miércoles, 4 de julio de 2012

Análisis. La conspiración de la derecha y los errores de Lugo



Caricatura tomada de diarioconcordia.com.ar
Paraguay: otro golpe 
gestado por el Imperio
                                    
Ahora que la suerte ya está echada y que Paraguay se ha convertido en una nueva Honduras, seguramente el campesinado y los trabajadores habrán de sufrir las peores consecuencias de lo que se ha gestado, pero como lo han hecho a lo largo de décadas, están obligados a volcar toda su imaginación en nuevas fórmulas de resistencia.

Por Carlos Aznárez (*)
Finalmente la derecha oligárquica paraguaya ha conseguido su objetivo: el presidente Lugo ha sido derrocado sin pena ni gloria. Sobre todo esto último.

Este golpe palaciego, ejecutado en tiempo récord, no es sólo el producto de una maniobra de los sectores más retrógrados de la política local, firmemente anclados en las ideas de la dictadura stronissta, que gobernó el país durante 35 años y alargó su presencia en los gobiernos que le sucedieron, sino que aparece como el resultado de una estrategia ofensiva que el imperialismo norteamericano viene desarrollando en todo el continente.


¿Por qué decimos esto? Si por un momento observamos el mapa latinoamericano, y vemos las últimas iniciativas encaradas por el Comando Sur, al ir instalando bases en cada uno de los países que consideran claves para desarrollar sus tareas injerencistas, nos daremos cuenta que lo del Paraguay es la consecuencia lógica de un nuevo operativo de ocupación territorial. A los antiguos enclaves militares donde flamea la bandera norteamericana y se confunden instructores gringos con tropas del país que los acoge, se han ido sumando ahora la bases de "ayuda humanitaria" que abren el camino -con abiertas complicidades locales- a la presencia explícita o encubierta de los invasores.

A esto se le suman los distintos reveses electorales a manos de la derecha que vienen produciéndose en varios países en los dos últimos años, como consecuencia de la reacción imperial frente al saludable ejercicio para los pueblos de haber instalado durante más de una década, por el voto directo, a gobiernos revolucionarios y progresistas. Pero si hoy sacamos la cuenta de cuántas de esas experiencias quedan en pie, nos sorprenderíamos. Ya gobierna la derecha en Chile, Paraguay, Panamá, Guatemala, Costa Rica, Honduras, Colombia y México, mientras se encuentran en un proceso de transición -por debilidad ideológica o por simple traición a sus postulados originales- Perú y El Salvador, cuyos mandatarios no dejan de halagar a Washington en detrimento de la alianza antiimperialista forjada en los países del Alba.

Es en este marco entonces, que sobreviene el golpe en Paraguay. Pero aquí hay otro elemento que no puede dejar de mencionarse. Y es el papel que ha jugado el propio presidente Lugo. Por un lado, a la hora de gestar la alianza que lo llevó al Gobierno, quedaba claro que ésta se manifestaba en dos importantes sectores: por un lado el movimiento popular nutrido especialmente del combativo campesinado paraguayo, ese mismo que significó un dolor de cabeza para el dictador Stroessner y los latifundistas del Partido Colorado. En el otro andarivel de la misma coalición, estaba el centroderechista Partido Liberal Radical Auténtico (Plra). Un nucleamiento que en esencia sigue sosteniendo los postulados ideológicos de su casa matriz, los colorados stronisstas. Ellos precisamente colocaron en un sitio clave, la vicepresidencia, a Federico Franco, el Judas que ahora se ha hecho con el poder como consecuencia del golpe parlamentario, militar, judicial y eclesiástico.
Siempre se sostuvo, desde las filas del luguismo que esa coalición electoral era necesaria, porque si no resultaría imposible vencer a la oligarquía del Partido Colorado, el problema es que una vez en el gobierno, las concesiones se hicieron ostensiblemente inclinadas hacia ese sector. El propio Lugo, que cuando era Obispo en San Pedro, se había juramentado a conseguir la reforma agraria y otras reivindicaciones para "su pueblo campesino ", fue dándole lentamente la espalda a estas demandas. Más aún, no dudó en generar nuevos proyectos de ley para reprimir a quienes le cuestionaban sus promesas incumplidas.

Antes de llegar a la reciente masacre de Curuguaty, hubo numerosos y graves hechos de violencia estatal contra el campesinado, que después de un primer año de espera y frustración, se decidió a hacer lo que marca la historia del Paraguay contemporáneo: ocupar tierras para sobrevivir en un país donde el 20% de las familias agrarias de la oligarquía son dueñas del 80% del territorio. Situación que se ha ido agravando por la falta de respuesta estatal ante la invasión que producen desde Brasil los pulpos sojeros (denominados "brasiguayos") que no dudaron en expulsar a los campesinos paraguayos de las pocas hectáreas que les pertenecían.

Para detener las demandas y protestas campesinas, Lugo se vio presionado a aceptar las recetas del Imperio, gestadas por la oligarquía colorada latifundista. Así fueron aprobadas la ley antiterrorista y la militarización del norte paraguayo, con la consiguiente detención arbitraria de cientos de campesinos, o la criminalización permanente de aquellos dirigentes históricos que exigían detener la represión. Para "capacitar" aún más a la policía paraguaya, Lugo se abrazó con su colega Uribe Vélez, y comenzó un trasiego de instructores del temible DAS colombiano, justamente en el momento en que los países del Alba demandaban al gobierno colombiano por dar luz verde a nuevas bases norteamericanas en su territorio.

Lugo fue eligiendo, por debilidad o por falta de voluntad política, ejercer un mando muy condicionado. Si bien de fronteras para afuera parecía comulgar con el pensamiento rebelde de los países que enfrentan a diario al Imperio, en el quehacer local se enredaba constantemente en una telaraña que lo fue alejando de quienes más lo apoyaron.

Lo ocurrido en Curuguaty desbordó el vaso. La policía stronissta que Lugo no supo o no pudo depurar, montó un operativo represivo -como otros tantos, salvo que en éste se encontró con resistencia campesina- y el resultado fue una masacre. Frente a esos graves hechos, Lugo se preocupó más en calmar los reclamos del latifundista colorado Blas Riquelme y en dar los pésames por los policías muertos, que en consolar a los familiares de los once campesinos asesinados y en algunos casos, previamente torturados.

Más aún, en declaraciones pronunciadas en las primeras horas, no dudó en criminalizar a quienes ocupaban tierras -sabiendo que las mismas eran mal habidas- como resultado de demandas históricas nunca tenidas en cuenta. De los hechos de Curugaytí quedaron también numerosos detenidos, que también fueron torturados, y a los que ahora se los acusa de homicidio.

Si faltaba algo para demostrar que el ex presidente -el que legítimamente había sido elegido por los sectores populares- ya no gobernaba, vinieron las designaciones de un nuevo ministro del Interior y el jefe de policía, ambos comprometidos con la corrupción y la represión generada durante años por el partido Colorado.

Con todos estos ingredientes, y la decisión de sus aliados del Plra de darle definitivamente la espalda, la caída de Lugo fue cuestión de horas. A pesar de ello, demostrando una vez más la nobleza del sufrido pueblo paraguayo, miles de campesinos cortaron rutas y se movilizaron hacia Asunción, rechazando el juicio político a un Presidente en el que ya no confiaban pero que preferían una y mil veces antes de que retornaran los herederos de Stroessner.

Ante esa patriada de urgencia, Lugo vuelve a fallarle a su pueblo y literalmente se suicida. No resiste ni llama a resistir. Acepta mansamente, al revés de lo que hizo su colega Zelaya, la resolución de los golpistas, con la excusa baladí de no violentar la justicia. Ni siquiera opta por jugar la carta posible, de amotinarse, sabiendo que contaba no sólo con el respaldo del pueblo en la calle sino que también lo favorecía la unánime solidaridad de los gobiernos de la Unasur.

Ahora que la suerte ya está echada y que Paraguay se ha convertido en una nueva Honduras, seguramente el campesinado y los trabajadores del Paraguay, habrán de sufrir las peores consecuencias de lo que se ha gestado, pero como lo han hecho a lo largo de décadas, están obligados a volcar toda su imaginación en nuevas fórmulas de resistencia.

En Paraguay, el imperialismo ha vuelto a probarse a sí mismo lo fácil que le resulta derrocar un gobierno, y deja la advertencia de que no cejará de intentarlo en otros países del continente. A la vez, estos hechos ofrecen varias consecuencias que es indispensable tomar en cuenta:

1) Las limitaciones de gobiernos que no se deciden a avanzar, de la mano de sus pueblos, en el enfrentamiento contra el Imperio (como bien lo han hecho Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, o como siempre ha demostrado Cuba socialista). En ese sentido, de poco sirven los coqueteos o licencias que se otorgan en el continente a las trasnacionales, que actúan como quinta columna de los intereses del capitalismo salvaje;

2) No es posible gobernar si no se depuran (o por lo menos se lo intenta) las instituciones centrales que durante años han respondido a la derecha oligárquica y pro-imperialista de cada país. Justicia, Fuerzas Armadas, Iglesia, Medios de comunicación, terminan siendo el acicate desde el cual se desestabilizan los procesos de cambio en el continente. Las experiencias paraguaya y hondureña son el mejor ejemplo de ello.

3) De nada sirve, en la necesidad de llegar al poder, gestar alianzas contra natura. Tarde o temprano, esa posibilidad golpea como un boomerang en la cabeza de quienes la gestaron.

En Paraguay empieza otra etapa, en la que la solidaridad latinoamericana -la popular y también la diplomática- no debe ceder en la idea de apoyar las demandas de los más humildes en su lucha por la tierra y contra el latifundio, en exigir el cese de la represión y el paramilitarismo, en reclamar la salida del país de los personeros imperialistas de la Usaid y el cierre de la base yanqui en Mariscal Estigarribia.

También es de suma urgencia en la actual coyuntura, conseguir, con la presión internacional, la inmediata libertad de las y los presos políticos que desde hace años se hacinan en las cárceles del país, entre ellos los seis campesinos extraditados desde Argentina, a los que la injusticia paraguaya quiere condenar a prisión de por vida. Para ellos, en lo inmediato, se hace imprescindible solicitar que puedan ser visitados por organismos de Derechos Humanos para comprobar su estado de salud, porque no es para nada exagerado imaginarse que sobre sus cuerpos, se descargue todo el odio de la oligarquía paraguaya ahora en el Gobierno.

24 de junio de 2012.  
(*)  Director de Resumen Latinoamericano.

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