Medio ambiente en el periodismo ciudadano
Amigos míos, nunca bien ponderados periodistas alternativos: el reto que nos impone la guerra, ese monstruo grande que pisa fuerte, a quien León Gieco le pide a Dios no nos sea indiferente, nos indica que debemos hacer ingentes esfuerzos por llegar con nuestra voz, con nuestra palabra escrita, con las imágenes de la realidad, a todos los rincones de la tierra.
Por Armando Palau Aldana (*)
Sin preámbulos, adentrémonos en el asunto, pues el corto tiempo no nos da para ello. Surge entonces la pregunta ¿Es contundente el periodismo ambiental alternativo en Colombia? La respuesta se torna indiscutible ¡No! La razón (no el periódico de nuestro colega Edgar Buitrago), es notoria, los poderosos tentáculos de la Organización Mundial del Comercio, el mayor estandarte de los postulados del Consenso de Washington, opacan a los libre-pensadores cuyo principal instrumento es la libertad de expresión. Los banqueros, los socios naturales del modelo neoliberal, este monstruo inspirador de las guerras que envilecen la piel de nuestra “madre tierra” o “pacha mama”, esta maravillosa nave en la que viajamos por el cosmos siete mil millones de habitantes, logran opacar al periodismo ambiental alternativo, pues no obstante sus múltiples y diversificadas expresiones, que circulan especialmente por las redes sociales, el consumismo, que obedece a una política mercantil de crecimiento deliberada y permanentemente planificada, penetra en el imaginario de las comunidades por medio de una poderosa arma, la pauta publicitaria, que le permite a los grandes y pequeños periódicos, que aún no pertenecen a los grupos económicos de poder, tener acceso al “estiércol del diablo”, como Giovanni Papini llamo satíricamente al dinero.
Es tal la contundencia de las estratagemas del capitalismo salvaje, es decir, de las ardides de guerra, que contienen el engaño astuto y los prontuarios de demostración de ingenio y repertorio de posibles maniobras, para resolver situaciones de todo tipo y naturaleza, que se confeccionan desde antes de los tiempos de la era cristiana, que postran a su servicio a colegas y a publicistas, que logran romper con la contundencia de nuestros argumentos, tornándonos débiles frente a los llamativos excesos de la moda, donde “usar y tirar”, los verbos con los que nominó una de sus obras ambientales Eduardo Galeano, logran convertirnos en borregos del derroche.
Porque no podemos hablar de periodismo ambiental, mientras no tengamos los periodistas dedicados a esta dura tarea de luchar contra la contaminación, que se alimenta de la corrupción estatal, una forma alternativa de vida, es decir, mientras tratando de acumular el derramado sudor de nuestros pírricos ingresos, no rompamos con el esquema de seguir soñando con la última versión de automóvil, para impresionar a las chicas cuyas siliconas empezaron a explotar; mientras no asumamos una aptitud de respeto por el agua que ensuciamos y derrochamos en nuestros propios hogares, con los calentadores para bañarnos, olvidando las bondades del agua fría sobre nuestros cuerpos; mientras sigamos siendo esclavos de todos los aparatos eléctricos que nos ofrece la industria moderna, es decir la obsolescencia programada, que nos impone la necesidad de actualizar nuestros BlackBerry, con sus audífonos que nos ensordecen y nos aíslan del contacto personal; mientras sigamos tiñendo nuestros cabellos y sigamos comiendo comida chatarra con sus preservativos, para después preguntarnos ingenuamente porque nos enfermamos de cáncer.
Una de las reglas de las mercaderías, es precisamente la permanente renovación de sus existencias, y uno de sus grandes renglones es la industria farmacéutica, por ello los más responsables médicos, nos hablan hoy día de la mafia de la salud, que antes que curarnos nos enferman y hacen de ello el gran negocio.
Tanto se ha especulado sobre el desarrollo sostenible y/o sustentable, que es hoy retórica de gran impacto, que se vierte en todos los periódicos sin que pase por el tamiz de la objetividad e incluso de la esclerótica racionalidad, que nos enseño la duda metódica cartesiana, para llegar hasta la verdad.
Vamos a traer a colación un tema ambiental de actualidad, la agroindustria de la caña de azúcar, que ocupa doscientas treinta de las trescientas mil hectáreas del otrora fértil valle geográfico del Río Cauca, que abarca la parte plana del Valle del Cauca, el sur de Risaralda y el norte del Cauca, esa planicie que otrora pudo ser un lago sagrado cuyas aguas partieron hacia la mar, luego de que la ira de los dioses rompiera el cañón de Dapa.
El cultivo de esta dulce sustancia, cuya industria tiene más de una centuria en nuestra región, avanza a pasos gigantescos en detrimento de la biodiversidad, pues el monocultivo arrasa con las especies arbóreas que ofrecen frutos y aposento para la avifauna, que se nutre además de los bichos que atacan los cultivos, en un perfecto control biológico; es una danza de la vida o una escena trágica si se quiere.
Las familias dueñas de los trece ingenios azucareros, decidieron implementar la quema del follaje de los cañaduzales en la década de mil novecientos setenta, pero manipularon a la opinión pública, haciendo responsables de los incendios a los corteros y a los vándalos, ocultando su vocación de pirómanos de cuello blanco. Ese fuego que hipnotiza nuestras miradas, alcanza temperaturas superiores a los seiscientos grados centígrados, lo cual esteriliza los estratos superiores de nuestros suelos, exterminando la población microbiana fijadora de nutrientes que habita en ellos. Las descargas de estas quemas, enrarecen con sus micro-partículas el aire vallecaucano, intoxicando soterradamente nuestros pulmones, y causando enfermedades e infecciones respiratorias a nuestros niños, que cada día padecen más gripas, clasificadas con nombres de laboratorio, por la farmacopea.
Esas quemas, que dicen los ingenios hoy día son controladas, alteran el microclima de la región y el ciclo de lluvias, es decir, que contribuyen al cambio climático, que nos golpea con la inclemencia de la ola invernal, que de contera, al pasar por los monocultivos que tornaron en desierto verde a este valle geográfico, entregan sus sedimentos al majestuoso río tutelar, toda vez que los surcos van en dirección de esa fuente superficial de agua, para que la gravedad permita el riego de las cañas. Es decir, que la colmatación del Cauca por culpa de la fabricación de este endulzante, que también es nocivo para nuestra propia salud y culpable de la creciente diabetes, tiene un fuerte nexo de causalidad con los municipios ribereños, cuyas comunidades pobres, hoy padecen los estragos de las inundaciones, porque aunque los ricos también invaden son los que menos se mojan.
Pero toda esta verdad, es callada espiritualmente con el “Minuto de Dios”, ese programa que el padre García Herreros, siempre nos dijo, se debe gracias a uno de esos ingenios azucareros de las familias pirómanas del Valle del Cauca.
Es decir, amigos míos, nunca bien ponderados periodistas alternativos, que el reto que nos impone la guerra, ese monstruo grande que pisa fuerte, a quien León Gieco le pide a Dios no nos sea indiferente, nos indica que debemos hacer ingentes esfuerzos por llegar con nuestra voz, con nuestra palabra escrita, con las imágenes de la realidad, a todos los rincones de la tierra. Pero el compromiso debe ser mayor, porque debemos hacer periodismo investigativo, recordemos “El elogio de la dificultad” de Estanislao Zuleta, escrito en 1994.
“Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como aquello sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el eterno hosanna del aburrimiento satisfecho. Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades”.
Quiero culminar esta pequeña ponencia, trayendo a colación el bello diálogo entre el ilustre Don Quijote de la Mancha con Sancho Panza, que reza:
“Hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo, y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas. A los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera, o están en aquella angustia, por sus culpas o por sus gracias; sólo le toca ayudarles como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías. Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro”.
Esta es pues la misión de los periodistas alternativos.
(*) Abogado, ambientalista, director del periódico La Ciudad, Fundación Biodiversidad. Ponencia presentada en desarrollo del Foro La urgencia del periodismo alternativo e independiente, cumplido en Cali el jueves 9 de febrero.
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