Foto tomada de www.cinevistablog.com |
Faltaba el cine ambiental con historias reales para
pensar
Por Alberto Ramos
Garbiras (*)
Colombia está de plácemes con la noticia de la
preselección de la película El abrazo de
la serpiente, con otras cuatro, dentro de la categoría mejor película
extranjera, para el Oscar de la Academia.
El director de cine Ciro Guerra y su equipo de
producción han elaborado una película enmarcable en el género
etnocultural: es un largometraje argumental que tiene revestimiento de
documental. Podría verse como un ‘road movie’ acuático por esa
travesía en canoas que les permite ir de un lugar a otro.
Filmada en blanco y negro nos retrotrae a la época de
los caucheros que explotaron inmisericordemente varias zonas del Amazonas y
agredieron a las comunidades indígenas sin ninguna consideración, marcándoles
la espalda, lo cual generaba cicatrices imborrables como si fueran semovientes.
Al mismo tiempo, es una película con un alto
componente ambiental que nos muestra exuberantes paisajes, ríos caudalosos,
selvas inmensas, bosques, plantas desconocidas, la biodiversidad más
sorprendente, y hace énfasis en el cuidado de la riqueza ictiológica. El
esplendor de los paisajes y captación de la naturaleza nos recuerda las
imágenes de la magnífica película Apapóris del cineasta Antonio Dorado.
A diferencia de Colombia, Magia Salvaje, que se
deleita con los paisajes y tiene un tono comercial promocional, como un
divertimiento, pues escogió paisajes hermosos y ocultó la mayoría de los daños,
esta película, El abrazo de la
serpiente, es una cátedra no pormenorizada sobre las
comunidades indígenas del Vaupés y Guainía y su relación con el hábitat,
formas, usos y costumbres.
Aparecen en el decurso de la narración: chamanes,
indígenas, sacerdotes, locos delirantes como el brasileño que se cree la
encarnación del mesías y, al final, parroquianos que habitan en la frontera con
el Perú.
Ciro Guerra logró mostrarnos lo que la novela La Vorágine había descrito
desde la segunda década del siglo XX. Podemos aludir a Fizcarraldo o
a Aguirre, la Ira de Dios, dos películas extranjeras sobre excesos
contra las comunidades indígenas, para extractar algunos elementos
comparativos, pero no se trata de armar un mosaico fílmico sobre situaciones
semejantes.
Otro valor de esta película nominada a un Oscar es
este: como largometraje argumental llega hasta donde se puede narrar una
realidad pasada, si fuera cine estrictamente real sería un documental.
El comportamiento de los nativos con la naturaleza es
una consigna, un método, una conducta que por convicción exigen a los extraños
o terceros y deben acatar. Nos da a conocer las reglas de conducta en la
selva, las prácticas medicinales desde la botánica y homeopatía curativa.
El consumo del mambe (la coca) se hace con
naturalidad; las tradiciones ancestrales se van viendo gradualmente; la
búsqueda de la planta Yakruna es una excusa para hacernos el recorrido completo
por varios parajes; y la relación con el entorno aprovechando las propiedades y
potencialidades de las plantas.
La película está escrita basándose en la historia
de un científico alemán, el doctor Teodor Koch Grunbuerg, de sus anotaciones en
los diarios y de la investigación étnica y botánica que realizó en el
Amazonas.
Grunbuerg, interpretado por el belga Jan
Bijvoet, hace el papel del etnólogo que registró sus observaciones en diarios
de viaje, luego publicados en Alemania, una selección de anotaciones bajo el
género de la crónica. Es un libro que permite tener un acercamiento al
Vaupés de principios del siglo XX.
La historia está contada en dos tiempos. 1) el viaje
de Grunbuerg, acompañado de Karamakate, joven interpretado por Nibio Torres, de
la etnia cubeo. Luego aparece el otro científico que visitó la zona, el
biólogo Richard Evan Schultes (Brionne Davies), quien hace el recorrido
con el mismo acompañante, el indígena Karamakate, ya en la tercera edad,
interpretado por un indígena ocaina, Antonio Bolívar.
El montaje o edición aparentemente se hace en
paralelo, pero son dos tiempos distintos ligados por el mismo guía que orienta
a los dos científicos y les enseña la región y lo ancestral, a la vez
aprende de sus profesiones y se retroalimenta de la información.
Los recorridos con ambos cronistas permiten armar la
narración exhibiendo los estragos de la cauchería y otras explotaciones. El
espectador desprevenido en algún momento puede pensar que los científicos se
van a encontrar en cualquier recodo o meandro del río, si el espectador en su
asiento del multiplex se descuida y no capta el estilo de la edición con la que
fue empalmada la película.
La película El
abrazo de la serpiente, que ha logrado distinciones en Cannes, Lima,
La India, Mar del Plata y otros ocho festivales, también tiene un tono
antropológico al visibilizar a varias comunidades indígenas, así sea
tangencialmente, para hacer reflexionar sobre una sociedad supuestamente
pluricultural que desconoce sus 84 comunidades indígenas, unas ignotas, otras
más conocidas, pero no estudiadas y otras arrinconadas en sus zonas de
resguardo. Y, sin mencionarlo, otras afectadas por grandes megaproyectos que han
inundado sus territorios, contaminando sus espacios vitales. Una sociedad que
desconoce las lenguas de esas etnias, Colombia, no tiene un instituto de
lenguas indígenas supérstites, y aún la mitad de los 47 millones de habitantes
habla mal el español y escribe peor. Y los que escribían aceptable, el Twitter
les está dañando la redacción.
Hay una escena compuesta de varias secuencias sobre la
evangelización, el establecimiento de una Misión de un sacerdote capuchino, un
español que azota a los menores para extirparles el demonio y cree que es la
solución para que no se pierdan en el paganismo.
Nos hace recordar la película La Misión, protagonizada
por Robert de Niro y Jeremy Irons, la cual gira en el Paraguay, pero es
aplicable a toda América Latina, y describe las actividades de los jesuitas y
la tensas relaciones con lo encomenderos españoles que despojaban y
evangelizaban.
Esta película, que se apoya en las ciencias sociales y
en las ciencias naturales, permite abrir un debate serio sobre la evolución del
cine colombiano y su conexión con el pasado, la realidad social y todo lo que
está por contarse para reconstruir nuestra historia. Tenemos de los años 80 y
90 varias comedias, películas sobre la violencia de los años 50, cine sobre
narcotráfico y mafias; sobre los actores de la guerra interna;
temas judiciales; cine intimista, mucho cine comercial.
Faltaba el cine ambiental con narración de historias
reales que nos pongan a pensar y actuar sobre la protección de los
ecosistemas en riesgo. Los mismos medios de comunicación, la academia, los
columnistas y la crítica de cine se ven obligados ahora a evaluar este tipo de
cine que los directores no habían abordado. Han sido los críticos extranjeros y
los jurados de festivales internacionales quienes se han fijado en la
importancia temática de películas ambientales con anclaje real, como La
Tierra y la Sombra y El abrazo de la serpiente.
(*) El autor de este artículo
fue columnista de cine del periódico El País durante diez años; realizó
estudios de historia del cine en Suecia (1982) y en edición cinematográfica en
España (1983) becado por Focine.
Cali, lunes 18 de enero de 2016.
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