Cartel de la película. (Tomada de: cineol.net). |
Todos tus muertos
Los muertos, ante la ineptitud, complicidad y corrupción del Alcalde y el
Comandante de la Policía, intentan pararse, algo surrealista para indicar que
no está pasando nada, que la investigación no avanzará y la impunidad reinará.
Por Alberto Ramos y Ernesto Pino
Todos tus muertos es una película con
escasa utilería y bajo presupuesto. Gira alrededor de la escena del crimen en
un maizal del centro vallecaucano,
Andalucía. Con subtítulos en inglés para el mercado extranjero. El género en el
que se inscribe es el cine político. De denuncia y sátira. Una película sin
acción, plana y lenta, pero bien narrada y editada.
La película transcurre un día de
elecciones donde se definirá la escogencia de alcaldes y gobernadores. Un
camión fantasma rueda por una carretera veredal, con trasteo de votantes
instrumentalizados para acrecer los votos de otro pueblo. El protagonista,
Salvador García, un campesino muy pobre, que acostumbra hacer el amor
arrodillado en una desbaratada cama con un velo y un gallo colorado como
testigo, contrapunto de su jaleo. El director, Carlos Moreno, acude a los
contrapuntos para resaltar situaciones como lo hacía Luís Buñuel. Después, con
otro contrapunto, un gallo negro cubre al campesino sentado al fondo, y lo
disminuye como premonición del genocidio. El gallo muere y es arrojado al río. Los ríos en Colombia siempre han
transportado cadáveres.
Se sobreentiende que el cine le puede
ser útil al espectador, ya sea como entretenimiento o como un invaluable
mensajero cultural y, en el mejor de los casos, como una mezcla de diversión y
educación de los amantes del cine. En este sentido, la película Todos tus muertos hace las dos cosas a
medias y pierde una singular oportunidad de educar sobre aspectos básicos de la
violencia que vivimos: en el trascurso de la cinta, el amontonamiento de
muertos en la zona rural de un pueblo pequeño se convierte en el hecho que
arrastra toda la historia, y lo que se hubiese podido convertir en una denuncia
de toda la tragedia de la violencia que nos azota, se vuelve una circunstancia
intrascendente que solo la entienden el Alcalde y el comandante de la policía,
como lo muestran sus diálogos de complicidad. El film se encascara en una sola
escena.
Igual nos ha pasado con los magnicidios
en este país donde la comunicación oficial y de los grandes medios es pérfida y
acomodada a intereses de poder: eso pasó con los asesinatos de Rafael Uribe
Uribe, Jorge Eliecer Gaitán y más recientemente con Luis Carlos Galán, Bernardo
Jaramillo, Carlos Pizarro, etcétera. Y los 300.000 muertos de la violencia
liberal conservadora. Que desperdicio de un trabajo cinematográfico que con un
poco de curiosidad antropológica nos pudo enseñar un tris de la violencia que
nos asfixia en los últimos 50 años. Precisamente Sevilla, Valle, y Tuluá
mantuvieron durante muchos años un estigma de pueblos violentos en los años 50
y 60, que hoy la generación de menos de 30 años casi que desconoce y que bien
pudo ser objeto de este trabajo fílmico.
Lo mejor que se puede resaltar de esta
película es el papel del campesinado, representado en la actuación magistral
del gran actor Álvaro Rodríguez, quien durante la historia interpreta a un
campesino enmudecido, petrificado y con una mirada tan extraviada como el guión
(‘El Bizco-cho’, le dicen al protagonista), que trasmite la malicia de las
víctimas y que una vez más le sirve para sobrevivir. El personaje central,
Salvador (Álvaro Rodríguez), queda encasillado por el guión en una actitud
impertérrita, por la gravedad de lo que descubre: un montículo de cadáveres y
unas autoridades impasibles. Actúa sorprendido durante toda la película,
incrédulo ante la desidia de las autoridades locales.
Salvador actúa secundado por una mujer,
Carmen, de vida y de mañas urbanas (seguramente mujerzuela de prostíbulo y
“sacada a vivir juiciosa” por ‘El Bizcocho’, pero reivindicada como campesina).
Salvador, como siempre pasa con la gente humilde, sospecha, pero no dice nada y
casi que le parece normal que el Alcalde y el Comandante de la Policía, se
lleven los muertos para otra parte, para que nadie se dé cuenta, como siempre
ha sucedido.
Los muertos, ante la ineptitud,
complicidad y corrupción del Alcalde y el Comandante de la Policía, intentan
pararse, algo surrealista para indicar que no está pasando nada, que la
investigación no avanzará y la impunidad reinará. Las “autoridades” ni siquiera
utilizan el lenguaje de su investidura, a los muertos en el lugar del
arrojamiento los llaman: calentao. Llegaron los buitres y todavía no habían
avanzado en las pesquisas. Una de las “ideas” del Alcalde fue arrojarlos al
río. Paralelamente, la comisión de derechos humanos es informada por el
periodista Martínez, también actúan de manera incauta y al final van a parar en
el camión del nuevo trasteo de muertos para arrojarlos en otro municipio. Esta
es una crítica contundente que hace el director Carlos Moreno: en Colombia hace
decenas de años también se hace trasteo de locos y de indigentes, cuando las
autoridades de cada municipio se encartan con la llegada de población vulnerable
que les tiran de otros pueblos que tampoco tienen políticas públicas de
bienestar social.
El trasteo de votos es una forma de la
trashumancia electoral. Previa inscripción en un municipio vecino, los líderes
políticos apoyados por calanchines y cómplices, seducen y compran a grupos de
personas para que se inscriban en otro municipio donde tienen intereses
económicos a fin de ganar la alcaldía y convertir el presupuesto municipal en
botín personal. El trasteo de votos en la película termina en trasteo de
muertos. El Alcalde de Andalucía (Jorge Herrera) le imputa al Alcalde de Tuluá
la maniobra fraudulenta y criminal. El candidato que ganó las elecciones no era
el del Alcalde de Andalucía, él apoyaba a Vladimir y ganó Morcillo. Otros
ciudadanos trasteados aumentaron la votación.
Al director Carlos Moreno en este
trabajo cinematográfico se le nota el
oficio, narra bien, con conocimiento del plan de rodaje y trabajo. Su experiencia en Perro come Perro y El Cartel de los sapos se deja ver. Ahora su profesionalidad la
está demostrando con la realización de Escobar,
el patrón del mal. La película fue ganadora en el Festival de Cine Independiente
de Sundance. Enhorabuena, aunque el premio se debió haber ganado más por la
denuncia de la violencia en Colombia, que por ser la de mejor fotografía al
utilizar la luz natural que resplandece casi todo el año en el Valle geográfico
del río Cauca.
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