Las prisioneras del MÍO
Las mujeres que les expenden los tiquetes a los viajeros del MÍO tienen conculcados sus derechos más elementales y están presas en las taquillas de las estaciones. Padecen enfermedades, elevados niveles de estrés, bajos salarios y jornadas extenuantes.
Por Mercy Ruby Torres, Ingrid Johanna Narváez y Ghina Alexandra Castrillón (*)
“Debido a que no aguantamos las ganas, a muchas de mis compañeras y a mí nos ha tocado hacer las necesidades fisiológicas del cuerpo en una bolsa, dentro de la taquilla, esto con ayuda algunas veces de los guardas de seguridad o de los auxiliares de Policía”.
Las anteriores son palabras de María Fernanda Díaz, una de las muchas mujeres que trabajan como taquilleras del Sistema Masivo Integrado de Occidente, MÍO, y quienes enfrentan violaciones a sus derechos por parte de los patrones.
Tener experiencia en manejo de caja y de dinero, ser bachiller, madre cabeza de hogar y estar dispuesta a madrugar son algunos de los requisitos para el empleo.
Desde el 27 de febrero de 2009, María Fernanda ingresó a trabajar al sistema, no sin antes recibir, en la primera semana de diciembre de 2008, las respectivas inducciones.
Conductores en busetas contratadas por las empresas operadoras del MÍO recogen a las 3:30 a.m. a las taquilleras y las dejan en sus puestos de trabajo a las 4:30 a.m.
Las taquilleras tienen dos turnos de trabajo en distintas estaciones: el primero va desde las 5:00 a.m. hasta las 2:00 p.m. El segundo turno, que recibe otra taquillera, va de las 2:00 p.m. hasta las 11:00 p.m. Cuentan con un dinero base en la caja de $120.000.
El nivel de stress que manejan es elevado, debido a la presión que ejercen sobre ellas algunos usuarios al momento de recargar sus tarjetas, además de la mala alimentación y la falta de aire acondicionado en algunas estaciones.
El sueldo de María Fernanda y de sus compañeras es de $535.000, pues sólo les reconocen ocho horas de trabajo. Es decir, las horas de recorrido de la casa al trabajo y la que tienen para desayunar o almorzar e irse a otra estación a comenzar el segundo turno no son tenidas en cuenta en el momento del pago.
Además, les descuentan $30.000 por concepto de transporte casa-trabajo, sin importar que en el contrato esté establecido que corre por cuenta de la empresa. En caso de que por algún motivo falte dinero, éste es descontado del sueldo de la empleada, así ella tenga un recibo donde certifique la entrega exacta del dinero.
A las taquilleras del MÍO se les prohíbe llevar buzos, sombrillas y desayuno, bajo el argumento de que no hay dónde guardar estos objetos y de que, además, le dan mala imagen al lugar.
Varias de las taquilleras, como es el caso de María Fernanda, han terminado padeciendo cistitis debido a la falta de baño en las estaciones.
Por las anteriores y muchas razones más, ellas decidieron sindicalizarse.
Ataques depresivos
Viviana Loboa, de 27 años de edad, piel trigueña, cabello negro y estatura promedio, es una de las tantas mujeres taquilleras del MÍO. Tiene una hija de 9 años, que por sus difíciles turnos en el trabajo cuida su madre en una casa ubicada en el barrio El Rodeo.
Viviana es una joven que terminó su bachillerato y se dedico a hacer cursos en el Sena para complementar su hoja de vida y poder conseguir un trabajo digno para sacar adelante a su hija.
Mucho antes de ser taquillera, ella se desempeñaba como cajera de un local en el Centro Comercial Palmeto Plaza, lo que le permitía un poco de autonomía en sus horarios.
Cuando encontró la oportunidad de trabajar en el MÍO hace dos años, su traslado fue muy difícil: a los cinco días de prestar turnos encerrada en la cabina donde vende pasajes empezó a sentirse deprimida.
El 26 de diciembre del 2010 Viviana, que trabajaba en una de las estaciones del MÍO, empezó a desesperarse y procedió a pegarle a la puerta con todas sus fuerzas y a gritar que la sacaran de ese lugar, episodio que duró mucho tiempo porque el vigilante que guardaba las llaves tenía que esperar la autorización del supervisor para abrirle la puerta, mientras ella seguía llorando y gritando, por lo que después debió ir al psicólogo.
Aparte de empezar a sufrir de depresión, los médicos han descubierto en Viviana desviación en la cadera, ruptura de ligamentos y condromalacia patelar por estar mucho tiempo sentada, y también sinusitis crónica, porque no permiten el ingreso de sacos a la cabina, y cuando llueve su nariz es la más afectada.
Sin poder ingresar ni botellas de agua a las cabinas, Viviana ahora es la presidente de la Unión Sindical de Trabajadores que Prestan Servicios a la Industria del Transporte Público en Cali, Unisintratrapub. Ella, junto con sus compañeros, se dedica a velar por un trato justo y digno en las empresas que prestan el servicio de transporte público en la ciudad.
A parte de todas las situaciones ya expuestas, a principios del presente año la empresa pensaba rebajarles el sueldo a las mujeres que trabajaban como taquilleras.
Fue la gota que rebosó la copa: varias de ellas le comentaron la situación que vivían hacía varios meses a Carlos Arturo González, quien hasta ahora las ha asesorado en todo lo concerniente a exigir sus derechos y, además, ha hecho el acompañamiento en el proceso de legalizar el sindicato, que inicialmente fue conformado por 32 mujeres y ahora tiene 75 miembros, entre taquilleras y aseadores, los cuales esperan que sus demás compañeros expongan sus inconformidades y superen el miedo a los llamados de atención o, en el peor de los casos, a ser despedidos, como ocurrió con nueve mujeres y tres hombres.
La empresa ha irrespetado el fuero sindical a que tienen derecho los asociados y con base en el cual se evitaría el despido de los empleados.
La presión psicológica que se ejerce sobre los empleados es muy fuerte, ya que varios de los despedidos son los más entregados al proceso de organización sindical.
En los distintos medios de comunicación, Juanita Reina, jefe de Recursos Humanos de la empresa, ha dado declaraciones para explicar los despidos justificando que se deben a bajo rendimiento, pero Viviana Loboa, presidenta del Sindicato, no se explica cómo es el supuesto bajo rendimiento, si el número de ventas que se hace en el turno no depende de la taquillera.
Los despedidos denuncian que sus liquidaciones han sido hechas con valores menores a los correspondientes.
Y con relación al encierro en las cabinas, la excusa de los directivos es que no les dan las llaves a las empleadas porque quieren evitar algún robo.
Amenazas
Viviana Loboa sale a la calle con miedo, ya que en su correo ha recibido distintas amenazas en las que le “aconsejan” alejarse de todo el proceso sindical.
En los meses que lleva operando el Sindicato, ella ha cambiado su número celular tres veces, ya que también recibe amenazas por ese medio. Cree que como el Sindicato ha aumentado su cantidad de miembros, es más fácil la filtración de información.
“Este proceso más que como una tortuga, es como una babosa, ya que va muy lento, pero con grandes logros”, dice Carlos Arturo González.
Ya lograron el reintegro de cuatro empleadas que habían sido despedidas, y el objetivo es que se les dé el trato digno que merecen, empezando por la libertad de ir al baño cuando lo necesiten.
Como su nombre lo indica, este es un sindicato para los trabajadores que prestan servicio a la industria del servicio público en Cali, y por esta razón Carlos Arturo invita a todos los que se sientan agredidos en sus labores diarias a que expongan su situación y se unan a la organización.
Situaciones como estas se presentan a diario, no sólo en el Sistema Masivo Integrado de Occidente sino también en muchas otras empresas en las cuales los empleados, para proteger su trabajo, optan por el silencio. Las taquilleras del MÍO ya perdieron el miedo.
(*) Estudiantes de Comunicación Social de la Usaca. mercy0872@gmail.com, giacato@hotmail.com.
No hay comentarios:
Publicar un comentario