RUBIELA CHIVARÁ
Por Luis Alfonso Mena S.
El martes 19 de enero de
2016 quedó plasmado el "cambio" ofrecido por las élites colombianas
con Enrique Peñalosa en Bogotá: en vez de activar los organismos a su cargo
para que incidieran con eficiencia y humanismo ante el burocrático Cuerpo
Técnico de Investigación, CTI, de la Fiscalía y ante la misma Policía de la que
es jefe en la capital del país, con el fin de que se practicara con prontitud
el levantamiento del cuerpo sin vida de una madre de familia trabajadora
fallecida en espacio público, el alcalde del Distrito lo que hizo fue enviar al
escuadrón antidisturbios de la Policía, conocido como Esmad, a que reprimiera
la protesta de los familiares de la señora Rubiela Chivará y de muchos
bogotanos indignados ante un Estado insensible que irrespeta a ciudadanos
humildes hasta llevarlos a la muerte, y que después de producida ésta continúa
humillándolos.
Ni la memoria de la señora
Chivará ni el dolor de sus familiares merecieron del alcalde del
"cambio" una expresión de condolencia, solidaridad y, mucho menos, de
excusa por su negligencia y arbitrariedad.
Peñalosa apareció con la arrogancia de siempre a amenazar con más represión a quienes en la capital del país se atrevan a protestar en las calles, por más justas que sean sus reivindicaciones.
Y ante la villanía gubernamental, mutismo de los medios masivos de comunicación tradicionales, aquellos que con tanta sevicia cuestionaban cualquier medida del anterior alcalde, Gustavo Petro, y que ahora obran como cómplices del nuevo mandato.
Al principio difundieron solo quejas por el colapso del tráfico vehicular en la Autopista Norte con Calle 116 de Bogotá, generado por la protesta de ciudadanos dolidos frente al cadáver de una trabajadora cuyo levantamiento tardó seis horas, desde poco después de la una de la tarde hasta pasadas las siete de la noche.
Luego, esos medios pasaron a
describir, obligados por la crudeza de los hechos y la contundencia del dolor,
la cadena de infamias que costó la vida de la trabajadora bogotana. Pero, por
ningún lado, apareció el cuestionamiento al jefe de la capital, aquel al que
eligieron hace poco dizque porque la ciudad estaba hastiada de la Bogotá Humana
de Gustavo Petro.
Tampoco afloró el análisis del negocio de la salud privada que llevó a la muerte a la señora Chivará: una EPS negligente (Cruz Blanca) que, como es común en todas las "empresas prestadoras de salud", dilató lo que más pudo la autorización para practicar la cirugía del corazón que requería con urgencia la señora, y una IPS, la famosa Clínica Corpas, que increíblemente le aplazó en dos oportunidades, el 6 y el 12 de enero, la cirugía a la trabajadora, ya a las puertas del quirófano.
Rubiela Chivará murió camino a esta "institución prestadora de salud" desesperada por su desatención. No alcanzó a llegar para reclamar de nuevo la cirugía. Falleció recorriendo los largos barandales de una estación del deficiente sistema de transporte bogotano, el Transmilenio, la "monumental" obra de Peñalosa en su primera alcaldía.
Fue víctima de la Ley 100
inspirada por el uribismo y defendida por el santismo y su ministro de Salud
paisa, la ley que instituyó los paseos de la muerte para que unos pocos
negociantes se enriquecieran con la burla de las dolencias y las enfermedades
de la mayoría de la sociedad.
Fue blanco de un Estado indolente
que discrimina por apellidos, bolsillos y estatus; que privilegia a los Lleras
y desprecia a los Chivará.
A Rubiela el Estado no solo la
hizo víctima de su nefasto sistema de salud, sino que después de muerta la
despidió con una salva de gases lacrimógenos lanzados por el Escuadrón Móvil
Antidisturbios despachado por Peñalosa.
Hoy, en Rubiela Chivará se
sintetiza el rostro del país, de millones de colombianos que día a día padecen
la inhumanidad del Estado.
Miércoles 20 de enero
de 2016.
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