos por nacimiento”.
En el principio, fue el crimen
Y no el verbo, pues lo que desató el proceso constituyente fue el magnicidio de Luis Carlos Galán, que dio origen a la mayor ilusión que toda una generación haya concebido en medio del repudio y su hastío contra la violencia: la célebre séptima papeleta. De alguna manera y en forma paradójica dicha papeleta logró el milagro de transubstanciar el crimen del narcotráfico en decisión política, gracias al ilusionismo constituyente de una voluntad ciudadana cautivada por el espejismo de la paz y una utópica democracia participativa, que veinte años después sabemos que están más lejanas que El Dorado.
De entonces para acá, la historia es cruel y bien conocida, en lugar de paz tenemos la mayor crisis humanitaria del continente, con un número de víctimas desarraigadas de su terruño que supera ya los cuatro millones de compatriotas; en vez de reordenamiento territorial y descentralización, tenemos más de seis millones de hectáreas despojadas a campesinos por la acción conjunta del narcoparamilitarismo, los megaproyectos económicos y agroindustriales, sumados a la acción depredadora del narcotráfico y la guerrilla. Por todo lo anterior, más que ilusionismo constitucional es cinismo político proclamar que vivimos bajo un Estado social de derecho, pues la misma Corte Constitucional en su famosa sentencia T-025, que demanda al Gobierno Nacional la protección de los millones de desplazados, ha señalado que vivimos bajo un “estado de cosas inconstitucional”.
Ante este panorama, sería mejor recordar a los apologistas de esa joven de 20 años, tan ultrajada y violada, el lapidario y contundente artículo de la Asamblea Constituyente de la Revolución Francesa que advierte: “Una sociedad donde no existe la plena separación de las ramas del poder público y los derechos fundamentales de la población no están garantizados, no tiene Constitución”. Por ello, incluso podría afirmarse, pese a la nobleza y generosidad del articulado de la Carta del 91 y de los beneficios de la aplicación de la acción de tutela para cientos de miles de ciudadanos, que con ella se inicia una nueva fase de nuestra cruenta historia constitucional en virtud de la cual el crimen se politiza y hasta se constitucionaliza (artículo 35) y a su vez la política se criminaliza y también se constitucionaliza, como lo demuestra la famosa reelección presidencial inmediata hoy vigente. Todo ello, claro está, sin violar ni mancillar a esa cortejada joven de 20 años, que será objeto de muchas y hermosas celebraciones durante este 2011, así ella no esté muy feliz de seguir con vida y no pueda cantar que “veinte años no es nada”.
(*) Profesor de la Universidad Javeriana de Cali. El artículo apareció originalmente en el blog http://calicantopinion.blogspot.com.
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