LA CAPTURA DE CARLOS
ARTURO VELANDIA
Por Luis Carlos Domínguez Prada (*)
La captura de Carlos Arturo
Velandia Jagua en las instalaciones del aeropuerto de El Dorado en Bogotá
cuando regresaba de España, este 20 de junio de 2016, por orden de la Fiscalía
General, tiene varias lecturas que no pueden menos que competir en perversidad.
De una parte, que ello se produzca contra un importante ex dirigente
guerrillero, humanista reconocido, como el que más comprometido de verdad con
la paz y que no le debe absolutamente nada a la justicia ni al Estado
colombiano porque lo que éstos consideraban deberle lo pagó y de contado en los
términos en que el acreedor consideró -tras los barrotes de dura prisión y previa
la canónica sesión de tortura en guarnición militar-, es muy mal precedente
para la paz inminente que se suscribirá entre el Gobierno y las Farc-EP.
Y aunque lo anterior desde
luego no requiere explicación, sí vale recordar que el Estado colombiano tiene
una larga tradición de traiciones y perfidias en esta materia: los asesinatos
de Guadalupe Salcedo el legendario comandante de las guerrillas liberales del
Llano, de Carlos Pizarro León-Gómez cuando apenas bajado del monte se perfilaba
ya como caudillo que atiborraba las plazas públicas, la eliminación de los
liberales gaitanistas una vez cesada la violencia liberal-conservadora, el
exterminio de la Unión Patriótica movimiento que sería la plataforma de acción
política de las Farc-EP una vez se pactara la paz en las negociaciones de
entonces con el Estado, el asesinato, desaparición y persecución judicial de
dirigentes del movimiento político A Luchar y del estudiantil Sin Permiso con
el pretexto de ser brazos políticos del ELN, y el asesinato selectivo además
del encarcelamiento de ex guerrilleros del M-19, del EPL y del Quintín Lame
acogidos a procesos de paz. En fin…
Pero con la anterior lectura
sobre la captura de Carlos Arturo, y sin perjuicio de ella, converge otra no
menos proterva: la Fiscalía General de la Nación con este clamoroso falso
positivo judicial, satisface la necesidad de mostrarle al país la utilidad del
impúdico multimillonario contrato que el ex fiscal Montealegre Lynet suscribió
con su amiga Natalia Splinger o Lisarazo o como quiera que se llame. Contrato
que consistía en documentarle a la Fiscalía lo que esta no sabía ni tenía
documentado en miles de expedientes: que el ELN había cometido múltiples
delitos en sus cincuenta años de existencia.
Sea cual fuere la razón real
de la esa captura, lo cierto es que ella es una de las tantas pequeñas
conspiraciones que sectores del Estabelecimiento refractarios a la paz,
intentan contra ella. Con mayor o menor fortuna, eso lo va diciendo la incierta
historia de cada día, ésa que ignota y mudable construye la voluntad y la lucha
de los hombres hasta conformar el gran libro de la Historia. Ésta hablará.
Carlos Arturo Velandia Jagua
hace cuarenta años, muy joven, dejó las aulas de la gloriosa y combativa
Universidad Industrial de Santander que a los jóvenes de media Colombia les
ofrecía –y cumplía- si querían un espléndido futuro de confort e indiferencia
social, por irse tras los pasos de Camilo y del Che. Y cuando después de la
heroica lucha una traición -otra- lo llevó a prisión, libre de ésta el 8 de
octubre del 2003 renunció a las armas y con la fortaleza del guerrero y la
mística del monje se dedicó a predicar el evangelio de la paz. Ello, fiel
además al apotegma de los revolucionarios: “la mejor forma de decir es hacer”.
Entereza en la guerra, la
misma de la que hizo gala en prisión –el gesto estoico, la moral firme-, hoy
incólume la fe cuando en la cruzada por la paz como en las antiguas guerras de
caballería, los enemigos lanzan abrojos al camino para herir la cabalgaduras.
Este el talante de Carlos Arturo.
(*) Abogado defensor de derechos humanos.
Bogotá, martes 28 de junio de 2016
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