¿QUÉ
PASÓ EL 25 DE OCTUBRE?
Por Luis Alfonso Mena
S. (*)
Los
resultados de los comicios del domingo 25 de octubre de 2015 evidencian, una
vez más, que en Colombia quien ostenta el poder económico tiene los votos y que
las fuerzas alternativas difícilmente pueden hacer política electoral ante la
enorme desventaja que significa enfrentar a las grandes maquinarias, es decir, a
los partidos del establecimiento: los santistas y los uribistas, y a los que
nadan entre las dos aguas, como Cambio Radical (del vicepresidente Vargas
Lleras), grupo que hace parte del mismo engranaje, es adversario agazapado del
proceso de paz, es una de las colectividades que más parapolíticos y personas
cuestionadas por corrupción ha albergado y que ahora saca pecho con sus guarismos
en Bogotá, Barranquilla, Cali y otras ciudades, y en departamentos como La
Guajira, donde
venció su candidata, la heredera del procesado ‘Kico’ Gómez.
Los
torrentes de dinero invertidos por la mayoría de los ganadores, y también por
muchos de los perdedores, son apenas imaginables y seguramente los mismos serán
camuflados, escondidos, disfrazados para cumplir en cuadernos con los topes
establecidos por la ley.
Mientras
tanto, siguen creciendo los costos de las campañas, en parte fruto de la
práctica del voto preferente que genera una feroz competencia dentro de las
listas de candidatos, y el otorgamiento de avales se volvió el gran negocio de inescrupulosos,
inmersos incluso en nuevos movimientos supuestamente étnicos surgidos a la luz
de la Constitución, que reparten respaldos aprovechando sus personerías
jurídicas, pero sin pizca de identidad ideológica y sin reparos en la idoneidad
ética de los avalados.
El
poder del dinero nutre la compra de conciencias, hace inversiones
multimillonarias en publicidad y en acceso pagado a medios de comunicación,
soborna “líderes” comunitarios, mantiene la trashumancia de votantes y otras
formas de constreñimiento y corrupción de electores, además de que financia
encuestas y “estudios de opinión” amañados con el fin de propiciar giros en la
opinión pública.
La
lucha por el poder regional es un espejo de la que se verifica en el plano
nacional, en los comicios parlamentarios, con el agravante de que en la mayoría
de los casos los presupuestos departamentales y municipales quedan
comprometidos con las castas políticas que se entronizan en los mandos locales y
que requieren no solo recuperar “la inversión” de aspirantes a gobernaciones o
alcaldías, concejos o asambleas, sino obtener las ganancias del usufructo del
gobierno y corresponder a los circuitos de gestión subrepticia que hay detrás de la mafia de la
política en buena parte de los 1.123 municipios y 32 departamentos existentes
en la división político-administrativa nacional.
Colombia
urge una reforma estructural de su sistema electoral, hoy profundamente
inequitativo y excluyente para las fuerzas políticas independientes,
alternativas y muchas de izquierda, que no poseen el músculo económico, ni el
soporte en las burocracias municipales o departamentales, ni la influencia en
los medios masivos de comunicación para hacerse oír y darse a conocer: esta será
una tarea, una de las más importantes, de la etapa de los pos acuerdos de La
Habana.
Bogotá y el Valle
En
la pérdida de la Alcaldía de Bogotá por parte de la izquierda, que finalmente trabajó
unida (Polo Democrático, Unión Patriótica, Progresistas, Marcha Patriótica y un
sector de Alianza Verde) para tratar de salvar la continuidad, tuvo una alta
incidencia la campaña mediática que maximizó los errores del gobierno de
Gustavo Petro y ocultó de manera deliberada sus logros sociales, dejando de
manifiesto el peso de las máquinas mediáticas en la generación de una opinión pública
desfavorable, acicateada diariamente por un discurso estigmatizador,
parcializado y falso en alto grado, no solo contra el Alcalde Distrital, sino
contra la candidata Clara López.
De
igual manera, en el electorado persistió el lastre que traía la Dirección del
Polo Democrático por su pasividad y falta de decisión política al no romper en
su momento de manera oportuna y tajante con el gobierno corrupto de Samuel
Moreno Rojas, procesado en la actualidad por haber hecho parte del “cartel de
la contratación”, un verdadero desastre que aún hoy hace estragos y obliga a la
más profunda reflexión sobre lo que no debe ser un mandato que se define de
izquierda.
Finalmente
primaron en el electorado la ofensiva de los medios y los errores de los
gobiernos anteriores, sobre los cuales aquellos machacaron con virulencia y
odio, circunstancia que, sin embargo, no debe ocultar las fallas de una
izquierda que necesita reinventarse en el sano sentido de la expresión, para
innovar en la interpretación de la opinión de la ciudadanía, de sus intereses,
sentimientos y percepciones.
La
derrota de la izquierda en Bogotá por obvias razones también lo es de ella en
todo el país, tendrá grandes repercusiones, obliga a que sus diferentes
vertientes asuman una actitud autocrítica honda, a que se cambien tácticas equivocadas
y actitudes sectarias, y a redefinir el camino hacia las elecciones
presidenciales de 2018: hoy más que nunca las fuerzas alternativas requieren reformulaciones
estratégicas, pues resulta casi un axioma aquella consideración según la cual
en Colombia el pueblo protesta con la izquierda, pero vota con la derecha.
Maurice
Armitage, el nuevo alcalde de Cali, es el ejemplo palpable de cómo se fragua
una imagen pública con base en una multimillonaria inversión en medios de
comunicación, pues hasta hace poco el candidato era desconocido entre la mayoría
de la población caleña y terminó siendo elegido, no sin antes recibir los
respaldos de los cuestionados Cambio Radical y Centro Democrático (uribismo), al
igual que del alcalde Guerrero y de politiqueros que mandaban en su campaña, de
claro estirpe neoliberal.
Y
de lo ocurrido en la Gobernación del Valle del Cauca, ni hablar: la victoria de
la ex senadora Dilian Toro, zarina de la red de salud, deja al departamento en un
escenario muy delicado… De acuerdo con denuncias, ad portas de vivir épocas
recientes de gobernadores destituidos.
Frente
a todo este panorama regional, la izquierda apareció fragmentada y con una muy
opaca presentación electoral en Cali y el Valle, reflejo de lo que ocurre en
otras regiones del país.
Antioquia y el fiasco del uribismo
En
todo caso, la fuerza más recalcitrantemente opositora a la paz, el uribismo,
sufrió en los comicios del domingo un fuerte golpe en su aspiración de
convertir la jornada en una especie de plataforma que le permitiera elegir
alcaldes y gobernadores en capitales y departamentos claves, para desde allí bombardear
el próximo año los acuerdos de La Habana, con el apoyo de una amplia burocracia:
su fracaso fue rotundo, pues hasta en Medellín y Antioquia, considerados su
fortín, perdió y no logró ni la Alcaldía ni la Gobernación, que se creían
seguras, y lo mismo ocurrió en 30 de las 31 gobernaciones restantes, en tanto
que en Bogotá el ex vicepresidente Francisco Santos a duras penas sobrepasó los
300.000 votos.
A
la hora de las conclusiones, esas encuestas que tanto inflaron candidatos y
contribuyeron a deformar opinión pública, fueron usadas en su trabajo oscuro en
casos como el de Bogotá, en contra de Clara López, pero fracasaron también de
manera grave en sus vaticinios en Medellín, donde daban en un segundo lugar,
lejísimo, al vencedor, Federico Gutiérrez, y en Bucaramanga y en Cali, ciudad
ésta en la que anunciaban el triunfo del candidato del Partido Liberal. Se
impone, por tanto, el control serio a estas mediciones, convertidas hoy en
verdaderos centro de manipulación.
Resulta
curiosa y gris la que podría ser la despedida de dos ex vicepresidentes, el
mencionado Santos, cuarto en Bogotá, y Angelino Garzón, tercero en Cali: sus
ciclos seguramente llegaron al final y partirán por la puerta de atrás.
En
suma, los resultados de este domingo no son, en realidad, alentadores para el
futuro del país, que requiere de gobiernos y fuerzas regionales jugadas por el
éxito del proceso de paz, y ello no es propiamente lo que caracteriza al
ambivalente nuevo alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, quien además de gobernar
para las élites bogotanas, muy probablemente no tendrá dentro de sus
prioridades el impulso de las medidas de los pos acuerdos desde la ciudad más
importante políticamente del país.
Los
lecciones del 25 de octubre obligan a un giro de 180 grados en las posturas y
decisiones de las fuerzas alternativas, progresistas y de izquierda, para que
los escenarios del posconflicto encuentren el eco social y político nacional
que requieren y para que, con las nuevas fuerzas que surjan de La Habana, el
país se encamine en la búsqueda de cambios y empiece a romper con el régimen de
las mafias electorales que se reeligen, con nombres diferentes, pero con fines
iguales, y que sostienen el statu quo de iniquidad imperante en Colombia.
(*) Periodista
independiente, editor de los blogs PARÉNTESIS y ¡PERIODISMO LIBRE!
Cali, domingo 25 de
octubre de 2015.
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