Mural pintado en las calles de la capital colombiana, realizado por el Colectivo Bogotá Street Art. (Foto: Agencia EFE). |
DEIFICACIÓN DE LA GUERRA E INFORMACIÓN IDEOLOGIZADA EN COLOMBIA
(Este artículo fue publicado el 29 de abril de 2014 en la Revista Cuadernos de Paz No. 1. Lo reproducimos por la validez de sus contenidos en el momento actual).
No basta con el reconocimiento dado por la Constitución Política al derecho de expresión, a fundar medios masivos de comunicación, a recibir información veraz y a no ser censurado. El monopolio en la propiedad de los medios, la deificación de la guerra y la ideologización de la información hacen imposible que esos preceptos se puedan materializar y que los espacios de la paz con justicia social se hagan realidad. La democratización de la información y del acceso a su transmisión hace parte sustancial del proceso de diálogo en La Habana y del debate en la sociedad colombiana toda. Los medios alternativos e independientes son claves para la salida del conflicto. No puede haber paz si no hay democratización en el acceso a la información y a la creación de medios masivos de comunicación alternativa.
Por Luis Alfonso Mena S. (*)
No hay que llamarse a engaños: los medios
de comunicación son, en sus líneas estratégicas, extensiones de los centros de
poder en que operan, y actúan en consecuencia, con las excepciones que
confirman la regla.
Partiendo de esta realidad, es necesario
plantear que, sin embargo, ellos deben responder a unas obligaciones de responsabilidad
social y de veracidad, al estar inmersos en conglomerados humanos diversos,
plurales que, al menos en teoría, hacen parte de un sistema “democrático”.
Ello es así porque buscan, por lo menos,
un doble fin: incidir en la conciencia y en las decisiones de los miembros de
las comunidades y satisfacer un afán de lucro que se funda en el mayor o menor
grado de llegada de sus mensajes a esos conglomerados, dos objetivos que
redundan en un propósito supremo: el mantenimiento del statu quo.
Así que no es un favor sino una obligación
de los medios cumplir con las dos normas éticas generales mencionadas, que,
además, en el contexto de la juridicidad colombiana, se hallan preceptuadas
también como normas constitucionales en el artículo 20 de la Carta Política
colombiana.
Dice el mencionado artículo: “Se garantiza
a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones,
la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios
masivos de comunicación.
Éstos son libres y tienen responsabilidad
social. Se garantiza el derecho a la rectificación en condiciones de equidad.
No habrá censura”.
Con base en la norma, la veracidad, es
decir, la búsqueda honesta y transparente de la verdad, debería ser el norte de
los medios masivos de comunicación.
Y la responsabilidad social, es decir, la
ecuanimidad, el rechazo a las diversas formas de discriminación, a la
desproporción informativa y a la propaganda de la guerra y la violencia, su
cauce permanente.
Empero, la formulación retórica
difícilmente ha ido de la mano con la realidad, ni en estos preceptos
ético-jurídicos, ni mucho menos en los demás, pues su materialización
está en correspondencia directa con la necesaria existencia de un Estado
inclusivo y realmente democrático, diferente al imperante.
Los derechos de expresión y de información
en gran medida sólo se pueden materializar fundando medios masivos de
comunicación, pues de lo contrario, y a pesar del gran avance de las redes
electrónicas, estaríamos condenados al soliloquio.
La libertad de expresión y la de
información requieren, para su realización en la sociedad, de los instrumentos
fácticos que permitan su reproducción en gran escala, y esos instrumentos se
encuentran en poder de monopolios privados.
Ellos determinan los enfoques, dictan
contenidos y definen la magnitud del despliegue de los mensajes, en
concordancia con sus intereses económicos y políticos.
Lo anterior conduce, como resultante, a
que el derecho de fundar medios masivos de comunicación sea huero, pues el
Estado, supuesto rector de los asociados, legisla para el monopolio.
Históricamente los medios de comunicación
colombianos han sido extensiones de las facciones y fracciones de los dos
partidos tradicionales, de acuerdo con lo analizado por Gabriel Fonnegra, en su
texto La prensa en Colombia.
¿Cómo informa? ¿De quién es? ¿A quién le sirve?, y han desarrollado los
dos fines que hemos sintetizado con uno que él resume como la historia de la
censura.
Así, pues, la presentación teóricamente democrática
del artículo medular del derecho de información consagrado en la Carta Magna
colombiana deviene sin sustancia por la imposibilidad de ser desarrollado por
la inmensa mayoría de la población.
Los costos multimillonarios de la
producción de medios escritos, radiales y televisivos de carácter masivo hacen
inocuo el precepto formal, y la concentración de los mismos en élites
hegemónicas cierra las posibilidades de acceso.
Este marco general es el que prevalece en
materia de información en Colombia y determina la cobertura de la vida
política, social y militar del país: los medios de comunicación no son
escenarios neutrales ni objetivos, pues obedecen a unos patrones económicos
específicos.
Ellos hacen parte de la superestructura de
la sociedad, determinada por la base económica, y se sitúan en lo que el
filósofo francés Luis Althusser definió, en su obra Ideología y aparatos ideológicos del Estado, como factores
encargados de la reproducción de las ideas dominantes, al lado de otros
estamentos como los órganos legislativos, la Iglesia y los sistemas educativo y
jurídico.
DEL FRENTE NACIONAL A LA UNIÓN PATRIÓTICA
Como se deduce del estudio realizado por
César Augusto Ayala Diago en Exclusión,
discriminación y abuso de poder en El Tiempo del Frente Nacional, los
medios han sido históricamente una herramienta de primer orden para el
mantenimiento del mando y, además, para dirimir las diferencias entre los
partidos de las élites que comparten el poder.
Pero una vez resueltas esas diferencias,
la defensa del Establecimiento vuelve a ser el propósito esencial, como ha
ocurrido en la contemporaneidad, luego de los enfrentamientos que los medios
conservadores tuvieron con los liberales en la época de la Violencia.
La confrontación bipartidista dio paso al
pacto en las alturas y a la distribución del Gobierno con proporcionalidades
burocráticas inauditas, refrendadas en el Frente Nacional, un acuerdo que
pretendió acabar con la violencia entre los bandos de ese Establecimiento, pero
que finalmente generó, precisamente, nuevas formas de exclusión, discriminación
y abuso del poder.
Nacieron entonces, en el período del
Frente Nacional, las organizaciones guerrilleras revolucionarias marxistas
(Farc, EPL), guevarista (ELN) y nacionalista (M-19) entre otras más,
precisamente como respuesta, en gran medida, al pacto interburgués.
Disminuyó de manera ostensible el
enfrentamiento entre los medios de las élites conservadoras y liberales (en los
años 60 y 70 del Siglo XX), pues ellos se pusieron al servicio de la necesidad
del momento: garantizar el cumplimiento de la rotación en el Gobierno de los
dos partidos tradicionales durante 16 años, sin ningún obstáculo.
Por eso, como lo estudia Ayala Diago, el
periódico El Tiempo dirigió sus baterías a la destrucción de las tercerías que
en la época se atravesaban al cumplimiento del pacto frentenacionalista, desde
el rojaspinillismo hasta la izquierda.
Paralelamente, centraba el fuego en las
insurgencias guerrilleras, a las que mostraba como extensiones de poderes
internacionales en el marco de la Guerra Fría y procuraba despojar de sus
orígenes sociales campesinos para reducirlas a grupos marginales que obedecían
a intereses foráneos, a centros de poder asentados en la Unión Soviética, la
República Popular China y Cuba.
A lo largo de los diversos procesos de
diálogo desarrollados por la insurgencia con sucesivos gobiernos, en las
décadas de los años 80 y 90 del Siglo XX, el comportamiento de los grandes medios
se caracterizó por un afán de competencia intermediática que aparentaba un
interés genuino en la noticia de la paz, pero que pronto se desvanecía ante las
eventualidades que negociaciones complejas suelen traer consigo, y contribuía a
su deterioro.
El doble discurso identificó el
comportamiento de la prensa de élite durante la primera etapa de la Unión
Patriótica, UP, desde mediados de los años 80, cuando ésta nació como parte de
los acuerdos de paz entre el Estado y las Farc-EP.
En la época, así como se desplegaba con
profusión información sobre el desarrollo de este proceso, se caía en
explicaciones facilistas que justificaban los crímenes y monstruosas masacres
cometidos contra los líderes y militantes de la UP.
Los medios en sus diversas modalidades
manejaron la matriz según la cual los ataques a la UP fueron, fundamentalmente,
consecuencia de la estrategia de combinación de las formas de lucha en la que
supuestamente estaban involucrados sus dirigentes y, además, tenían que ver con
“ajustes” de cuentas con la guerrilla.
Esta matriz mediática, que tuvo como uno
de sus más acérrimos difusores a Francisco Santos Calderón, ex jefe de
Redacción de El Tiempo y ex vicepresidente en el gobierno de Álvaro Uribe,
constituye el hilo conductor de textos como el del periodista Steven Dudley (Armas y urnas. Historia de un genocidio
político), quien, recogiendo las opiniones en tal sentido vertidas en
múltiples medios colombianos, traza un recorrido afín.
De esta forma, se exoneraba de las mayores
responsabilidades a los actores estatales de la violencia, pues durante el
largo periodo de la guerra genocida contra la UP los medios se abstenían de
mirar hacia destacamentos y oficiales de las Fuerzas Militares y de la Policía
Nacional que participaron, de manera directa o en connivencia con paramilitares
y narcotraficantes, en esa ofensiva.
Como lo recuerda el periodista Roberto
Romero Ospina en su libro Unión
Patriótica, expedientes contra el olvido, ya en marzo de 1985 el
periódico El Tiempo arreciaba sus ataques contra el proceso de paz y el
creciente fortalecimiento de la insurgencia, y culpaba de ello a Belisario
Betancur, con quien las Farc-EP habían firmado el Acuerdo de La Uribe, en 1984.
LA BENEVOLENCIA CON EL PARAMILITARISMO
En los años 90 del Siglo XX y en la década
del 2000 el enfoque de los medios no varió en lo fundamental y, por el
contrario, su participación resultó clave para desenlaces como el de la ruptura
de las negociaciones entre las Farc-EP y el gobierno de Andrés Pastrana.
Sin duda, el gran estigma tejido tiene un
nombre: el Caguán, pues todo el esfuerzo mediático se centró en mostrarlo como
paradigma del engaño guerrillero y epicentro de los peores crímenes, una matriz
enmarcada dentro del objetivo de la ultraderecha de dar al traste con el
proceso de paz en marcha.
Pero tal vez el frenesí mediático tuvo
lugar durante los gobiernos de Álvaro Uribe, cuando el discurso del mandatario
inundó las redacciones, recibió toda la audiencia de propietarios y directivos,
al tiempo que determinó las agendas y los contenidos periodísticos.
Aunque la prensa bogotana estuvo en su
inmensa mayoría fungiendo como agente de la campaña contrainsurgente de Uribe,
fueron especialmente abyectos y sumisos los medios regionales, que recibieron,
además, un trato privilegiado del Presidente, dentro de su estrategia de copar
la provincia, que es donde más se siente el conflicto armado.
Los medios de comunicación cumplieron
entonces un papel determinante en la construcción y siembra de un discurso
hegemónico contra cualquier posibilidad de paz, en la medida en que sirvieron
de parlantes multitudinarios del nuevo mando del Establecimiento, representante
de los sectores feudales más oscuros vinculados con la parapolítica.
Examen de ese papel mediático fue el
rendido el 4 de febrero de 2008, cuando se convocó una movilización nacional
contra las Farc-EP, y el 6 de marzo del mismo año, cuando se hizo lo propio
contra el paramilitarismo y los crímenes de Estado.
Para la primera fecha, la prensa lanzó una
ofensiva sin precedentes, incluso encadenada, que redundó en un cubrimiento
inusitado y en un despliegue informativo mayúsculo, con una convocatoria
evidente.
En contraste, para la segunda la
convocatoria bajó de manera grave y el despliegue informativo no sólo fue mucho
menor sino que se trató, sin pudor, de transformar la protesta contra los
crímenes del paramilitarismo en una reacción genérica “contra la violencia”, y,
por si quedaran dudas de la intencionalidad, de evitar cualquier alusión a las
Fuerzas Militares como otro actor partícipe de violación de derechos humanos.
Lo anterior dibujó de cuerpo entero lo que
el discurso uribista, convertido en hegemónico por los medios a su servicio,
había logrado: no sólo la deslegitimación de la insurgencia como fuerza político-militar
(con raíces en las luchas sociales campesinas), sino una especie de perdón
colectivo a los jefes paramilitares y a sus crímenes.
La campaña mediática resultó determinante
en el anclaje de la creencia perversa según la cual los paramilitares eran un
mal menor comparado con la guerrilla, y ello se reflejó, de forma palpable, en
la escasa respuesta de la gente el 6 de marzo de
2008.
Ese hecho fue tal no sólo por la poca
convocatoria de los medios, sino, además, porque la labor de convencimiento de la
matriz señalada ya había logrado su efecto en la conciencia obnubilada de
millones de colombianos, sobre quienes se vertió a lo largo de los diez años
precedentes el discurso de la guerra sin cuartel al insurgente, del perdón al
paramilitar y de la exaltación “heroica” a los militares y demás miembros de
las fuerzas de seguridad del Estado.
LA DEIFICACIÓN DE LA GUERRA EN EL RÉGIMEN
URIBISTA
Así que en Colombia lo que hemos
tenido es la construcción de una mentalidad contrainsurgente en la población,
necesaria para prolongar la confrontación en la creencia de que los alzados en
armas podían ser derrotados fácilmente, aunque para ello fuera necesaria la
connivencia con otro de los actores, el paramilitarismo.
Pero, además, los medios funcionales al
sistema, esta vez al servicio del régimen bonapartista instaurado por Uribe,
contribuyeron en la falta de cuestionamiento a la violación de derechos humanos
y los crímenes de lesa humanidad cometidos por contingentes y altos oficiales
de las Fuerzas Armadas de Colombia.
En lo que podríamos denominar la
deificación de la guerra, durante el gobierno uribista el país estuvo marcado
por el ocultamiento que decretaron los grandes medios de comunicación de los
crímenes de Estado, eufemísticamente denominados luego “falsos positivos”.
Uribe se caracterizó en el desarrollo de
sus gobiernos por ejercer un régimen autoritario, de mano dura; con una actitud
plebiscitaria constante, necesitado de sentirse aplaudido por el auditorio por
él previamente convencido, y con una permanente disposición al control de los
órganos institucionales que se atravesaran en el ejercicio de esta forma de
poder. Como se ve, elementos típicos del bonapartismo.
En la deificación de la guerra, el
concepto de falso positivo aparece precisamente porque el régimen político
instaurado por el uribismo necesitaba de positivos, es decir, de bajas de
guerrilleros para mostrar resultados, en el doble propósito de convencer a la
población de la necesidad de seguir en la confrontación con un nuevo mandato y
de derrotar a su enemigo jurado.
Con el paso del tiempo, cuando la
proliferación de casos no podía encubrirse más, se dio en llamar falsas
aquellas bajas que no correspondían a guerrilleros (“los positivos”), sino a
toda clase de personas ajenas a la guerra.
Y paralelamente surgió el concepto
de “héroe” de la patria, con el cual se ponía en blanco y negro el conflicto:
la teoría reduccionista de buenos y malos con base en la cual los medios
tomaron partido en un conflicto tan complejo y necesitado de ecuanimidad como
el colombiano.
Históricamente la prensa ha estado en la
mira de las concepciones militaristas, que no solamente han pretendido copar
los medios con fines propagandísticos, sino impedir el ejercicio del periodismo
independiente.
En tal caso, los servicios secretos de las
diferentes armas han buscado siempre el reclutamiento de periodistas en los
medios de comunicación, y los han tenido, hasta el punto del camuflaje de
muchos de ellos, ejemplos de lo cual pululan, como el reciente que involucró a
un conocido periodista de Caracol Radio.
Los reporteros fletados, al servicio de
una de las partes del conflicto, representan una ruptura con los principios éticos
de veracidad y responsabilidad social que, como planteamos al inicio de este
artículo, deben guiar el ejercicio de cualquier comunicador.
El abordaje del convoy de uno de los
contendientes sesga la información, impide la valoración independiente de los
hechos y redunda en el suministro de información parcializada.
La gran mayoría de los medios de
comunicación colombianos se comportan como cajas de resonancia del Ejército, la
Policía y demás fuerzas armadas, a las cuales se les rinde un culto censurador,
y a los jefes de turno se les tiene como poderes superiores inobjetables.
Los partes de guerra dados por los
batallones o los comunicados de operativos entregados por las oficinas de
prensa de la Policía son letra sagrada: son la versión oficial y única, pues
prácticamente nunca se contrasta.
Este procedimiento se institucionalizó
hasta el punto de que el periodista que lo cuestiona es visto como un factor
sospechoso en las salas de redacción, y en muchos momentos objeto de
persecución: casos de amenazas y muertes de periodistas no solo se han dado a
manos de los actores armados ilegales, sino también de los legales.
Pero, como ocurrió hasta mediados de la
década del 2000 con los llamados falsos positivos, estos casos han sido
ocultados, refundidos por la glorificación de los integrantes de las fuerzas
del Estado, política acrecentada durante el mandato de Álvaro Uribe.
Las denuncias recientes sobre corrupción
en las Fuerzas Militares y tráfico de armas de oficiales de éstas con las
bandas denominadas Bacrim son sólo la punta del iceberg de un fenómeno interno
de conversión de la guerra en un gran negocio, que no aguantó más su
ocultamiento y por su protuberancia reventó.
CONSERVATIZACIÓN DEL PAÍS E IDEOLOGIZACIÓN
DE LA INFORMACIÓN
Así que lo ocurrido con los medios
de comunicación y Álvaro Uribe fue un matrimonio que duró incólume durante ocho
años y que contribuyó a conservatizar más el país; fue un exitoso maridaje que
inoculó en la mayoría de la población la visión de la guerra como única salida,
y mucho odio frente a la insurgencia, en tanto que una actitud benevolente ante
los otros dos actores del conflicto: paramilitares y Fuerzas Armadas.
Por eso, cuando Juan Manuel Santos propuso
un viraje en la visión del conflicto armado, a partir de una óptica más urbana
de la política como representante de la alta burguesía que es, ha encontrado
resistencia, hasta el punto de la ruptura con quien antes fue su jefe en el
Gobierno, Uribe Vélez.
Éste mantiene márgenes de popularidad
altos derivados de la forma como logró penetrar en la mente de la población con
la ayuda de los medios, que aún hoy lo sostienen como actor de primer plano.
La sociedad conservatizada por obra del
binomio Uribe-prensa, y también producto de las equivocaciones de la
insurgencia, se refleja en los vaivenes que en la opinión pública experimenta
el proceso de diálogo iniciado por el presidente Santos con las Farc-EP en La
Habana.
Frente a éste, los grandes medios
muestran, como en anteriores procesos, un interés permanente, pero en el fondo
existe la intención de atravesarse en cualquier momento, sin valorar la
importancia estratégica que un acuerdo tiene para toda la sociedad.
En esa tarea hay múltiples actores en El
Tiempo, El Espectador, El País, Caracal Radio, La W, RCN, Caracol Televisión y
NTN24, entre muchos otros medios. Voces que vituperan, usan los infundios,
maximizan los errores y minimizan los aciertos de los diálogos en La Habana, y
no dudarían en aupar la ruptura frente a cualquier desliz, a pesar de que saben
que la guerra sigue porque el Gobierno se ha negado sistemáticamente a un cese
bilateral del fuego.
Ese comportamiento socarrón, unas veces, y
abiertamente mentiroso y manipulador, las otras, también se expresa en la forma
cómo se aborda la información correspondiente a las intensas luchas sociales
que han tenido lugar en los últimos años en Colombia.
¿Por qué ocurre esto? Creemos que tanto
los enfoques dados al proceso de paz como a las luchas y movilizaciones
sociales obedecen, en las líneas fundamentales, a una visión de clase de los
medios de comunicación, es decir, al cumplimiento de su papel como aparatos
ideológicos del Estado, que llegan hasta determinado punto en la apertura de
espacios y de ahí no pasan.
Lo anterior es la ideologización
de la información, es decir, la postura de un cristal predeterminado para mirar
los acontecimientos y calibrar la lente con que se proyectarán los mensajes a
la opinión pública: dependiendo de quién impulse y protagonice los hechos, así
mismo serán los despliegues y los enfoques, favorables o negativos, amplios o
reducidos, visibilizados u ocultados.
Claro ejemplo, entre centenares, fue el
tratamiento informativo dado por los medios de comunicación a los paros
cafetero (febrero), del Catatumbo (junio-agosto) y agrario nacional
(agosto-septiembre) ocurridos en 2013, a sus propuestas, organizadores y
movilizaciones.
En el marco de esta política de
información ideologizada, los medios cumplen unas fases: 1.) No visibilizar.
2.) Confusión y crítica de los objetivos. 3.) Desvirtuar la movilización como
ejercicio democrático, acrecentar los efectos colaterales. 4.) Generación de
desprestigio de los actores y los actos. 5.) Abierta criminalización de
la protesta social.
Esas cinco fases de la desinformación
fueron nítidamente aplicadas en los casos de estos paros para tratar de
desvirtuar la validez de la protesta social, que es una forma de atentar contra
el derecho a la paz, en el entendido de que los diálogos en La Habana entre el
Gobierno y la insurgencia no competen solo a estos dos actores, sino al
conjunto de la sociedad.
La ideologización de la información es
todavía más palpable cuando se analizan los comportamientos mediáticos en el
cubrimiento de hechos ocurridos en los países guiados por gobiernos de
izquierda, progresistas o, en todo caso, no afines a los dogmas del
capitalismo, de Estados Unidos y Europa.
Lo hemos palpado claramente en febrero y
marzo de 2014: mientras en Colombia las luchas desarrolladas por campesinos y
sectores populares en 2013 eran desprestigiadas y las víctimas de las mismas
mostradas como producto de “actos terroristas”, los sabotajes violentos de la
oposición venezolana contra el Gobierno democráticamente elegido eran
presentados en 2014 como “actos pacíficos” de una oposición supuestamente
sojuzgada por “un régimen dictatorial”.
Nada más claro para evidenciar la
ideologización de la información, en el marco de la cual no se ha dudado en
hacerse eco de toda clase de mentiras y manipulaciones de la oposición burguesa
venezolana con el fin contribuir al cerco mediático internacional de las élites
contra la revolución bolivariana, en tanto que en Colombia nada se dijo sobre
la responsabilidad de agentes del Estado en el asesinato de 14 personas en los
paros de 2013, para no hablar de centenares de detenciones, desapariciones y
heridos.
Por todo lo expuesto, entonces, no basta
con el reconocimiento teórico otorgado por la Constitución al derecho de
información y de opinión, a fundar medios masivos de comunicación, a recibir
información veraz y con responsabilidad social y a que no se censure de ninguna
forma.
El monopolio de la propiedad de los
medios, legislativamente amparado, la deificación de la guerra y la
ideologización de la información hacen imposible que esos preceptos del
Artículo 20 de la Carta Política se puedan materializar.
Tampoco el contenido en el Artículo 73 del
Estatuto Fundamental, complementario del anterior, que reza: “La actividad
periodística gozará de protección para garantizar su libertad e independencia
profesional”.
INTERNET, MEDIOS TRADICIONALES Y MEDIOS
ALTERNATIVOS
Aunque en el mundo de hoy la globalización
de la información se expresa también a través de internet y esta red obra como
otro medio de comunicación, su existencia no es suficiente para la
democratización de la comunicación, como se cree.
Ello es así no sólo porque en los países
pobres como Colombia el nivel de acceso de la población a la computación y al
servicio de internet es aún muy limitado --debido a condiciones
socioeconómicas, políticas, culturales y geográficas--, sino porque el manejo y
desarrollo de las tecnologías y su distribución están también en poder de
monopolios internacionales, su dominio se ha convertido en otro factor de
hegemonía de grandes corporaciones.
La comunicación a través de internet,
anegada de opinión poco confiable que reemplaza la información veraz, es
fácilmente manipulable y está seriamente contaminada, como lo han demostrado
los recientes acontecimientos en Siria y Venezuela.
Ella no es ajena a la confrontación, pues
la batalla por ganar la conciencia y la opinión de la mayoría también se libra
a través de las diversas redes de internautas, que tienen la doble función de
informar o desinformar masivamente, de un lado, y de servir de canal de
comunicación personalizada, privada, del otro.
En el marco del conflicto colombiano, el
reciente caso de espionaje contra el proceso de paz efectuado desde uno de los
centros de control cibernético montados por el Ejército de Colombia, y conocido
como Andrómeda en Bogotá, no deja duda de que la guerra se libra igualmente, y
de qué manera, en las redes.
Aunque la prensa (periódicos y revistas)
ha perdido terreno ante la incursión de las redes globales (internet), la radio
y la televisión continúan teniendo una gran influencia en la población; es más,
los tres medios tradicionales tienen su extensión en las redes virtuales.
Estudios conocidos señalan que el 67% de
los colombianos se informa a través de los noticieros de televisión RCN y
Caracol, lo cual explica, como hemos visto, el alto grado de estereotipos y
propaganda sin documentación fáctica que en relación con el proceso de paz, la
insurgencia, las luchas sociales, los movimientos alternativos y los gobiernos
progresistas de América Latina ha interiorizado un gran porcentaje de la
sociedad en nuestro país.
No puede haber paz si no hay justicia
social, pero, tampoco, si no hay democratización en el acceso a la información
y a la creación de medios masivos de comunicación alternativos,
contrahegemónicos y populares.
La comunicación alternativa, que hasta hoy
en Colombia se hace a través de pequeños periódicos, emisoras de radio y
canales de televisión comunitarios, lo mismo que de portales de internet, es
aquella que visibiliza sujetos y actos ocultados por los medios de las élites,
ejerce la contrainformación frente los grandes canales de la burguesía y
procura procesar, a partir de una agenda propia, otra visión de la realidad.
Pero se le ha clasificado como si su razón
de existir fuera la marginalidad, consideración no solo equivocada, sino antidemocrática,
pues asumirla es aceptar que la comunicación tradicional, basada en antivalores
que contradicen precisamente los principios ético-jurídicos expuestos en este
artículo, es la única llamada a tener una difusión masiva, una llegada a los
más amplios conglomerados.
Se deduce entonces una doble tarea para la
sociedad y sus múltiples formas de expresión y organización: al tiempo que no
debe cejar en su reclamo a los medios masivos existentes, debe desarrollar
mecanismos de unión y, con mucha creatividad, audacia y solvencia ética,
promover la conformación y mantenimiento de medios de comunicación de masas
propios, comunitarios, solidarios, ciudadanos, populares: alternativos.
Esa tarea, que en nuestro concepto tiene
carácter estratégico, debe estar acompañada de una ofensiva legislativa con
miras a que el ejercicio del periodismo libre e independiente sea respetado
desde el Estado en términos reales, con mecanismos que permitan el
funcionamiento de una prensa ciudadana y, además, con la implementación de una
ley antimonopolios que frene el nivel de concentración existente hoy en los
medios de comunicación.
En los diálogos de La Habana ya se ha
asumido el tema, que no puede seguir siendo visto como un asunto sólo de
periodistas, pues la información es un derecho humano fundamental y la
democratización del acceso a ella, un deber del Estado.
(*) Periodista, abogado, especialista en
derecho administrativo, magister en historia, docente universitario, director
del periódico alternativo PARÉNTESIS.
Cali, Colombia, febrero-marzo de 2014.
……
Artículo publicado originalmente en
Revista Cuadernos de Paz, Universidad Libre Seccional Cali, Volumen I, Número
1, enero-abril de 2014, presentada en acto cumplido el martes 29 de abril de
2014.
Reproducido el 13 de junio de 2016.
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