Foto tomada del blog Agenda Ciudadana |
Ante la indignación,
otra
democracia es posible
Cada firma
dio cuenta del rechazo a las mafias políticas y de paso maniatar al gobierno y
sus conmilitones, reivindicando el viejo legado de la revolución francesa:
vigilar y castigar. Los promotores del referendo mataron el tigre y se
asustaron con el cuero.
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Por Carlos Victoria (*)
De la resignación pasamos a la
indignación, y de esta a la impugnación. Hoy el poder ciudadano se abre paso en
pos de reivindicaciones morales, como dice Mouffe (2009). En un hecho
inesperado pero predecible, la clase política corrupta de este país ha recibido
una cuenta de cobro que jamás podrá pagar. Ni aún con la perdida de la
investidura de los congresistas implicados. Y el gobierno, cómplice de la
maniobra que pretendía darle un zarpazo a la Constitución, ha sido objeto de
una sanción social de la cual no se podrá recuperar, al menos en el corto
plazo.
El poder ciudadano, el mismo que está
provocando grandes transformaciones políticas e institucionales en distintos
continentes ha surgido en Colombia para instalarse en medio de un conjuro
de conflictividades que hacen de suelo fértil, configurando así un escenario en
el cual los partidos políticos ven amenazada su supervivencia, salvo por la
respiración artificial que le suministran las redes de clientela. La
ciudadanía se ha convertido en un tribunal de opinión con un poder demoledor.
¿Querían control social? Ahí lo tienen.
La semana que termina pasará a la
historia como aquella en la que el quiebre constitucional, propiciado por el
propio Presidente al trasgredir la división de poderes públicos, objetando una
reforma que terminó siendo un monstruo, le secundó el golpe de opinión
de los ciudadanos, merced –hay que decirlo- a uno que otro periodista,
intelectual y político sensato. El virus de la indignación
mundial llegó a Colombia para contagiar de rebeldía a millones de ciudadanos
que han manifestado su rechazo a una reforma hecha a la medida de sus
promotores: gobierno y congresistas de la Unidad Nacional, y no propiamente a
la medida de las necesidades e intereses de la sociedad. Al final ni reforma ni
justicia.
A la vez que el gobierno hundía la
reforma en el Congreso, los ciudadanos se levantaban en desobediencia
civil a través de miles de firmas con las cuales dejaban constancia de un veto
a la corrupción, el abuso de poder, la arbitrariedad, los privilegios y gabelas
Cada firma dio cuenta del rechazo a las mafias políticas y de paso
maniatar al gobierno y sus conmilitones, reivindicando el viejo legado de la
revolución francesa: vigilar y castigar a través de la opinión pública, ese
fenómeno que brota de lo más profundo de la sociedad para sancionar o premiar
la actuación de gobernantes y representantes.
Hoy el poder está, como si fuera un
balón, en la cancha de los ciudadanos. Los únicos airosos de este partido por
cuenta de la indignación, esa fuerza moral que pone de pie a la gente cuando no
se quiere hacer parte de la degradación institucional. La Colombia actual, hija
de la Constitución de 1991, no es ni será la misma. Es una Colombia en la
que cada vez más los ciudadanos están tomando parte, a través de múltiples
formas de movilización. Ya sea en el campo de la salud, la educación, el medio
ambiente, el transporte, la agricultura, etc., esa Colombia que se levanta para
reclamar respeto y dignidad.
En las actuales circunstancias de
colapso institucional se palpa que otra democracia es posible. No es la
democracia de la representación que ultraja la confianza de los electores, ni
mucho menos la democracia en cabeza de mesías, a la postre reyezuelos y
tiranos. No es la democracia que se burla del bien común, y da la estocada
mortal a los intereses públicos. No es la democracia en manos de políticos
profesionales rapaces, ni mucho menos la democracia que prodiga un orden por
cuenta de la violación de los derechos humanos. Es una contrademocracia en el
contexto de la vigilancia y la denuncia. La democracia de control se erige en
demanda de cambios radicales. Es la democracia desde abajo.
¿Y ahora qué sigue? El poder ciudadano,
el que hizo entrar en pánico a Santos y sus bancadas, está ahí con el objetivo
de construir un país en el cual podamos vivir en paz, con dignidad y
auténtica prosperidad. Las encuestas en las que se desaprueba la gestión del
gobierno y la actuación del Congreso, son un pálido reflejo de la realidad. A
lo mejor Santos deberá hacer otras piruetas para re encantar a sus electores,
mientras que Uribe lanzará el anzuelo de una Constituyente para pescar a
la opinión autoritaria, la misma que durante sus dos periodos acolitó todo tipo
de fechorías, como bien han probado los jueces de la república.
¿Y dónde está el piloto?
Según las encuestas el país va por mal
camino. ¿Pero cuál país? ¿El de aquellos que lo gobiernan a diestra y
siniestra? A lo mejor es el país de la prosperidad, el de la urna de cristal,
el de los tratados de libre comercio, el de la seguridad democrática, es decir
el país que no sale de la pobreza y la desigualdad, el que está en poder de
mafias y corruptos, el de la competitividad que se traduce en mayor inequidad.
El país que no ha sido diseñado para las mayorías. El país que concentra la
riqueza en unos pocos. El país de las corporaciones financieras.
Frente a la crisis lo cierto es que no
hay vanguardias que valgan. Escasean los liderazgos éticos. La desconfianza es
total. ¿Quién o quiénes pueden asumir el liderazgo ante el plato servido por
los altos poderes públicos en la actual coyuntura? Aparentemente ni las otroras
vanguardias de izquierda, ni los mesías, ni otros referentes en decadencia,
están a la altura de las circunstancias. Los promotores del referendo,
por ejemplo, mataron el tigre y se asustaron con el cuero. No llegaron a
imaginar, tal vez, la avalancha de ciudadanos que dejaron plasmadas sus firmas
en las planillas ante un hipotético referendo revocatorio de la reforma. Obvio
que sin ellos no hubiese sido posible la firmatón. Sin embargo hay déficit de
propuestas.
Hace mucho tiempo que los partidos
políticos dejaron de ser los portadores de visiones del porvenir, como bien
argumenta Pierre Rosanvallon, en su texto La Contrademocracia, la política en la era de la
desconfianza. Al contrario la opinión pública resurge, aupada a
través de las redes, como una expresión contestataria pero con la capacidad de
obstruir, criticar y sancionar. No hay la menor duda, que sin la presión
ciudadana y la de algunos medios de comunicación, la reforma a la justicia
estaría campante.
Más que la participación ciudadana aquí
que se impuso la indignación y la desobediencia civil. Cada firma expresa el
descontento, el malestar y la condena. Es la impronta de quienes así estiman
que se debe apelar a mecanismos que neutralicen las decisiones del ejecutivo y
el legislativo. El ciudadano envalentonado exige, propone y se atreve. Por
ejemplo: quiere que se revoque el congreso, que sea de pocos
miembros, etc. El conflicto de legitimidades no tiene antecedentes. De
ahora en adelante cada movimiento de los poderes públicos será celosamente
observado. ¿La privatización de la cosa pública puede estar llegando al
final? Ahora hay más preguntas que respuestas. Eso es lo mejor.
Redes sociales y poder político
Indiscutiblemente que las redes sociales
son la nueva arena política donde a diario se confronta, se objeta, se denuncia
y donde, también, se movilizan las ideas, paradójicamente en una sociedad cada
vez más despolitizada. Esta politización del ciber ciudadano se ha
transformando en una refundación del poder político, el que algunos llaman
ahora el poder ciudadano. El ministro de Justicia renuncia merced a la presión
pública. El hijo del expresidente Gaviria cayó en desgracia y fue ridiculizado.
El presidente ahora es comparado con Tarzán: el rey de la selva.
Como en otras oportunidades ha venido
sucediendo, los indignados subieron a las redes las planillas para que fueran
descargadas, impresas y diligenciadas a la velocidad del rayo. Esta acción que
se desplegaría de manera vertiginosa coaccionó al gobierno a la decisión que
tomó: convocar a extras al Congreso, en una jugada política desesperada que aún
cubre con incertidumbre constitucional la legalidad del procedimiento a la luz
de la propia Constitución.
Cientos de caricaturas comenzaron a
viajar por la red incentivando mucho más el espectro del descontento social.
Mientras los legisladores actuaron en las sombras tras la conciliación del
articulado de la reforma, con la complicidad del gobierno, los ciudadanos se
transformaron en jueces, aplicando justicia virtual al engendro
constitucional. Esta acción no fue obra exclusivamente de la oposición, ni mucho
menos de algunos dirigentes. La combinación de los verbos controlar e impedir
(Rosanvallon, 2011) lograron su cometido.
Por cuenta de las redes sociales la
fragmentación del poder ha adquirido una nueva dimensión, al menos en los
principales centros urbanos. No obstante el hundimiento de la reforma en el
Congreso, la gente seguía firmando hasta el viernes pasado las planillas para
inscribir al Comité Promotor, en una clara demostración de propinar una sanción
moral al presidente y a los congresistas indignos. El constituyente
primario hizo su propio plebiscito. Ya los estudiantes habían inaugurado este
camino, tumbando en las calles la reforma a la educación superior. De ahora en
adelante las políticas públicas dejarán de ser un cliché para transformarse en
un escenario de disputa ciudadana.
La tormenta no ha cesado, a pesar de la
declaración de Santos en Palmira. La rechifla protagonizada por cientos de
jóvenes en el Campus Party, es una prueba que vendavales y huracanes
enrarecerán el camino de su reelección, y las mismas entrañas del régimen. Este
Congreso, por ejemplo, ha quedado impedido moralmente para tramitar cualquier
ley, y más aún aquellas como la tributaria que pretende gravar con impuestos a
los cafeteros y los artículos de la canasta familiar. Rayos y centellas
seguirán cayendo, atizando un clima social que contribuya a sacudir las
instituciones hoy capturadas, como dice Garay por los mismos que pretendían
liberar de la cárcel a más de 1.500 políticos y funcionarios, condenados e
indiciados por la comisión de múltiples delitos, a la vez que otorgar prebendas
a los magistrados de las altas cortes. Una vergüenza.
Nadie diferente al pueblo lo rescatará
de este pantano en el que estamos. Solo el pueblo salva al pueblo. Los mea
culpas del gobierno, y los “actos de perdón” ya anunciados hacen parte de una
estrategia para reconciliar a la opinión y de paso distraerla. De este mismo
lodazal deberá resurgir voces, colectivos y dirigentes que, desde abajo, desde
esa Colombia sumergida logren encausar un proceso de transformaciones a la
medida de unas circunstancias especialmente complejas. Allí deberán estar los
jóvenes, mentes lucidas y nuevas caras inspiradoras de ese cambio tan anhelado.
Y no sólo es el Congreso, es todo el andamiaje decadente y espurio el que habrá
que reconstruir. ¿Cómo? He ahí la pregunta.
Domingo 1 de julio de 2012.
(*) Editor del blog Agenda Ciudadana
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