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¿Cómo está Chávez?
El prestigioso
sociólogo y politólogo argentino Atilio Boron estuvo en Caracas en el Foro de
Sao Paulo y tuvo la oportunidad de compartir con el presidente Hugo Chávez en
varios escenarios. En este artículo describe el magnífico estado de salud en
que vio al líder bolivariano. “Se lo notó agudo y filoso como siempre, sus ojos
brillantes y llenos de vida, su prosa con un fluir pulcro y a la vez rotundo en
su argumentación. Denunció al imperio y sus aliados, la burguesía y las
oligarquías locales”, dice en su artículo, que damos a conocer a continuación.
Por Atilio A. Boron
(*)
Quisiera compartir con todas y todos unas impresiones personales,
intercaladas con algunos elementos de análisis, acerca de un día inolvidable.
Hacía un tiempo que no veía al presidente Hugo Chávez y tenía, como todos, una
ansiedad muy grande ante la posibilidad de verlo de cerca, tal vez de estrechar
su mano. Me preocupaba su salud; por él, como entrañable amigo y por Nuestra
América, por la cual tanto ha hecho. Y además porque Chávez es, como dice el
verso de Bertolt Brecht, uno de los “imprescindibles”; esos que como Fidel,
lucha todos los días, veinticuatro horas al día, sin tregua y sin pausa.
La ocasión fue la conmemoración el día 5 de Julio del 201º aniversario de
la declaración de independencia de Venezuela, que tuvo por escenario la
Asamblea Nacional. Todo comenzó con el ingreso del presidente al recinto, en
donde ya se lo pudo ver en buena forma, animado y con muy buen semblante. Luego
de saludar a varios de los allí presentes, con la calidez de siempre, tomó su
lugar en el presidium y a continuación el diputado Earle Herrera, del PSUV,
procedió a leer el Acta de la Declaración de la Independencia, firmada entre
otros por esa figura descomunal que fue Francisco de Miranda. Confieso que
desconocía los detalles de ese texto, bastante extenso, y en el cual la firma
de los congresistas que la proclamaron es precedida por una notable fundamentación
doctrinaria y teórica que, hasta donde yo recuerdo, no he visto en ninguna otra
acta de ese tipo. Al escuchar su profundo contenido pude comprender que la
genial estatura –política, filosófica y militar- de Simón Bolívar no fue
un capricho de la biografía o un rayo en un día sereno. Existía en esa notable
Capitanía General de Venezuela una tradición cultural y filosófica de una
envidiable densidad teórica, personificada en las brillantes figuras de Miranda
y en la del maestro, tutor y amigo de Bolívar, Simón Rodríguez. Tradición que,
como se decía más arriba, quedó estampada para la posteridad en el Acta del 5
de Julio de 1811.
Ese venerable documento, que tanto me
sorprendió, contiene algunos párrafos que destilan un anti-imperialismo que son
de una sorprendente actualidad. Me limito tan sólo a acotar el siguiente: “A
pesar de nuestras protestas, de nuestra moderación, de nuestra generosidad, y
de la inviolabilidad de nuestros principios, contra la voluntad de nuestros
hermanos de Europa, se nos declara en estado de rebelión, se nos bloquea, se
nos hostiliza, se nos envían agentes a amotinarnos unos contra otros, y se
procura desacreditarnos entre las naciones de Europa implorando sus auxilios
para oprimirnos.”
Reemplácese Europa por Estados Unidos y se comprobará que eso de
declararnos rebeldes o revoltosos, de sufrir bloqueos, de padecer hostilidades,
de ser invadidos por agentes que provocan amotinamientos contra los gobiernos
populares (policías o algunos sectores minoritarios de los pueblos originarios
en Ecuador y Bolivia, o golpes de estado “institucionales” como en Honduras y
Paraguay) no tiene nada de nuevo. Son las clásicas políticas que ensayan los
imperios en su fase de decadencia. Así lo entendieron los venezolanos que hace
dos siglos declararon su independencia, y así debemos entenderlo también hoy.
Muchas, si bien no todas, de esas protestas contra los gobiernos de izquierda
tienen por detrás la siniestra mano del imperialismo. Hace doscientos años
tanto como hoy.
Luego de la lectura de ese documento tomó la palabra el Canciller Nicolás
Maduro. En su alocución realizó una brillante síntesis de la evolución de las
relaciones entre América Latina y el Caribe y Estados Unidos, subrayando como
desde sus primeros discursos, cartas y escritos Simón Bolívar percibió con
sorprendente precocidad el nefasto papel que el país del Norte estaba llamado a
cumplir en esta parte del mundo. Valga como ejemplo esta afirmación del
Libertador: "los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia
para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad" (Carta al
Señor Coronel Patricio Campbell, Guayaquil, 5 de agosto de 1829)
Maduro expuso el lacerante itinerario histórico de esa relación, señalando
los hitos principales que a lo largo de dos siglos ratifican la invariante
continuidad de la política de Estados Unidos hacia Nuestra América, sintetizada
en la Doctrina Monroe (1823): fomentar la desunión de nuestros países,
desestabilizar gobiernos que se opongan a los intereses imperiales, provocar y
ejecutar golpes de estado, asesinar líderes y militantes antiimperialistas,
atraer con toda clase de maniobras y artilugios a los sectores dominantes de la
región y a las clases y capas populares, víctimas privilegiadas de la
manipulación y propaganda políticas del imperio. Tal como lo expusiera en
Facebook, Twitter y mi propio blog, el discurso de Maduro fue, por su
exhaustividad y su sustancia, uno de los mejores que escuché de labios de un
canciller de América Latina y el Caribe en mucho tiempo. Es un notable material
de estudio, que será necesario publicarlo y otorgarle la más amplia
difusión internacional.
A continuación habló Chávez, en línea con el tema que había suscitado la
intervención de Maduro. Anunció que la suya sería una breve intervención, y
pese a la incredulidad de su auditorio así lo hizo. Se lo notó agudo y filoso
como siempre, sus ojos brillantes y llenos de vida, su prosa con un fluir
pulcro y a la vez rotundo en su argumentación. Denunció al imperio y sus
aliados, la burguesía y las oligarquías locales (“autóctonas” que no
nacionales, como decía el Che) como enemigas irreconciliables de los pueblos, y
sus luchas emancipatorias no pueden sino tropezar con la más enconada oposición
de Washington y sus peones vernáculos. El capitalismo condena a la humanidad,
siguió diciendo, y es irreformable. Ya está desahuciado y no tiene futuro. Sólo
el socialismo puede salvar a la especie humana de la irreparable destrucción
que el metabolismo del capital impone sobre la naturaleza y la sociedad. No hay
democracia verdadera sino en el socialismo, dijo, repitiendo el clásico dictum
de Rosa Luxemburg. Fustigó al golpe de estado en Paraguay y lo comparó con el
que él mismo había padecido en el 2002. Y dijo que en aquel país, como antes en
Venezuela, ahora acusan al depuesto presidente Lugo de urdir un golpe de estado
contra quien usurpara su cargo, Federico Franco. Y contó que a él también lo
acusaron, cuando las masas y las fuerzas armadas, en una unión tan inesperada
como virtuosa lo reinstalaron en el poder, de haber perpetrado un golpe de
estado a Carmona, el energúmeno aquel que catapultado por el golpe del 11 de
Abril quiso deshacer de un plumazo las conquistas históricas del chavismo. En
estos tramos Chávez hizo gala de su agudo sentido del humor al comentar con
sorna estas piruetas retóricas por las cuales quienes transgredían la
constitución y las leyes de la república se autovictimizaban, a la vez que
convertían a sus víctimas en tenebrosos villanos.
Fue un discurso breve y contundente, claro, profundo, propio de un
estadista y de un revolucionario. Las palabras revolución, socialismo y
democracia brotaban continuamente de sus labios, y su minuciosa y permanente
relectura de los textos de Bolívar le ofrecía siempre una analogía o una idea
pertinente del Libertador, lo que le permitía hilvanar -como Fidel lo hizo
magistralmente con Martí al concebirlo como “el autor intelectual del asalto al
Moncada”- la problemática y los desafíos del presente con la tradición de lucha
antiimperialista de Bolívar y, por supuesto, de Martí y los próceres de la
patria grande latinoamericana, insistiendo reiteradamente en la urgente
necesidad de culminar el proyecto integracionista por el cual aquellos
ofrendaron sus vidas. Fue un discurso breve pero sin desperdicios, pronunciado
por un hombre que hablaba con la pasión de sus mejores momentos pero con un
componente analítico y reflexivo que si ya antes lo tenía -¡y vaya si lo
tenía!- ahora lo ha perfeccionado. Un Chávez a quien su enfermedad le permitió
hacer un alto en la vorágine cotidiana de la gestión y meditar sobre lo humano
y lo divino, enriqueciéndolo como persona y como jefe de una revolución. Al
terminar su intervención invitó a los allí presentes a acompañarlo a presenciar
el desfile cívico-militar.
Hasta allí llegó Chávez en un auto descapotado, ante el delirio de la
multitud que se había dado cita en las amplias y cómodas graderías del Paseo de
los Próceres. Derrochaba energía a cada paso, saludando a todo el mundo,
interesándose por la hijita de una funcionaria que estaba en el palco
presidencial, saludando con desbordante simpatía a diestra y siniestra y
gastando bromas con algunos conocidos. A quien esto escribe lo paralizó con un
inesperado saludo (prueba de que su agudo sentido del humor, síntoma de
vitalidad si los hay, seguía intacto) llamándole “¡general Atilio
Boron!” y haciendo una aparatosa venia. Riéndose a mandíbula batiente con su
chanza hizo lo mismo con Ignacio Ramonet, que estaba a mi lado, y a quien le
dispensó el trato de “mariscal, porque como tú eres francés allá el grado
máximo es mariscal”. Y a Piedad Córdoba le dijo que el beso que le había dado
horas antes en la Asamblea Nacional lo obligaba a no lavarse la cara muchos
días; y al ex guerrillero colombiano Antonio Navarro Wolf lo sorprendió
recordándole risueñamente que en una época sus superiores lo obligaban a
perseguir guerrilleros y ahora los tenía como invitados de honor de su
gobierno. Al colombiano, y también a Nidia Díaz, la heroica comandanta de las
luchas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional y a tantos otros que
se agolpaban en el palco. Ni el Nuncio Apostólico escapó a sus humoradas: el
hombre aguantó a pie firme (y protegido por un buen sombrero) los rayos
del sol que calcinaban el palco presidencial y por eso lo condecoró, a voz de
cuello, con la “Orden del Sol”, diciéndole que en anteriores ocasiones
revolucionarios de férreas convicciones no soportaron la furia del astro rey y
habían dejado al presidente en soledad, resistiendo a pie firme la canícula. Felicitó
al Nuncio por su solidaridad ante similares circunstancias.
Para resumir: a Chávez se lo ve muy bien, mucho mejor de mis más optimistas
expectativas. Está vital, vibrante y brillante, y presidió sin acartonamientos
una ceremonia que no vacilo en calificar de impresionante, y esto por dos
razones. Primero, por la extraordinaria presencia del componente cívico,
popular, que abrió la parada. Ver desfilar médicos y enfermeras de las
distintas misiones; científicos; campesinos; indígenas; obreros de las más
diversas ramas; gente de pueblo de todas las profesiones y procedentes de
distintos puntos del país; mujeres y jóvenes marchando orgullosamente y
saludando con verdadera devoción a su líder es una saludable anomalía en
Nuestra América, donde los protagonistas excluyentes de los desfiles son las
fuerzas armadas. No en este caso. Y, segunda razón, un desfile impresionante
por la apabullante exhibición de un poderío militar que hizo que los agregados
militares de muchos países agotaran las baterías de sus filmadoras para grabar
el paso de las distintas fuerzas con sus sofisticados armamentos y, sobre todo,
el intimidante despliegue de cohetería y, posteriormente, de helicópteros
y aviones de última generación que sobrevolaron raudamente sobre nuestras
cabezas. Un oportuno mensaje, por cierto, para quienes dentro y fuera de
Venezuela alucinan con el derrocamiento de Chávez por la vía de un golpe
militar. Esa gente ahora tendrá que hacer muy bien sus cuentas porque, afortunadamente,
la revolución bolivariana no está indefensa ya que la identificación de las
fuerzas armadas con el proyecto socialista parece estar muy sólidamente
arraigada.
Fue muy emocionante ver marchar a las milicias populares, muy bien
pertrechadas y además con sus cánticos antiimperialistas y socialistas. Sólo
los ingenuos pueden suponer que un proceso revolucionario orientado hacia la
construcción del socialismo -y eso es lo que, a su manera y a sus tiempos, está
haciendo la revolución bolivariana- podrá defenderse apelando solamente al
embrujo de la palabra o a la eficacia persuasiva del discurso. Eso puede valer
en las pequeñas discusiones del mundillo académico, intrascendentes a la hora
de hacer la historia. Pero al imperialismo, siempre conspirando y agrediendo,
no se lo disuade con esos recursos porque sólo entiende el lenguaje de la
guerra. En el marco de la brutal contraofensiva lanzada por Washington sobre
nuestros pueblos, y en primer lugar sobre los países del ALBA, la mejor manera
de evitar la agresión militar del imperio –que sobrevendría una vez fracasadas
su beligerancia mediática y sus conspiraciones políticas- es preparándose
meticulosamente para ella, elevando así el costo que podría tener para Estados
Unidos cualquier aventura militar en la Venezuela bolivariana. Es una
desgracia, pero ni Chávez, ni Raúl (o Fidel, antes), ni Evo ni Correa tienen
otra opción que fortalecer sus aparatos de defensa sin lo cual cualquier
proyecto emancipatorio, por moderado que sea, sería ahogado en sangre. Si
Estados Unidos ha cercado toda América Latina y el Caribe con un rosario de 46
bases militares (según el último recuento del MOPASSOL), los gobiernos
progresistas y de izquierda deben actuar en consecuencia y prepararse para
ello. Esto los obliga a invertir en defensa partidas presupuestarias mayores de
las que hubieran deseado (recursos que podrían destinarse al desarrollo social)
para repeler una agresión militar que, con toda seguridad, Washington
descargará –directamente o mediante algún proxy de la región- sobre nuestros
países en el momento en que la cacería de los recursos naturales se convierta
en una cuestión de vida o muerte, para lo cual no habrá que esperar demasiado
tiempo. Salvo que se piense, como lo hacen algunos gobernantes desaprensivos y
las incorregibles buenas almas socialdemócratas, que esas bases se instalaron
para que sus ocupantes se deleiten con la observación de los hermosos plumajes
de nuestros pájaros o para llevar a cabo las ayudas humanitarias que sus
ocupantes fueron incapaces de concretar cuando, en 2005, el huracán Katrina
asoló New Orleans.
(*) Caracas,
6 Julio 2012
Tomado de: http://www.atilioboron.com.ar/2012/07/como-esta-chavez.html#more
Tomado de: http://www.atilioboron.com.ar/2012/07/como-esta-chavez.html#more
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