sábado, 29 de octubre de 2011

Opinión. Pido la Palabra

Los pasajeros electorales

Por Luis Alfonso Mena S. (*)
La campaña para la elección de alcaldes, gobernadores, concejales, diputados y miembros de las JAL el 30 de octubre deja conclusiones lamentables.

Una de las más graves, en medio de la persistencia del manejo clientelista de la política en Colombia, es lo que denomino las candidaturas en taxis electorales.

Se trata de la manera como muchas personas asumieron sus aspiraciones: sin importar la ética pública, ni los principios ideológicos, ni las propuestas políticas.


Lo que importó, simple y llanamente, fue la forma, no el contenido... La forma de llegar al cargo buscado.

Así, unos pactaron y otros compraron avales de partidos de garaje, de aquellos fundados como resultado de las circunscripciones especiales consagradas en la Constitución de 1991.

Pero también de colectividades tradicionales, de las integrantes de la llamada Unidad Nacional, o de los partidos emergentes.

Lo hicieron sin importar su militancia en esos partidos, ni su identidad ideológica con ellas, ni sus programas políticos.

Y, lo más grave, sin tener en cuenta quiénes son los conductores de esas agrupaciones, sus antecedentes o su presente.

Ocurrió ni más ni menos lo que sucede cuando se aborda un taxi: se paga por la carrera sin interesar quién es el conductor, a quien pertenece el automotor, cuál es el número de su placa, cuál es el historial del carro...

De muy poco sirvió la Ley 1475, conocida como Ley Estatutaria de Reforma Política, que estableció un nutrido y fuerte conjunto de normas prohibitivas en relación con la financiación de los partidos y las campañas electorales, así como respecto de la inscripción de candidatos.

La mayoría de los políticos aspirantes se la pasó por la faja: han imperado la doble militancia, el desconocimiento de las decisiones de las direcciones de los partidos, las adhesiones oportunistas...

En suma, no se avanzó en el fortalecimiento de los partidos pretendido por la ley, los costos del ejercicio de la política siguen siendo de los más altos del continente americano y los gastos autorizados para las campañas seguramente terminarán siendo enmascarados en las contabilidades que presentarán los candidatos al término de la actual campaña ante el Consejo Nacional Electoral, pues los topes también están siendo burlados, y de qué manera...

Así, las campañas, con contadas y reconocibles excepciones, son una gran farsa en las que imperan la demagogia ramplona y el engaño cínico: la frase fácil para condenar la corrupción de dientes para afuera, y la práctica irregular en la cotidianidad.
Pero lo más graves es que muchos ciudadanos no son ajenos a esas prácticas y, en todos los estratos sociales, están permeados también por el clientelismo establecido como comportamiento inveterado en la subcultura de la politiquería.

Por eso, miles de candidatos viajan en taxis de diferentes marcas, placas y propietarios, abordados sin tener en cuenta ideologías ni programas.

Lo que les importó fue que les sirviera para cumplir el objetivo de sus carreras. Así de perverso es nuestro sistema político.

(*) Director de Paréntesis. luismena7@gmail.com.

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